En el frío silencio de la mañana citadina, la presencia del bailarín jalisciense Martí Gutiérrez Rubí (Zapopan, 2003) eclipsó la rutina de quienes transitaban por el Palacio de Bellas Artes. Decenas de personas detenían su andar para contemplar al joven que estaba listo para elevar su cuerpo hacia el cielo.
No fue un salto ni dos, sino varios los que realizó la joven estrella mexicana del Junior Ballet de Zúrich, quien por segundos se quedaba inmóvil, pensando cómo superar la proeza.
Con grand jetés, sissones y el Pas de chat Violette Verdy, el intérprete sorprendía tanto a transeúntes como a automovilistas mientras el semáforo permanecía en rojo en el Eje Central Lázaro Cárdenas, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Algunos curiosos sacaban sus teléfonos celulares para grabar ese momento, sin saber que Martí es una nueva promesa del ballet que en agosto iniciará su segundo año como integrante del Junior Ballet de Zúrich, bajo la dirección de Cathy Marston, quien también es titular del ballet de esa ciudad suiza.
Gutiérrez, quien se encuentra de vacaciones en el país, conversó con La Jornada sobre su pasión por el ballet y las expectativas que tiene de desarrollarse en las grandes compañías europeas.
Comenzó a bailar desde pequeño en el Ballet de Cámara de Jalisco y después tuvo la oportunidad de estudiar en el Ballettschule Theater de Basilea, Suiza. Ahora, a sus 20 años, como integrante del Junior Ballet de Zúrich se siente afortunado de estar en ese grupo, donde la edad de los bailarines oscila entre los 18 y 22 años.
“Para mí la Junior es una plataforma de experiencia profesional, es una buena transición de la escuela a una compañía, porque todas te piden por lo menos tres años de experiencia. En este caso, el Ballet de Zúrich nos permite adquirir experiencia escénica en las producciones, con la agrupación para juniors, pero también lo experimentamos con la compañía. Tenemos dos privilegios: participar en una producción al año como junior y bailar en los espectáculos del Ballet de Zúrich”, detalla con entusiasmo.
Al recordar su incursión en el Ballet Junior, Gutiérrez sonríe de manera pícara, porque en su primer intento fue rechazado por la compañía, y cuando lo llamaron para audicionar por segunda ocasión iba con cierta inseguridad, pero al final obtuvo el contrato.
“En ese momento me di cuenta de que era la compañía indicada, que estaba en el lugar donde quería estar y en el que he explorado muchísimo; ha sido un reto descubrir nuevas formas de cómo moverme y cómo presentarme”, explica.
Después de participar en varios concursos, entre ellos el Prix de Laussane, considerado el de mayor prestigio en el mundo, Martí se siente satisfecho del conocimiento que ha adquirido en torno a su cuerpo.
“Elijo la manera en la que me quiero entrenar, pero a la hora de aprender y bailar una coreografía he tenido que averiguar nuevas formas de moverme. Me han dicho que me tire al suelo y tengo que aprender a tirarme al piso sin que se vea que se me han caído los huesos; claro, al principio me costó trabajo por las indicaciones que me daban, pero se aprende a ser más crítico, a escuchar lo que te dicen y tratar de ser lo más fiel a eso.
“Todo este proceso ha sido muy padre, porque he llegado a aprender maneras muy diferentes, muy específicas y muy bellas que no conocía y ahora puedo usar. Si antes sabía 2 mil maneras de moverme, ahora conozco 20 mil más, por poner un número, pero eso es porque he abierto mi manera de moverme, de crear”.
En Zúrich toma clases de ballet de 10 a 11:15 horas de lunes a sábado, y de 11:30 a 18 horas se dedica a ensayar las coreografías. Como el ritmo es muy demandante, ha aprendido a cuidar su cuerpo, por eso al terminar los ensayos va al gimnasio no sólo a trabajar los músculos, sino a balancear todo, porque a veces se trabaja más de un lado que de otro.
“Es muy importante hacer esto para no lastimarte; hay que saber los porcentajes de esfuerzo para un ensayo y para una función, porque si das el 100 todos los días, puedes mantener tu cuerpo por un periodo, pero después empezará a mostrar lesiones y puede ser muy peligroso.
“Hay que saber mantener un balance mental, físico y espiritual”, comenta el artista, quien también estudió en la Escuela Nacional de Ballet de Cuba Fernando Alonso.
Para Martí Gutiérrez, la danza es la manera en la que puede expresarse, pero también “de entender la vida y crear algo”. Asimismo, está consciente de que es una profesión muy corta, y asegura que no piensa bailar hasta los 50 años; se retirará antes.
“Soy un bailarín, un artista, pero también continúo con mis estudios; estoy pensando en inscribirme a la universidad o en si me doy un año sabático. Me gustaría estudiar mercadotecnia internacional, algo que me ayudaría en mi profesión de bailarín, porque tengo claro que siempre estaré inmiscuido en las artes, eso nunca va cambiar.”
Considera que la danza es una carrera muy completa, “hay que hacer de todo con tu cuerpo, con tu mente, con tu inteligencia” y parte de eso que ha aprendido desea compartirlo también en cursos.
“No se trata de impartir lo que sé, sino que conozcan que hay herramientas para la danza que se pueden usar y de esa manera innovar, experimentar, ese es mi objetivo”, comparte el bailarín, quien menciona a figuras que lo inspiran, como Pina Bausch, Samanta Lynch, Vittoria Girelli y Christian Spuck, a quien conoció en el Ballet Zúrich cuando tuvo la oportunidad de ser parte de la producción de Anna Karenina, uno de los ballets más importantes en el repertorio de la agrupación suiza.