En un viaje por carretera desde Aguascalientes a la Ciudad de México, Jaime Lozano recibió la llamada de un número desconocido. Lo buscaba Juan Carlos Rodríguez, presidente de la Federación Mexicana de Futbol (FMF). La oferta era laque cualquier entrenador espera al final de un largo camino. Después de caer en semifinales ante Estados Unidos en la Liga de Naciones de Concacaf, la selección enfrentaba una situación de urgencia rumbo a la Copa Oro. En menos de seis meses, la lista de candidatos para suceder en el cargo a los argentinos Gerardo Martino y Diego Cocca se había agotado.
Sin el crédito de los dueños, Lozano asumió la transitoria encomienda de ser timonel interino. Su misión era remendar en siete partidos los agujeros de un equipo que perdió notoriedad ante rivales modestos de la zona. Cuando el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, le entregó la medalla de campeón en el SoFi Stadium, en Los Ángeles, le dijo que su mundial sería el de 2026. Lo que no sabía el italiano es que con la Copa se terminaba también su contrato.
“Debe ser esto lo más parecido a un rencuentro de Jimmy con su infancia”, afirma el ex futbolista y entrenador Gerardo Galindo, uno de sus amigos cercanos. La imagen tiene que ver con un hombre de mediana estatura que abraza a su madre, en medio del campo de juego, y baila de manera infantil presumiendo su trofeo. Aunque ganó la presea de bronce en los Juegos Olímpicos de Tokio, Lozano desconocía esta forma de felicidad, la de ser campeón de Concacaf en la final contra Panamá.
“Jaime es un hombre con un liderazgo especial, inteligente y muy estudioso. No sólo sabe predicar con el ejemplo, sino que además mantiene una buena comunicación con los jugadores gracias a su temperamento y personalidad”, define el ex capitán de Pumas, Joaquín Beltrán. “Estaba preparado para dirigir a la selección en la Copa. Ahora puede sentarse a hablar (ante los directivos) y decir que merece el proceso completo hasta el Mundial”.
En la mente del entrenador, cada partido de México era una oportunidad de borrar las angustias del pasado. Pudo haber sido una fase de grupos más tranquila, pero otra vez, como en el Mundial, los planes se complicaron al perder contra Qatar (0-1). Era como si este equipo estuviera destinado a construir sus triunfos en condiciones épicas. Los que vivieron la etapa de Gerardo Martino y Diego Cocca coincidían en que el Tricolor necesitaba restablecer su vínculo con los aficionados, una cercanía que sólo podía generar alguien con su perfil.
“Su llegada nos dio credibilidad y mucha confianza, porque cree en el futbolista mexicano, en una manera de jugar que nos gusta y queremos tomar”, explicaba el experimentado portero Guillermo Ochoa, su principal portavoz en el vestuario. “Es un técnico que siempre ha estado listo. Ahora lo que se necesita es continuidad”.
A pocos días de iniciar la Copa Oro, México era una selección que necesitaba reconstruirse en un interinato. Eran días en que aficionados y usuarios de redes sociales pedían que se levantara la voz en la FMF, porque se iban las últimas oportunidades de iniciar un proceso con decisiones audaces. Cuando Lozano aceptó dirigir al equipo a bordo de su camioneta, lo único a favor era una decena de seleccionados que habían trabajado con él en los Juegos Olímpicos dos años antes.
Entre ellos estaban Luis Romo, Uriel Antuna, Henry Martín y el propio Ochoa. Pero ni siquiera eso le servía para ser considerado como un candidato firme para llegar al Mundial. Tan sólo el viernes pasado, el presidente ejecutivo de la Federación, Ivar Sisniega, señalaba que ganar el torneo no era una garantía para la continuidad de Lozano. “No es un tema de votos, sino de criterios”, sostuvo el directivo. “Queremos agotar los procesos, armar una estructura completa. Jaime está entre los perfiles, pero necesitamos tiempo”.
El mérito de Jimmy, hijo de dos destacados personajes de la televisión mexicana –Jaime y Ana Bertha Espín–, fue la tranquilidad que mostró en un contexto de críticas voraces. No hubo altisonancias ni respuestas polémicas. Todo partió de lo que sus grandes maestros, entre ellos Ricardo La Volpe, alguna vez le enseñaron. El título de la Copa Oro masificó en los pasillos de la concentración mexicana una nueva manera de conducción.
El Tri no ganaba este torneo desde 2019, cuando casi todo pareció derrumbarse. Ahora el espíritu del grupo de jugadores también es el del cuerpo técnico. “Quizá no sé tanto, pero sí lo suficiente para poner a la selección donde hoy está”, sentenciaba Lozano antes de irse. Un giro poético que contrasta con sus vacaciones en el mundo de fantasía de Disney World, a la espera de recuperar su trabajo como el último técnico nacional en ser campeón.
El naufragio
El Tri nunca avanzó más allá de cuartos de final en una Copa del Mundo y solía tropezarse de manera histriónica en la fase de octavos. Pero desde 1994 se volvió una norma avanzar en la primera ronda y ahí terminaba todo. Algo así como una tímida costumbre. Por eso el fracaso de Qatar 2022 fue estridente, al ser eliminados en la primera vuelta devolvió la memoria a los años de los “ratones verdes”, a esa era que parecía superada, de una selección apocada y trágica porla que no se daba gran cosa y que en Argentina 1978 (con goleada de Alemania), tocó los niveles más expresivos del fracaso. Cuatro años después ni siquiera fue al Mundial deEspaña 1982, porque Honduras lo derrotó en la eliminatoria.
Qatar fue un viaje en el tiempo a esa época. Y lo que sobrevino en los meses siguientes sólo abonó en el naufragio. Con la barca de la selección haciendo agua, una nueva derrota ante Estados Unidos (3-0) durante las semifinales de la Liga de Naciones de Concacaf en junio pasado, hizo temer a los dueños del negocio que se aproximaba un tremendo choque contra un iceberg.
Cada nuevo entrenador, se sabe, llega al Tri con la esperanza de que ese será el nacimiento de una época dorada para cumplir un sueño inalcanzable. Ese fue el ambiente con la llegada de los argentinos Gerardo Tata Martino, responsable en el hundimiento de Qatar, y Diego Cocca, en el timón durante el desastre de la Liga de Naciones. Ambas cabezas rodaron y, en consecuencia, dejaron una selección acéfala, para mantener la metáfora de la guillotina.
El camino al próximo Mundial en México, Estados Unidos y Canadáen 2026 no será necesariamente una senda de ladrillos amarillos rumbo al éxito. Sin una eliminatoria, por tener la presencia asegurada como anfitrión, el proceso será entonces de reinvención total y cuya prueba directa será la Copa del Mundo.
Ese entrenador, por ahora desconocido, será el encargado de conducir la nave bajo las nubes del fracaso de Qatar. Y también de convencer a dueños del negocio y aficionados que esta vez sí se puede.