Las ultraderechas suelen sustentar su visión del mundo en un hatajo de pulsiones antimodernas: el sometimiento a algún puritanismo religioso, incapacidad de aceptar la eterna diversidad humana, un credo antigualitario y, muchas veces, una interpretación conspirativa de la realidad. El partido español Vox no es la excepción a esta regla y en ello se asemeja a ultraderechas históricas en España, como el franquismo.
Sin embargo, el partido de Santiago Abascal ejerce un franquismo discreto. Como señala Matilde Eiroa, si bien en su discurso Vox suele cuidar no hacer muchos elogios al dictador Francisco Franco, comparten con él su versión de la historia española del siglo XX, en especial el periodo de la Guerra Civil (1936), donde niegan el golpismo fascista del generalísimo e imputan todos los males, sin evidencia, al bando republicano y a una presunta “amenaza comunista” mundial de entonces.
La discreción con que Vox abraza el franquismo es pragmática. No es novedad que las ultraderechas en España disimulen sus afectos con tal de lograr fines concretos. Concluida la Segunda Guerra Mundial, Francisco Franco, pese a su inercia fascista, debió hacer un deslinde de su reciente alianza con Hitler para no quedar aislado en el naciente panorama internacional. La vía para hacerlo fue exaltar el catolicismo y renegar del “paganismo de los nazis”. Al mismo tiempo, España solidificó alianzas con países árabes dada la simpatía personal de Franco por Marruecos. Hoy Vox, que ve como enemigos a esos países, parece matizar su franquismo para así poder dar rienda suelta a sus bravatas xenófobas contra el Islam.
Los mitos con que Vox interpreta el mundo no son originales, aunque es reveladora su estrategia para tornar esa vulgata obsoleta en un relato épico y supuestamente impugnador del statu quo. Para lograrlo, recurren no a una lectura conservadora de la historia, sino a su deliberada falsificación; y, también, a disfrazar de “rebeldía” a taras tan viejas como dañinas, como la homofobia y misoginia. Centrémonos en la primera vertiente: el descarado falseo de hechos del pasado para alimentar prejuicios del presente. Vox sustenta su visión, como señala el historiador Jesús Casquete, no en un insumo de ideas, sino en una rescritura del pasado, donde sin rigor omiten o inventan hechos con tal de reforzar su interpretación.
Así, para Vox España nace en el siglo VIII en la Batalla de Covadonga contra los musulmanes. Ahí sería la génesis de la hispanidad, vertebrada por dos pilares: el catolicismo y la expansión de esa identidad. Ello es la fuente de la principal reivindicación ideológica de Vox: el pasado colonial español, que interpretan como una especie de imperialismo bueno (a diferencia del imperialismo “malo” inglés, que exterminó grupos indígenas en vez de bautizarlos) que se dedicó a hermanar a millones a través de la religión.
En esa glorificación de la Colonia, Vox omite matanzas y sincretismos, que nunca forjaron naciones homogéneas en las tierras conquistadas por España, en una falsificación que pretende mantener vigentes taras propias de pasados caducos. Es debido a esa postura que América Latina (AL) juega un papel crucial en la vulgata de Vox, pues es la región que para ese partido representa el rostro de ese imperialismo “bueno”.
Ello debe encender las alarmas en AL. No sólo porque los avances de cualquier ultraderecha en el mundo son una mala noticia para la humanidad en su conjunto, sino porque el proyecto de Vox entraña una agenda en política exterior cuya prioridad es una confrontación con los gobiernos progresistas de AL, a los que reducen a ser “cártel de comunistas y narcotraficantes”. Así, el partido de Abascal escupe un sermón añejo, aunque sólo cambia de dirección: mientras el franquismo pretendió ser un muro geopolítico de contención contra el comunismo del este a través del catolicismo, Vox pretende erigirse en muro trasatlántico que impugna a los “comunistas” de ultramar en AL. La pregunta es a través de qué medios quiere tal contención. ¿Mediante la reconquista económica, como intentó el Partido Popular? ¿Mediante las “guerras culturales” que enarbolan otros fascistas marginales en la región? ¿Mediante apoyar grupúsculos locales de fanáticos de extrema derecha, como el Vaticano en la guerra fría? ¿A través de la mera conflictividad diplomática?
Además de las intenciones de Vox, hay que señalar que nunca faltarían cómplices en AL que quieran facilitar su cruzada posfascista. Ya la petrolera Iberdrola enseñó que puede enseñorearse en AL comprando funcionarios, o ya varios senadores del PAN en septiembre de 2021 mostraron su afinidad con Vox al recibir a Abascal y firmar con él la Carta de Madrid, contra el “comunismo” en la “Iberosfera”.
Por más burdo que sea el ideario de Vox, su discurso no sólo interpela a hordas fanatizadas. En octubre de 2022, en una cumbre de la Iberosfera, Abascal expuso su “preocupación por lo que el socialismo hace en AL” e invitó a “liberales y progresistas moderados” a juntarse con él para contener sus estragos. El tema toca a México. Hoy las derechas mexicanas procesan su candidatura presidencial de cara a 2024. Sin importar quién enarbole tal cargo (así sea alguien disfrazada de progresista), la tesis que une a esa fuerza opositora semeja mucho a la tesis de Abascal: sólo basta cambiar “socialismo” por “populismo” en la consigna; y mirar a muchos cabecillas de esa alianza opositora (como Fox o Calderón), quienes en su currículo –sobre todo en el rubro energético– son cómplices de las derechas españolas en su intento de reconquista de AL.
* Académico de la Universidad de Hradec Králové, República Checa. Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional