Las recientes decisiones de la Suprema Corte de Estados Unidos han abierto un caluroso debate sobre el papel que esa institución debe jugar en la interpretación de la Constitución y la codificación de las leyes secundarias que le dan viabilidad.
La cancelación sobre el derecho al aborto, la del programa de Acción Afirmativa y el rechazo a condonar la deuda de los estudiantes de educación superior de bajos ingresos han causado gran molestia en amplias capas de la sociedad, en especial en las mujeres, los negros y latinos, y en general en la población de bajos ingresos.
La discusión sobre la pertinencia de tales decisiones y las bases en que los seis jueces conservadores de la Corte las fundamentaron ha sido prolífica y aleccionadora. La discusión ha trascendido y hoy la pregunta es: ¿qué papel juega la Corte en la sociedad actual? Es evidente que su activismo reciente en temas tan polémicos como el aborto y la Acción Afirmativa, y en un pasado no tan lejano en la forma de financiar las campañas electorales, ha dejado claro que algunos de sus integrantes actúan como miembros de un partido político y no como los jueces imparciales que deben ser. Su tradicional obligación de vigilancia y contrapeso de los poderes Ejecutivo y Legislativo es cosa del pasado; cada vez es más evidente que su interpretación de la Constitución está matizada por la ideología de sus miembros más conservadores. Esto último se ha convertido en una rémora que no corresponde a las aspiraciones de modernidad de una sociedad que se niega a quedar anclada en el pasado. En la actualidad, la Corte parece navegar a contracorriente de las aspiraciones de la mayoría de la sociedad. En su legado, la distinguida magistrada Ruth Bader Gisnsburg lamentó que la Corte se hubiera convertido en obstáculo para el progreso social y las reformas que cristalicen en ese progreso.
Cómo reparar esta Corte, se pregunta la profesora Lynda Greenhouse, quien ha escrito extensivamente sobre la historia contemporánea del máximo tribunal ( NYT, 10 de julio). En su artículo da cuenta de algunas conclusiones a las que llegó la comisión que el presidente Biden creó para revisar la situación actual de dicha institución. “Cómo pensar en la Corte actual, cuyo extraordinario poder descansa en una súper mayoría de jueces cuya agenda es conservadora… El poder individual que cada juez tiene sobre la vida de los estadunidenses debe ser motivo de gran preocupación para legisladores, abogados y ciudadanos en general, de todo el espectro ideológico… En la historia de Estados Unidos, la Suprema Corte, con frecuencia ha sido obstáculo para el progreso, y por razones de estructura (política), es muy probable que continúe así.”
En opinión de diversos especialistas, la Corte ha perdido el tradicional respeto que se tenía por ella y se ha vuelto punta de lanza de los conservadores apuntalando una política que coarta derechos de las minorías. Pero aún más grave es la forma en que algunos jueces que la integran han violado la ética que deben tener dentro y fuera de la institución. Es un escándalo la forma en que trivializan el significado de las prebendas que reciben de quienes son parte de algún litigio que se dirime en ella. Parafraseando a uno de los jueces federales de mayor jerarquía aparecidas la última semana en el NYT, en un país de más de 330 millones, mil 500 personas integran el Poder Judicial, la integridad con que estos últimos se conducen es la percepción que la sociedad tiene no sólo de ellos, sino del Poder Judicial en general. En el caso de la Suprema Corte de la Nación, tristemente, algunos de sus miembros han socavado la confianza en ese magno tribunal… ¿Qué ha pasado con la Corte?, se pregunta a manera de conclusión.