Esta es la flor / del partisano
Muerto por la libertad
Antes de la pandemia, los músicos estaban mal. Durante el encierro, su situación empeoró notablemente. Hoy, siguen abandonados y a la deriva. Una de las consecuencias de la pandemia fue la asombrosa proliferación de músicos ambulantes por las calles de numerosas colonias de la capital. Entre los muchos que transitaron (y siguen transitando) por mi barrio, llamó mi atención un saxofonista que en cada uno de sus periplos tocaba una melancólica versión de Bella Ciao. Me pareció hasta cierto punto insólito que un músico ambulante tocara este himno de la resistencia antifascista italiana por las calles de la Ciudad de México, así que después de escuchar Bella Ciao por tercera vez, decidí conocerlo. Tuvimos una breve conversación, durante la cual aprendí algunas cosas sobre su vida y su música.
Se llama Galdino, tiene 26 años y viene de Acatlán de Osorio, Puebla. Allá pertenece a un grupo musical al que la pandemia sumió en una pobreza aún más severa; él y los músicos de su banda tocan todo de oído, ya que ninguno ha podido hacer estudios musicales formales. Dice Galdino que en Acatlán de Osorio apenas se estudian, azarosamente, las letras y los números; allá en su pueblo la educación, cualquier tipo de educación, tampoco es prioridad de las autoridades. Dice Galdino: “Sí queremos aprender la nota y todo eso, pero no hay dinero para eso”. Y yo digo para mis adentros: “ni habrá”. Galdino me cuenta que como no puede estudiar música, cuando escucha una canción que le gusta, se sienta, busca el tono, saca la nota y reconstruye trabajosamente la melodía; pero dice que ya le cuesta menos, que ya le agarró el modo. Dice también que en este proceso se ayuda poniendo la canción en un celular que le regalaron. Galdino habla fluidamente el mixteco, pero el castellano aún le cuesta un poco de trabajo. Me cuenta que su ciclo de vida es prácticamente el mismo desde la pandemia: hace la agotadora peregrinación desde su tierra hasta la capital, toca por las calles y los barrios, ahorra casi todo el dinero que le dan los vecinos, y regresa a casa. En sus andares viene invariablemente acompañado por su hijo Isaac, de nueve años, ataviado con la imprescindible gorra de beisbol puesta al revés. Isaac tiene una hermana y ya está aprendiendo a tocar el saxor o bombardino. Cuando viene a la metrópoli, Galdino e Isaac se quedan entre 20 días y un mes. Padre e hijo recorren las calles de la ciudad haciendo música, mientras la esposa, Karen, y la hija, Sandra, venden dulces. Los cuatro pernoctan en un minúsculo cuarto de azotea por el rumbo de Tláhuac. La familia gana alrededor de 250 pesos al día; a veces les regalan comida en las fondas y en las cocinas. Después de trabajar de sol a sol durante su estancia en la Ciudad de México, emprenden el fatigoso camino de regreso. En sus propias palabras: “Ya me regreso allá, a trabajar. Tengo unos chivitos. Doce chivitos nomás. Ya cuando no tengo dinero me vengo para acá. Veces vendo un chivito”. Y añade que así ha ido perdiendo su magro patrimonio, porque la música prácticamente se acabó. Apenas unas cuantas tocadas en fiestas y eventos sociales, muy de vez en cuando. Esporádicamente, la banda de Galdino es invitada a tocar a los pueblos cercanos: “A veces en fiestas, a veces cuando uno se muere; también tenemos una canción de muertitos. Pero allá casi no pagan nada”.
¿Y Bella Ciao? Galdino afirma haberla aprendido después de escucharla varias veces en YouTube; sólo sabe que es italiana y la conoce también por el título alternativo de La casa de papel. Uno de sus colegas de la banda, que toca el saxofón tenor, la aprendió de la misma manera, a base de repetición; el de Galdino es un saxofón alto, que le enseñó a tocar su hermano Mario. Antes, tocó la tambora y la tuba durante varios años.
Anochece. Galdino e Isaac toman rumbo hacia la avenida Revolución. Minutos más tarde, vuelvo a escuchar, a la distancia, la melodía de esa triste canción de partisanos. Galdino me ha dicho que a duras penas lee el castellano. He hecho para él una copia de la letra de Bella Ciao. Se la ofreceré, y la leeré para él, cuando el músico mixteco, su saxofón y su hijo vuelvan a pasar bajo mi ventana.