Sao Paulo. La reina del futbol, la brasileña Marta, aún no tiene corona y conseguirla en la Copa del Mundo de Austra-lia y Nueva Zelanda no pinta fácil, ni siquiera para esta mujer acostumbrada a hitos y luchas que disputará su sexto y último Mundial (20 de julio-20 de agosto) a los 37 años.
La goleadora histórica de los Mundiales (17 goles, uno más que el alemán Miroslav Klose) deberá liderar a una selección renovada y fortalecida colectivamente, pero que por el poderío de rivales como Estados Unidos, Alemania o Suecia no parte favorita para bordar su esquiva primera estrella.
No será, sin embargo, la primera vez que Marta Vieira da Silva, máxima artillera de su país, con 122 tantos en 186 partidos, más que las 77 dianas de Pelé y de Neymar, luche contra las adversidades.
En su natal Dois Riachos, en el estado de Alagoas, en el empobrecido noreste brasileño, le dijeron desde chica que “no era normal” que una niña jugara al futbol.
Algún entrenador prefirió incluso retirar a sus dirigidos de las competiciones antes que permitir que enfrentaran a una mujer. “Esquivaba a todos, de un lado a otro, para atrás, para el frente. Parecía que volaba”, recordó la ex portera Meg, su compañe-ra cuando llegó con 14 años al Vasco da Gama de Río de Janeiro.
Loca por el balompié
Entonces pocos imaginaban que esa jovencita loca por el balompié se convertiría en una de las caras globales del deporte más popular, con seis premios a la mejor jugadora, apenas por detrás del argentino Lionel Messi (siete) y superando al portugués Cristiano Ronaldo (cinco).
Los juicios y los uniformes de hombre que se descolgaban por su menudo cuerpo terminaron forjando el espíritu de superación de quien O Rei, tricampeón mundial con la Seleção, llamó la Pelé con faldas.
Aunque conquistó tres Copas Américas (2003, 2010, 2018), se ausentó de la más reciente, ganada por sus compañeras en Colom-bia en 2022, debido a una lesión de ligamento en la rodilla derecha sufrida en su once, Orlando Pride (Estados Unidos), que la tuvo apartada de los campos durante casi un año.
Para la época ya se había consagrado de activista por la igual-dad de género, papel que desempeñó como nunca antes en la Copa de 2019.
Desde aquel torneo usa botines sin patrocinios de marcas deportivas, para concienciar sobre el desnivel de lo que ofrecen a hombres y mujeres. “Tenemos que seguir luchando”, afirmó entonces la mujer más famosa en llevar un 10 a la espalda.
“Cosa de hombres”
Dilma Mendes perdió la cuenta de las veces que fue detenida por la policía. ¿Su crimen? Jugar futbol, deporte que en Brasil estuvo prohibido a las mujeres durante casi cuatro décadas, por un decreto promulgado en 1941 por el entonces presidente Getúlio Vargas y que rigió hasta 1979.
“Cuando niña pensaba que la policía detenía a quienes hacían algo malo, y yo no me sentía practicando nada errado, así lo siento hasta hoy”, dice la ex mediocampista, actualmente de 59 años.
A comienzo de 1970, en su natal Camaçari, ofrecía helados a compañeros de juego a cambio de que le avisaran de la llegada de la autoridad. E incluso cavó un hueco, que llama “tumba”, al lado de la cancha para esconderse. Pero el plan a veces fallaba, era atrapada y trasladada a la comisaría.
“Los policías me trataban bien, pero algunos decían que no podía jugar, porque el futbol era cosa de hombres. Yo los cuestionaba: ¿dónde está escrito eso?”, recuerda. “No sabía que había una ley que prohibía a las mujeres jugar al balompié”.
El veto en Brasil surgió en medio del régimen conservador de Vargas y tuvo amparo, entre otros, en un “discurso biomédico” que consideraba a las mujeres más frágiles que los hombres, por lo que su “integridad física debía ser protegida”, según la investigadora Silvana Goellner.
“Ellas nunca dejaron de jugar, crearon estrategias para burlar la ley”, señala la coautora del libro Las pioneras del futbol piden paso: conocer para reconocer.
Algunas se vestían de hombres, jugaban en las noches o en espacios privados, o corrían en distintas direcciones cuando eran descubiertas para desorientar a los policías y evitar ser atrapadas.
Dilma Mendes, menor de siete hermanos, cinco de ellos hombres, se recuerda sentada en una silla de la comisaría de Camaçari orando para que su padre, su gran cómplice, fuera a rescatarla. Si su madre la recogía, sabía que recibiría de ella una zurra por practicar un “deporte de hombres”.
“Era duro llegar a casa y que tu madre y hermanos te pegaran, y al día siguiente tener que estar lista para volver a jugar. Era algo así como ‘mueres hoy y renaces el mismo día’, porque si dejas el renacer para otra jornada, sigues muerta. Vi a muchas amigas abandonar el futbol por culpa de ese proceso tan cruel”, afirma.
Brasil tuvo “grandes jugadoras” que no tuvieron “oportunidad”, señala. “La prohibición fue cruel, porque te quita los sueños”, cuenta entre lágrimas.
Tras retirarse, en 1995, se dedicó a la dirección técnica. Descubrió a la legendaria Formiga, ex mediocampista de la Canarinha, y ganó el Mundial de futbol siete de 2019 al mando de la Verdeamarela.