“Particulares diluvios” llamó Alonso de León, gobernador y cronista del Nuevo Reino de León en la segunda mitad del siglo XVII a las lluvias torrenciales que se presentan cíclicamente, desde siempre, en diversos puntos de la Sierra Madre Oriental. Son efecto de los ciclones que se producen en las costas africanas o en el Caribe, y que golpean con mayor o menor intensidad las costas del Golfo de México a la altura de Tamaulipas.
Los vientos huracanados propios de estos meteoros se tornan en tormentas tropicales al estrellarse con los contrafuertes de la Sierra Madre. Lo abundante de su precipitación es encauzada, muy significativamente, por el río Santa Catarina, que atraviesa gran parte del Monterrey metropolitano. Se trata de un río estepario (intermitente) con una pendiente muy pronunciada en una distancia muy corta. Por ello la fuerza de sus aguas suele producir inundaciones y destrozos más o menos graves. El de mayores proporciones se presentó con el huracán Alex, en el verano de 2010.
Los destrozos urbanos del Santa Catarina tienen lugar a causa de construcciones diversas que se producen en su cauce: asentamientos habitacionales, obras viales y en general actividades que invaden sus márgenes. La falta de cuidado de las autoridades, la precariedad en que viven numerosas familias y una ausencia de información acerca del río se combinan y resultan en pérdidas materiales y humanas.
Después de Alex, aunque se han presentado otros ciclones, el impacto de la corriente ha sido más benigno. Y en vez de destrucción ha generado en su lecho y sus márgenes una abundante vegetación y en ciertos tramos bosques de galería o riparios. Allí crece y palpita una extensa flora y una fauna semejante. Varios grupos ecologistas calculan la existencia de casi unas 400 especies de aves, reptiles, quelonios, insectos y otras. Los beneficios que ha reportado esa vegetación al ambiente altamente tóxico y caluroso del área metropolitana de Monterrey son invaluables.
Con el asentamiento de numerosas empresas en Nuevo León, empezando por Tesla y su proyecto gigafabril, se ha venido generando una presión promovida por constructores, desarrolladores inmobiliarios y especuladores, a la que el gobierno da la bienvenida sin considerar los efectos perniciosos en contra de la calidad del aire, la oxigenación de la atmósfera y la salud de plantas, animales, suelos y seres humanos.
Esa tendencia se ha manifestado y se manifiesta en la disminución de áreas arboladas: la zona natural protegida del Parque Nacional Cumbres, de los parques Fundidora, La Pastora, Niños Héroes y otros espacios que podrían atenuar mejor la depredación empresarial, institucional y oficial. Así lo han mostrado gobiernos anteriores e igualmente el actual encabezado por el emecista Samuel García.
El gobernador anunció que se desmontaría la vegetación del río para evitar el peligro de daños causados por tormentas ya próximas. No dio datos ni fuente alguna sobre sus previsiones, pero enfatizó la voluntad de “salvar a la población”. El Consejo Nuevo León, presidido por el propio gobernador, es responsable de la planeación estratégica del gobierno. ¿Los estrategas del consejo le proporcionan información precisa sobre las decisiones que toma? Al extraño aparato lo integran 16 consejeros con voz y voto. Los consejeros son todos –a excepción de tres– egresados del ITESM y sus antecedentes son empresariales. No falta alguno que incurra en conflicto de intereses. El más ostensible es el de Desarrollo Sustentable, un empresario de la construcción y los desarrollos inmobiliarios.
Apenas hecho el anuncio del gobernador, grandes máquinas empezaron la labor de desmonte. La respuesta ciudadana no se hizo esperar y varios grupos ecologistas se manifestaron en contra del operativo. El gobierno lo detuvo y abrió una mesa de diálogo. La apertura no se ha concretado debidamente y el desmonte sigue con la ayuda de un incendio por demás oportuno.
La impresión que dan las instancias involucradas (el gobierno estatal, el Consejo Nuevo León, Conagua, Semarnat y los municipios por donde cruza el río) es que sus responsables no están enterados de cómo se generan las lluvias producto de los ciclones en la región y lo ocultan, o son una punta de ineptos. Veamos.
Varias instituciones meteorológicas de México y Estados Unidos (Servicio Meteorológico Nacional, National Hurricane Center, National Oceanic and Atmospheric Administration, entre otras) han previsto un número de huracanes para 2023 similar al de 2020 –entre ellos tres o cuatro de impacto mayor–, pero con menos tormentas tropicales, que son las que inciden en Monterrey y municipios vecinos. El Servicio Meteorológico Nacional preveía, en mayo, que de los 16 ciclones en el Atlántico, cinco podrían impactar a México: uno, Don, ya pasó sin mayor incidencia. En general se coincide en que la de 2023 será una temporada dentro de la normalidad periódica anual.
Así que este año, por lo menos, estaríamos lejos de lo que la Casandra oficial está convirtiendo en una alarma catastrofista sin fundamento. Así presentada, la verdad es que en ella asoma la oreja de que hay algo turbio en el desmonte del cauce del Santa Catarina.