Cuando 2023 fue oficialmente declarado año de Pancho Villa supe que se reactivarían los odios de la derecha tradicional y de la nueva derecha contra el revolucionario del pueblo. En estos días que viajo por el norte del país en compañía de mis colegas y amigos Paco Ignacio Taibo II y Jesús Vargas Valdés, nos preguntamos: los centenares de personas que en cada ciudad nos han acompañado, comprando libros y vitoreando a Villa no lo hacen, para ellos es claro que Villa es el revolucionario del pueblo.
Para Paco Ignacio, la exacerbación del odio contra Villa entre los editorialistas y comentócratas de los medios oligárquicos de comunicación responde a un disparo por elevación: atacan a Villa mintiendo con descaro, basándose sólo en un libro, para golpear a López Obrador. Si este año de definiciones electorales fuese el año de Hidalgo repetirían los relatos esperpénticos de los falsificadores de la historia sobre las matanzas de la Alhóndiga (ignorando, como siempre, las leyes militares de la época) o las ejecuciones de Guadalajara, y exagerando hasta lo sangriento, hasta la mentira, su terror al pueblo armado. Si este fuese el año de Juárez, reditarían hasta lo inaudito las mentiras sobre… sobre ya sabemos qué. Si fuese el año de Sor Juana, algo le encontrarían o le inventarían para pegar a AMLO.
También coincidimos en que es un odio de clase, como nos dijo Jesús Vargas: lo que odian en Villa no es que haya sido un terrible guerrero y como tal haya matado a veces sin justificación. Lo que odian en Villa es la reivindicación de la ira popular, la encarnación de la justicia y la venganza del pueblo. Lo que odian en Villa es la revolución social, la destrucción violenta de la injusticia.
Porque no odian la violencia contrainsurgente, igual o peor que la violencia villista: la violencia huertista y carrancistas de los pueblos enteros quemados y destruidos, de los ahorcamientos en masa, de la tierra arrasada en Morelos. Porque nunca hablan de atrocidades de los Iturbide, los Maximiliano (y eso que ni se acercó al campo de batalla), Porfirio Díaz contra mayas, indígenas nómadas o rebeldes; o de Luis Echeverría contra estudiantes desarmados, militantes obreros, campesinos de Guerrero y guerrilleros. Por cierto, siempre me ha parecido curioso que la derecha no reivindique a este último, que fue el mayor exterminador de “comunistas” y “subversivos” de la segunda mitad del siglo XX, y cuya retórica “radical” ocultaba una política económica que seguía los dictados de las cúpulas empresariales, que se negaron reiteradamente a aceptar cualquier limitación de sus ganancias y privilegios.
Regresemos. Los nuevos antivillistas eligieron dos temas particularmente sensibles como caballitos de batalla: la violencia y el latiguillo “violador”. Sobre la violencia, no les basta la que realmente existió, la reacción rabiosa del Centauro contra sus enemigos perpetrados a partir de diciembre de 1915 (y que explicamos hace unos meses en tres artículos sobre la “leyenda negra” antivillista”): tienen que elevarlos hasta lo esperpéntico –como en su único libro de referencia– para separar a Villa de la brutal violencia contrainsurgente de, digamos, Iturbide (1811-14), los contraguerrilleros imperialistas (1863-66), la contrainsurgencia contra el zapatismo y el villismo (1916-20) o los crímenes de lesa humanidad del Estado priísta alentados por los grandes empresarios (1965-80). Villa tiene que llegar a lo esperpéntico, tiene que ser peor que eso, ¡y qué hazañas de la imaginación hacen para lograrlo!
¿Era Villa machista? Juzgado con nuestros criterios, sin duda. Como todos en su época si los juzgamos desde hoy. ¿Violador? Vargas y Taibo, que han revisado a fondo la documentación sobre Villa (más que yo, pues mi tema de investigación no es Villa, sino el villismo), dicen que no hay nada que permita acusar a Villa de violador, y sí hay, en cambio, argumentos en sentido contrario. Poner como detonante de la leyenda heroica la violación de su hermana muestra lo que Villa pensaba de ese crimen y de lo que merecían sus perpetradores. Luego está su famosa respuesta a John Reed cuando su periódico le ordenó preguntarle sobre el tema: “¿ha conocido alguna vez a un esposo, padre o hermano de una mujer que yo haya violado? –hizo una pausa y agregó: ¿O siquiera un testigo?” (en México insurgente, parte II, capítulo 4)–. Un tercer dato: en la División del Norte, la violación estaba penada con la muerte.
En fin, luego de su asesinato, cuando la propaganda de odio arreció con total impunidad, cualquiera pudo haberlo acusado en los medios masivos. No hemos encontrado que una mujer con nombre y apellido lo hiciera. Por el contrario, algunas de sus ex esposas se dedicaron a la defensa y reivindicación de su memoria, particularmente Luz Corral y Austreberta Rentería (respaldada siempre por Nellie Campobello, la enorme bailarina y gran cronista del villismo popular), pero también Manuela Casas.
Escribo con sensación de inutilidad: no creo que esto sirva de nada, pues no hay debate: hay ruido, mucho ruido irracional.