“Yo soy yo y mi circunstancia” dice la famosa frase de Ortega y Gasset. ¿Qué pasaría si trasladamos la aseveración a nuestro país? El país es el país y su circunstancia. Lo que históricamente nos ha azotado y fortalecido, lo que somos y lo que cargamos, y nuestra coyuntura, nuestros riesgos y oportunidades. La reflexión hoy me parece pertinente, abierta la contienda electoral, donde México es el país, y su circunstancia; su creencia cíclica, sexenal, de un cambio de rumbo que redefina el porvenir, la esperanza, que cada seis años es inagotable, de que los problemas sean resueltos con la energía y voluntad de un nuevo liderazgo.
La posrevolución creó en el imaginario colectivo una idea de estabilidad social y económica. Un país de crecimiento económico, de migración del campo a la ciudad, de dinamismo industrial y, hay que decirlo, seguridad. Los años 70 y 80 cambiaron esa sensación de tranquilidad y paz. Hay una enorme coincidencia en que el gran pacto social y político nacional se rompió en octubre de 1968, y dos décadas de crisis económica, de deuda e inflación, terminaron por configurar un escenario que de alguna manera prevalece: un país que se prepara siempre para lo peor, que sabe que todo puede venirse abajo en un segundo. El clímax de esa historia es 1995-2000. Después de la firma del TLC y de un sexenio en que la narrativa y la expectativa habían cambiado y crecido, todo, lo político, lo económico, el acuerdo institucional básico, se nos vino abajo. El país y su circunstancia. En medio de la crisis, México construyó la alternancia en el poder y las instituciones que la garantizaron. Pero algo estaba roto y en aquel momento no se veía con claridad, y así llevamos 20 años de una descomposición gradual, sostenida, alarmante, en materia de seguridad, de debilitamiento del Estado frente al poder del crimen y del crecimiento de una base social que, con total pragmatismo y en la total desconexión con ese país que queremos construir, forma los ejércitos que vimos en la Autopista del Sol hace una semana.
Por eso, quien aspire a gobernar México en 2024 debe entender que no solamente se trata del desafío histórico de llevar las riendas de una nación en sí muy compleja, sino las riendas del país y también de su circunstancia.
¿Y cuál es nuestra circunstancia? Una paradoja brutal. Gracias a Donald Trump y a su guerra comercial con China, la palabra nearshoring se convirtió en el nuevo TLCAN. No solamente las líneas de producción se mueven de China a México; las propias empresas chinas buscan plantas y naves industriales a lo largo y ancho de la República para relocalizar su producción; la logística no tiene ideología.
Ante esa oportunidad dorada, tal vez una en cada siglo, la circunstancia nacional no podría ser más complicada: la inversión está ahí y quiere llegar, pero las condiciones de seguridad le hacen difícil la tarea. Los jóvenes quieren estudiar, prepararse y trabajar, pero los coopta el crimen, la economía criminal que tiene otro PIB, otra lógica, otras reglas e “instituciones”. Y la discusión fiscal, que por décadas entretuvo a la clase política, se vuelve irrelevante ante un entramado de múltiples grupos criminales que cobran derecho de piso, establecen tasas, plazos, y son, de facto “otro SAT”, para cientos de miles de pequeños comercios.
Por eso, en 2024 no solamente habrá que gobernar a México, sino intentar gobernar su circunstancia. No es la primera vez que pacificar al país es la gran necesidad nacional. Lo fue en el convulso siglo XIX, lo fue hace un siglo terminada la Revolución, y lo es ahora. La diferencia sustancial es que en el siglo XIX la paz era impensable entre dos visiones distintas de país; en la posrevolución, la paz era una precondición para volver a hacer política y dirimir la lucha de facciones y las divergencias de proyectos políticos que, sin embargo, coincidían ya en una República democrática y federal. Hoy, la paz es más escurridiza. No se disputa el territorio una facción contraria al gobierno; hay una coincidencia de todos los actores políticos sobre la forma de gobierno y coincidencias mínimas sobre los cómo. Pero en nuestra circunstancia, la paz depende de la capacidad de recuperar los espacios que el Estado ha perdido ante un monstruo económico llamado narcotráfico, que lo ha desplazado y arrebatado su función. Esa circunstancia debería ser la coincidencia de los proyectos políticos que, aun emanando de fuerzas distintas, se presenten a México en unos meses más. Ese es hoy México y su circunstancia.