En varias ocasiones hemos hablado de Azcapotzalco, una de las alcaldías con historia, más rica y antigua –anterior a la Ciudad de México, hoy Centro Histórico– que data del siglo XIII, cuando se establecieron en ese lugar los tepanecas (los que viven en el pedregal). Fundaron el que llegaría a ser un pueblo poderoso que dominó a los más importantes de la cuenca.
No obstante, de ser una de las zonas industriales más importantes de la capital –en muchas partes mantiene un aire provinciano–, conserva tradiciones y monumentos y una interesante historia.
Vamos a transcribir unas líneas de lo que publicamos hace un tiempo: “El señorío de Azcapotzalco decayó alrededor del año 1428, cuando los mexicas, tlatelolcas y texcocanos los vencieron en una feroz ofensiva hasta sacarlos de su territorio.
“Tras la Conquista, los frailes dominicos fueron los encargados de la evangelización, construyendo el templo y convento de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, belleza arquitectónica que aún existe. En el claustro principal, una de las vigas del techo tiene la fecha de 1565. El interior del templo conserva la capilla del Rosario, joya barroca, que luce magnífico retablo churrigueresco”.
Desde 1997, durante su primera gestión como delegado, Pablo Moctezuma inició el rescate de un área del parque Tezozomoc, importante pulmón de la demarcación y sitio de recreación de los chintololos, como se autonombran sus habitantes.
En ese primer periodo se reubicó en un sitio idóneo un cuartel de la policía y comenzó la construcción de dos museos. Sólo dio tiempo de terminar el Centro-Museo de Pueblos Originarios, que incluía medicina tradicional, temazcales, talleres de artesanos, y de lengua y canto. También se iniciaron las obras del Museo de Azcapotzalco, que entre otras cosas iba a albergar importantes hallazgos arqueológicos, como la notable cerámica Coyotlatelco.
Se acabó su periodo de gobierno y los subsecuentes dejaron en el abandono el proyecto. De regreso como delegado para el periodo 2015-2018, Moctezuma retomó el plan museístico y logró inaugurar ambos recintos, de los cuales escribimos una crónica en estas páginas.
Vino la pandemia, otra administración y la alcaldesa Margarita Saldaña los cerró, primero por la emergencia sanitaria y después adujo mantenimiento.
Al Museo de los Pueblos Originarios le mandó cubrir el hermoso mural alegórico de la flora y tradiciones de Cuetzalan, obra del artista de esa población Gregorio Méndez Nava, y sacó la valiosa colección de máscaras de todo el país, que reunió el escultor-antropólogo Jaled Muyaes con su esposa Estela Ogazón. La trasladó al recinto adjunto y lo convirtió en el Museo de Arte Tridimensional.
Fue un atropello al patrimonio cultural que merece una denuncia; coincidimos con Moctezuma en que “cada alcaldía y municipio necesita un espacio para los pueblos originarios, cimiento de nuestra cultura, que han sido sistemáticamente marginados y despreciados; conservar su memoria histórica, identidad y apego a sus lugares de origen es clave en la vida nacional”.
El Museo de Azcapotzalco nos lleva por la historia de esta demarcación desde el Pleistoceno hasta el siglo XX; en la sala de arqueología se exponen más de 400 piezas encontradas en distintas épocas que se consiguieron con el INAH. La señora Saldaña lo pintó de color chicle y lo reinauguró como Museo Regional. Lo más patético es que en la entrada colocó una enorme placa metálica en que lo anuncia como obra del gobierno delegacional 2000-2003 y, por supuesto, con su nombre a toda vela.
Para aliviar la pena de advertir que siguen vivas esas supercherías de la vieja política, vamos a comer al Nicos, en avenida Cuitláhuac 3102. Recientemente renovado en su decoración, nos ofrece la misma extraordinaria comida mexicana que cuando nació en 1957. Su chef y dueño, Gerardo Vázquez Lugo, lo define como un restaurante de barrio donde se respeta al producto y los pequeños productores mexicanos. Hay que decir que fueron parte importante del grupo que impulsó a la comida mexicana como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
Les comparto las sabrosuras del desayuno: comenzamos con un buen café y otros, con chocolate espumoso, todos con un bizcocho recién horneado.
De plato fuerte: tortilla de quelites, enchiladas nicos rellenas de pechuga, rajas, crema y queso gratinado; las gorditas de chicharrón prensado y manitas de cerdo en salsa verde con nopales.