Élites. Debatimos y analizamos demasiado los guiños y dichos de las élites económicas y políticas. No es para menos en un país en que el espacio público se ha definido por su accionar.
Organizaciones civiles. Al mismo tiempo, reflexionamos menos sobre las transformaciones y los movimientos en el subsuelo del país, en la sociedad. Un pequeño grupo muy activo en medios impresos y electrónicos, promoviendo causas claves para la democracia como los derechos humanos, los derechos de minorías, temas ambientales, de transparencia y contra la corrupción, y temas de justicia, entre otros, ocupan el espacio de la llamada sociedad civil. En general su labor ha sido encomiable y con resultados palpables, pero representan una clara minoría –además, concentrada en las grandes metrópolis– de la sociedad mexicana.
Una sociedad que se organiza permanentemente. Contrario a un perjuicio generalizado entre las élites, amplios segmentos de la sociedad mexicana sí están articulados alrededor de una gran variedad de temas específicos. Se trata sobre todo de colectivos informales que nacen y desaparecen con enorme rapidez y facilidad, pero en todos los casos su punto de referencia es el Estado mexicano. Lo cual es consistente con el papel decisivo que el Estado ha jugado y juega en nuestras vidas. La gente se organiza por tres motivos centrales: para demandarle bienes y servicios al Estado, para defenderse del Estado y para ocupar los vacíos que deja la ausencia de Estado. Me refiero al Estado en sentido amplio: gobierno federal, estatales y municipales, legislaturas, y jueces, tribunales, ministerios, policías, y ejército. Y los tres motivos pueden no ser sucesivos, sino simultáneos.
Enzo Traverso. El historiador italiano publicó hace unos años un libro sobre el concepto de revolución: una historia intelectual (ed. Akal, 2022) que, según la gran experta en neoliberalismo, Wendy Brown “no viene a enterrar ni a alabar el impulso terrenal de tomar el cielo por asalto, sino a entenderlo de nuevo”. Ese nuevo entendimiento parte de una pintura de por sí icónica, La balsa de la Medusa de Théodore Géricault. Para Traverso, siguiendo a varios autores, las imágenes son creaciones vivas que trascienden los propósitos del autor y crean nuevas significaciones con el paso del tiempo. Así, se pregunta Traverso ¿cómo no ver en esa balsa los restos de un movimiento que –al igual que la fragata que surca el océano– apuntaba a conquistar el futuro y terminó en un naufragio?
Figuras del pensamiento. Siguiendo a Walter Benjamin, Traverso habla del pensamiento en imágenes, es decir, imágenes que trascienden las palabras y condensan en sí mismas ideas, experiencias y emociones. Traverso analiza tres símbolos que podrían resumir las experiencias populares de los siglos XIX y XX. Entre ellas la barricada, sobre la que concluye que, si tuvo un impacto tan profundo en el espíritu y está grabada en la memoria colectiva, fue en virtud de su carácter a la vez anónimo y espectacular. La creación espontánea que los guardianes del orden no sospechan posible, porque no ven capacidad de organización de la gente.
Los símbolos amargos. Si quisiéramos encontrar en el siglo XXI mexicano algo que asemeje a la barricada es a la vez mas cotidiano y por lo mismo, más heroico y mas doloroso. ¿Se han fijado como de unas décadas para acá la gente toma calles, avenidas, carreteras, edificios para exponer al mismo tiempo demandas, agravios, rechazos y posibles soluciones? Es en esa transgresión a escalas diferentes que desarticula las ciudades, o entorpece el tránsito, donde los modernos rabiosos encuentra su mejor arma para que los tomen en cuenta, los pelen o se sientan las autoridades amenazadas.
Las buscadoras. La versión más dramática de lo anterior son las madres buscadoras de desaparecidos. Ese es el símbolo del México hoy. Y todos estos símbolos expresan el síndrome de un Estado colapsado.
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