Kundera describió de modo muy gráfico la situación del país en el que nació en 1929 y donde vivió la primera parte de su vida, Checoslovaquia. Dijo que, en la etapa de la Segunda Guerra Mundial, era una nación en medio del conflicto entre la expansión imperial del régimen nazi hacia el este europeo y la ofensiva imperial del Ejército Rojo de Stalin hacia el oeste.
En 1948 el Partido Comunista se hizo del gobierno y el país fue finalmente invadido y ocupado en 1968 por los soviéticos para contener el breve periodo de reformas conocido como la Primavera de Praga; la situación se extendió hasta 1991. Kundera se asentó en París en 1975, donde murió el pasado 11 de julio.
En su libro La insoportable levedad del ser reflexiona sobre ese periodo de la historia europea que definió el escenario asociado con el totalitarismo político, el de la guerra y de la posguerra. Tales consideraciones enmarcan el argumento general de esa novela y están primordialmente contenidas en la parte llamada La Gran Marcha.
Como se advierte en las corrientes ideológicas y la situación política actual en el mundo, algunas de esas condiciones han prevalecido durante mucho tiempo y, otras, se han ido delineando de modo persistente en los años recientes (por ejemplo, el resurgimiento de la extrema derecha en Europa).
Las reflexiones de Kundera no han dejado de ser relevantes y oportunas. En aquel libro discurre, en un magnífico ejercicio literario, sobre el fenómeno del kitsch político. Presenta el término kitsch como una palabra alemana surgida a mediados del siglo XIX y extendida al resto de los idiomas y que: “Elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable”.
Esta es una acepción más sustancial que la contenida en el Diccionario de la lengua española, que lo define de modo restringido como la estética pretenciosa, pasada de moda y considerada de mal gusto. Este modo de describirla coloquialmente se queda corto en el sentido que le asigna Kundera.
La noción más firme y provocadora del kitsch que propone Kundera se sustenta en situaciones habituales, en ciertas imágenes que se graban en la memoria de la gente y que ejemplifica con algunas como: “La hija ingrata, el padre abandonado, niños que corren por el césped, la patria traicionada, el recuerdo del primer amor”.
Es más categórica la idea de que el kitsch provoca dos lágrimas de emoción, una detrás de la otra. Esto puede ilustrarse aquí como sigue: La primera lágrima podría decir, por ejemplo: que bella es la patria; la segunda diría: que hermoso es estar emocionado, junto con todos los demás, con la idea misma de la patria que ha sido traicionada. De tal manera, la fraternidad entre todos los hombres y mujeres se sostendría en el kitsch.
En la arena pública, el kitsch, dice Kundera, es el ideal de naturaleza estética de los políticos, y se extiende a los movimientos y los partidos de toda denominación ideológica. Cuando en un país conviven corrientes políticas cuyas influencias se limitan, la sociedad puede librarse, más o menos, de la presión del kitsch. La cuestión no es trivial, pues se refiere al campo en donde sería mayor la posibilidad de mantener la individualidad, la originalidad del pensamiento y de la creación artística.
No olvidemos de dónde viene Kundera, ni la referencia fundamental de su argumento, ni perdamos de vista su capacidad de observación y su modo de expresar las cosas. Dónde hay un solo movimiento político, advierte, este tiene todo el poder y así se crea “el imperio del kitsch totalitario”.
Todo lo que trastoca al kitsch cuando se convierte en totalitario, tiende a suprimirse de la existencia. Así ocurre; con la sospecha, sea ésta trivial o existencial; con la ironía, rasgo esencial del criterio humano, que tienden a ser remplazadas por la falsa solemnidad de las formas y las ideas o, de plano, con el mal gusto. Se plasma también en la organización del Estado, del gobierno y de la acción política.
Kundera remata este razonamiento de modo contundente cuando escribe que el “gulag”, noción tomada en términos literales e, igualmente, como una metáfora, puede verse como “una especie de fosa higiénica a la que el kitsch totalitario arroja los desperdicios”.