“Es otra noche caliente, árida y sin viento. De esas que hacen que la gente haga cosas sudorosas y secretas.” Sin City (A Dame to Kill For), de Frank Miller
Apasionado de los cómics y el cine, admiraba la maestría en el trazo de figuras emblemáticas como Jack Kirby. Le gustaba el suspenso, el misterio y creció durante el endurecimiento de la guerra fría en los años 60 y 70, en los que abundaban detectives, espionaje, novela y cine negro, evocando el estilo vanguardista de Raymond Chandler o Dashiel Hammet. Dibujó desde muy pequeño y llegaría a aportar desde el guion o la ilustración para varios títulos emblemáticos, como Batman y Hombre-Araña, pero encontraría su lugar al formar una biblioteca aparte: la propia. Con la naturalidad oscura de un detective desgarbado, semiescudado con algún sombrero o el arco de sus manos largas, hoy todos reconocen el arte del mítico Frank Miller.
La propia cruzada
Miller tenía una meta muy alta: llegar a la gran industria del cómic. No pasó por ninguna escuela de arte; se formó contra la prueba y error del copiado de viñetas y fotografías, entendiendo recursos de anatomía, arquitectura, sombreado y demás, a partir del ejercicio directo frente al papel. Sin embargo, lo logró. Su primer trabajo formal en la industria editorial se publicó en The Twilight Zone, serie que seguía una vertiente comercial de adaptar los éxitos del cine y la televisión para el medio de la historieta. Miller estaba, por supuesto, entusiasmado. Si bien no se le acreditó su labor, seguiría publicando en diversas revistas. Sin embargo, lo más significativo fue su encuentro con Neal Adams, quien se volvería una leyenda del medio, y un tipo que fue su enlace fundamental con cuerpos editoriales significativos, lo que lo instaló definitivamente en la industria a finales de los años 70.
Frank Miller ha comentado siempre que una de sus influencias más poderosas, aparte de los creadores de historieta como Will Eisner, Jack Kirby, Stan Lee y Goseki Kojima, fue el estudio que el cineasta François Truffaut hizo sobre su colega Alfred Hitchcock. Entender el montaje escénico con la disposición de cámara, y cómo la interacción de elementos causa un efecto conciso (en Hitchcock valdría decir “inolvidable”, por los cientos de referencias que hay en el cine mundial sobre su montaje de escenas) en el espectador, fueron claves para que considerara siempre el gran objetivo, sin que un dibujo esté de sobra.
Veía donde otros no
Varios años y títulos lo colocaron en la oportunidad perfecta: Daredevil. El personaje de Stan Lee necesitaba revitalizarse y la serie quedó en manos de Frank, como dibujante y argumentista. La dinámica de una estética imposible que fascinaba a los seguidores por tratarse de un ciego, encontró de la mano de Miller una consistencia narrativa directa, algo áspera, pero con verosimilitud y juego dramático que determinaba una madurez de la que en ese momento carecía el mundo del protagonista Matt Murdock. Desde 1980, Miller le dio otra fuerza.
El artista pudo concentrar varios elementos que han sido consistentes en su recorrido historietístico: la brutalidad urbana (siempre ha dicho que muchos pasajes sórdidos de sus historias son experiencias vividas en Nueva York), la reflexión filosófica de sus personajes, las artes marciales como eje central de combate y apuntes extraídos de la historia universal han sido una gran pasión personal, que en el caso de la saga le permitió agregar un personaje definitivo: Elektra. Griega de origen (referencia obvia al complejo de...), es una antiheroína principalísima y fundadora de las muchas mujeres combativas del resto de su trabajo. Editó un clásico extraordinario del personaje denominado Daredevil: The Man Without Fear (1993), con el apoyo del estupendo dibujante David Mazzucchelli. Elektra (para la que haría sus propias novelas gráficas) es la mano ejecutora del implacable mafioso Kingpin (creado por Stan Lee y John Romita), gigantesco sujeto sin escrúpulos que arrasa con todos hasta topar con el héroe encapuchado.
La cúspide: The Dark Knigth Returns
Miller escribió o dibujó para títulos muy importantes, consagrando historias de gran nivel para Hombre-Araña (la compilación de esa labor se lanzó como una antología particular en 1994); desarrolló la primera miniserie de Wolverine, con guion de Chris Claremont, y dibujó para la serie regular de Batman, con lo que tendría la oportunidad de crear un clásico que hoy representa para el cómic lo que El Padrino para el cine: The Dark Knigth Returns (1985).
