De pocas cosas puedo sentirme más orgulloso que de lo que se hizo en la cancillería mexicana, cuando milité en sus filas, a favor de rescatar la memoria de don Gilberto Bosques, convertido ya, con toda justicia, en un verdadero emblema de lo que fue antaño la magnífica política exterior mexicana.
La fecha clave fue el 4 de agosto de 1988, hace ya 35 años: después de casi un cuarto de siglo de vida muy discreta, en Tlatelolco, orgullosa sede que fue de la cancillería mexicana, se le hizo un emotivo homenaje en el que predominaron las canas. Todos tenían sobrados motivos de gratitud, especialmente quienes habían logrado sobrevivir, gracias a él, a la persecución de nazis alemanes y, sobre todo, de fascistas españoles.
Aunque la ceremonia fue muy austera, hubo que hacer mucho trabajo previo. Podría decirse que se preparó durante casi un par de años.
El hombre cedió ese día al magnífico Archivo Histórico Diplomático Genaro Estrada, los papeles de su acervo personal relacionados con la política exterior, en el cual se estuvo trabajando varios meses para dejarlo en óptimas condiciones para darle la bienvenida a su nueva casa.
También se presentó en aquella ocasión el segundo libro de la colección Historia Oral de la Diplomacia Mexicana. Habíamos hecho otro antes, con la principal intención de capacitarnos para que el dedicado a Bosques saliera lo mejor posible. Previamente se le hicieron muchas horas de entrevistas que no fue fácil para la entonces joven historiadora Graciela de Garay, transcribirlas, ordenarlas y sistematizarlas debidamente.
Vale decidir que, de dicho libro, se han realizado varias ediciones. Incluso, años después, se hizo una tan sólo con lo que se refería a Cuba, para recordarle específicamente al gobierno de ese país lo que el embajador mexicano había hecho durante la época de Batista y los primeros años de la revolución, para que suavizara su inquina en contra de nuestro país y su embajador José Piña, por aquel estúpido “comes y te vas” que le endilgó a Fidel Castro el muy lamentable binomio Fox-Castañeda.
Bien claro está que fue en 1988 cuando se empezó a recuperar la memoria de la enorme gesta de Bosques en Francia, Portugal y Cuba, lo que dio lugar a que después se le hiciese algún reconocimiento en su natal Puebla, en la misma Ciudad de México y otros lugares.
Varias conferencias ha impartido el suscrito en Guadalajara, donde es más fácil, en Tijuana, donde también tiene quereres, aunque en Ensenada fue rechazado… en Monterrey y, claro, en la misma Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Pero, además, ha habido otras en el extranjero: La Habana, Madrid, Barcelona, Girona, Tarragona y otras ciudades catalanas.
Bosques “colgó los hábitos” cuando supo que Díaz Ordaz, su paisano, a quien conocía muy bien, sería en diciembre de 1964 el nuevo presidente de la República…. Lo que le dijo al todavía presidente López Mateos fue que no quería verse “obligado a colaborar con ese señor”. Hacía entonces 74 años que había nacido en Chiautla. El 20 de noviembre de 1910 había estado a punto de morir en Puebla, cuando se reprimió a los Serdán y compañía, luego luchó contra Victoriano Huerta y combatió la invasión yanqui en Veracruz. En suma, Gilberto Bosques Saldívar es uno de los mejores mexicanos que en el mundo han sido.