Un anuncio callejero arroja manchones de luz en la habitación en penumbra donde se encuentran dos mujeres: Tania, en bata y con la cabeza envuelta en una toalla, fuma y observa a Noemí, quien yace en la cama, se cubre los ojos con el antebrazo y emite breves quejidos.
Noemí: –¡Puta madre! Cómo me duele la cabeza.
Tania: –Si duermes un poco te vas a sentir mejor.
Noemí (se incorpora): –¿Y si Dámaso llega a buscarme?
Tania: –Imposible. Él no sabe que estás aquí. ¿O le dijiste a alguien que venías para acá?
Noemí: –No hablé con nadie. Aproveché que Dámaso se metió a bañar y con el pretexto de que iba por la ropa a la azotea, me salí corriendo, sin pensar a dónde iba ni nada. Sólo quería alejarme. ¿Oíste? ¿Qué fue eso?
Tania: –La puerta del zaguán: alguien entró.
Noemí: –Tengo que irme de aquí rápido antes de que él llegue. (Se acerca a la ventana y lucha por abrirla.) Si me encuentra…
Tania: –¡Loca! Quítate de allí, pueden verte.
Noemí: –Que me vean, no me importa. Lo que quiero es salir y por favor no trates de impedírmelo.
Tania: –Haz lo que quieras, sólo dime, ¿a dónde irás? (Ante el silencio de Noemí.) A la casa donde te espera Dámaso para golpearte, a la calle, ¿o a dónde? Si ya estás aquí, pues quédate. Luego vemos.
Noemí (se ordena la ropa.) Me salí sin nada y necesito dinero, ¿me prestas? Luego te lo pago.
Tania: –Me pinté el cabello y no he salido a trabajar. Tengo nada más cien pesos. Perdóname.
Noemí (vuelve a la cama): –Perdóname tú. Te puse en peligro por haber venido.
Tania: –Pero él no sabe… Además, le dijiste que ya no vivo en la ciudad y que no has vuelto a tener noticias mías.
Noemí: –Pues sí, pero él siempre lo sabe todo.
Tania: –Pues lo único que yo sé es que no quiero que ese maldito desgraciado vuelva a golpearte.
Noemí: –De verdad no te imaginas cuánto siento haberte puesto en peligro.
Tania: –No es nada nuevo. Ya estoy acostumbrada. Por mi trabajo, siempre vivo así.
¿Te sigue doliendo la cabeza? Si comieras algo te sentirías mejor.
Noemí: –No tengo hambre, pero si me regalas un vasito de agua… Oye, no te vayas, no me dejes.
Tania: –Sabes que la cocina está aquí junto.
Noemí: –Voy contigo.
II
Noemí: –Dirás que soy una tonta. (Se sienta con dificultades en un banco.) –Pero no quería quedarme sola.
Tania: –¿Qué te pasa? ¿Estás lastimada?
Noemí: –No, ¿por qué?
Tania: –Te costó trabajo sentarte. Déjame ver. (Alza la falda de su amiga y reprime un grito.) Tienes una herida bien fea y me dijiste que no tenías nada.
Noemí (en tono distante.): –Cuando se enoja y lloro porque me pega, Dámaso dice que no pasa nada, que no exagere, que no ande con tonterías porque ya no soy una niña. ¿Sabes? Volví a sentirme niña otra vez cuando tenía a Bony.
Tania: –¿Quién es Bony?
Noemí: –El cachorro que Dámaso me compró la primera vez que salimos juntos. Era mi consuelo, mi compañía. Me gustaba abrazarlo y decirle “Eres el amor de mi vida”, porque entonces movía la cola bien contento, como si entendiera. Pensé que Dámaso también lo quería.
Tania: –De seguro, él te lo regaló.
Noemí: –Un domingo hicimos un día de campo en las Fuentes Brotantes. Cuando terminamos de comer, Dámaso se puso a jugar con Bony y después lo tomó por la correa. Creí que iba a llevarlo a caminar, pero fue a colgarlo de la rama de un árbol. No me lo esperaba, el terror me paralizó mientras mi perrito se debatía y chillaba, hasta que al fin dejó de moverse. Dámaso, bien tranquilo, cortó la correa y me dijo riéndose: “Amores de la vida nomás hay uno, pero no pasa nada”.
Tania: – En ese preciso momento debiste ir a denunciarlo.
Noemí: –Lo pensé, te juro que lo pensé, pero, no sé cómo, él se dio cuenta y no me dejó acercarme al teléfono ni asomarme a la ventana ni salir y ya para qué te cuento… Lo peor de todo es eso, sabe todo lo que quiero hacer, lo que pienso, lo que sueño. Me descubre y después todo es horrible, cada vez peor.
Tania: –¿Él sabe que quieres dejarlo?
Noemí: –Lo adivina. De otro modo, por qué me diría que si intento largarme no voy a tener vida para contarlo.
Tania: –¿Piensas seguir viviendo con él?
Noemí: –No lo sé, lo digo en serio, ya no pienso.
Tania: –Sé lo que te digo, déjalo antes de que otra cosa suceda. Aprovecha que él no sabe en dónde estás para irte a donde no pueda encontrarte.
Noemí: –Es inútil. Él lo sabría. (Escucha una puerta al abrirse) Te dije que iba a venir por mí. ¿Oyes sus pasos en la escalera? Me golpean el corazón como martillazos… Ábrele cuando toque.
Tania: –Te imaginas cosas. No oigo nada.
Noemí: –¡Abre! A Dámaso no le gusta esperar.
Tania: –Yo no escuché nada, pero si con eso te tranquilizas, voy a ver. (Abre la puerta despacio y mira hacia el exterior.) Te lo dije, no hay nadie. ¿Me oíste? (Regresa a la recámara y ve a Noemí, parada en el marco de la ventana abierta): –¿Qué haces ahí, loca?
Noemí: –Me voy. No llores, recuerda que ya no eres una niña. Piensa que no pasa nada –agrega antes de arrojarse al vacío.