En un futuro copado por la violencia, con el reflejo siempre estridente y subjetivo de los medios de comunicación, con un fastidio que hace gris la jornada de todos, Bruce Wayne, viejo y retirado, decide ser de nuevo el Hombre Murciélago, ya que todo por lo que se ha peleado da las últimas boqueadas ante el colapso total. Brillante en línea y argumento, se convirtió en el primer cómic en entrar en la lista de los mejores “libros del año” (más allá de la categoría bestseller, también desde el ángulo de la crítica literaria). Le seguiría DK2 y otra joya del vigilante nocturno: Batman: Year One. Por cierto, el nuevo Robin en The Dark Knigth Returns es una chica: Carrie Kelly.
Muy apreciada como arte y exquisitez conceptual, aunque de poco impacto comercial, fue la historia de Ronin (1983), trama de códigos de honor samurái con una paleta de atardecer abrasivo (los colores perfectos son de Lynn Varley) y la aparición de Casey, otro formidable personaje femenino. También homenaje al manga tradicional y al legado de Goseki Kojima, es un relato complejo que fluctúa entre el pasado en feudos japoneses y la mole de hierro neoyorquina, con alma samurái enfrentando al demonio Agat. Más conocido es su estupendo trabajo como artista invitado en el cómic de Todd McFarlane Spawn ( crossover de 1994), en el que el engendro demoníaco se las ve con Batman.
Lo que pasa en Sin City
Luego de tocar piso con éxito en Hollywood (guiones para la segunda y tercera entregas de Robocop, etcétera), pero deseoso de hacer su propia línea, un Miller cansado del deslumbramiento mágico del color y la pirotecnia de La Meca del cine, volvió al restirador y a las reflexiones largas para trabajar en un proyecto que combatía los estándares del lenguaje, el dibujo y la buena conducta. El resultado vio la luz en 1991. En siniestro, lúcido y asombrosamente artístico conjunto de viñetas en blanco y negro, presentó en sociedad a Sin City, cobijado por Dark Horse Comics (de la serie para autores Legends), casa que buscaba un sitio en la industria sin repasar los modelos de Marvel y DC.
Aliado con Robert Rodríguez, adaptó (2005 y 2014) su saga al cine usando las novelas gráficas más destacadas. La química con Rodríguez fue magnífica, porque es un tipo que comparte su entendimiento sobre el espectáculo y la forma de hacer mensajes en un contexto nuevo. Hicieron muchas pruebas, hasta editar cinco minutos de material para vender el proyecto. Nadie pudo resistirse y las películas fueron aclamadas de forma internacional, con Miller codirigiendo al aprobar cada emplazamiento, decidido contra los propios planos de su historieta como un perfecto story board.
Todo lo demás
Frank Miller conoce el camino rudo del aprendizaje. Debió ser difícil cuando dos legendarios como Neal Adams y Will Eisner le dijeron que no estaba listo. “El primero me dijo que no sabía dibujar. El segundo, que no sabía contar historias”. Pero, como en la línea argumental básica de toda parábola del héroe, el dolor y la derrota son sólo la antesala del mayor esfuerzo y la redención, Miller desarrolló verdadera maestría como escritor y dibujante. Alcanzó lo más difícil, que no es el dominio de una conformación anatómica o un punto de fuga, sino fortalecer su estilo.
No es cualquier cosa clasificar su obra, menos cuando los premios, la crítica y la lectura lo han puesto en la columna de los inmortales. Si en algún punto alguien dudó que lo merecía, Frank Miller hizo en 1998 su apuesta estética y narrativa sobre la Batalla de las Termópilas con su novela gráfica 300 (de la que también derivaría Xerxes, en 2018). Si Pablo Picasso desmembró para rehacer y reformular Las meninas, de Diego Velázquez, Miller reordenó el universo de la historieta, con pasados y anécdotas insospechadas sobre sus protagonistas, con un sesgo imaginativo desgarrador en torno a las historias, entre lo que se sabe, lo que se cree y lo que cabe fraguar con unos cuantos carboncillos. Rehizo este pasaje mítico, como ha reconfigurado la cara completa del cómic moderno.