Michel Foucault consideró a la policía como “el golpe de Estado permanente”, frase que se hizo célebre, aunque pocas personas la asumen a cabalidad. El filósofo vivía y reflexionaba en Francia en 1978, cuando todavía funcionaba el estado del bienestar en lo que Frantz Fanon denominaba la zona del ser, allí donde la humanidad de las personas es respetada y la violencia es la excepción.
El curso de Foucault de 1978, recopilado en el libro Seguridad, territorio, población , se focaliza en el “gobierno de la población”, ejercicio del poder que tiene a los individuos como objeto, gobernar la vida de cada persona en sus mínimos detalles. El arte de gobernar con base en la “razón de Estado” consiste en “la búsqueda de una técnica de crecimiento de las fuerzas estatales, por una policía cuya meta esencial sería la organización de las relaciones entre una población y una producción de mercancías (p. 386).
Aclara que la policía no debe amoldarse a las reglas de la justicia, ya que sus reglamentos son de un tipo diferente a las leyes civiles. Los instrumentos de ese golpe de Estado permanente son las ordenanzas, las prohibiciones, los reglamentos y el arresto, con el objetivo de disciplinar. Como puede observarse, son los medios que desarrolló el estado del bienestar en la zona del ser.
Intentemos una reflexión guiada por la misma lógica para comprender la actuación policial en las zonas del no-ser (donde la violencia es la norma para resolver los conflictos), donde imperan los Estados para el despojo, desde que el 1% los secuestró para blindar sus intereses. ¿No estamos acaso ante policías que encarnan “el genocidio permanente” de los pueblos del color de la tierra?
Muchos pueden sentirse sorprendidos por semejante aserto, cuando no indignados porque siguen considerando las violencias policiales como excepcionales y creen que las instituciones del Estado son lo menos malo que le puede suceder a una sociedad. Veamos algunos ejemplos.
Los dos principales sindicatos policiales de Francia han declarado, durante las revueltas por el asesinato policial de un joven de ascendencia argelina, que están “en guerra” contra adolescentes a los que consideran enemigos a eliminar, aunque se refieren a ellos como “hordas salvajes de alimañas”.
El sociólogo Denis Merklen, investigador en las periferias urbanas francesas y argentinas, considera en una reciente entrevista que se trata de declaraciones golpistas y recuerda que la policía hizo renunciar al ministro de Interior en 2019 cuando la rebelión de los chalecos amarillos (https://lc.cx/LomYW_). Agrega que “nunca hasta ahora la policía había matado a alguien desarmado baleándolo a pocos metros de distancia”, como sucedió con el joven Nahel. “Lo ejecutaron”, sentencia. Testigos aseguran que el policía gritó: “No te muevas o te meto una bala en la cabeza” (https://lc.cx/E3UkpV).
Luego trascendió que en las redes se creó un fondo de apoyo al policía asesino que recaudó casi un millón de euros en pocos días, cuando el objetivo inicial fueron apenas 50 mil. Días después salieron bandas de ultraderecha armadas con la consigna de “linchar negros y árabes”, complementando de este modo la labor policial, ya de por sí letal.
Los jóvenes sin futuro que se hacinan en enormes bloques en barrios periféricos, no se han limitado esta vez a quemar coches y edificios en sus barrios, como en revueltas anteriores, sino que atacaron comisarías y ocuparon el centro de las ciudades, allí donde duermen las clases privilegiadas.
El Estado fue implacable, sacando a la calle unidades antiterroristas como RAID (Investigación, Asistencia, Intervención, Disuasión, aunque el nombre designa “asalto militar”). Según algunos medios, RAID fue desplegado hasta en 13 ciudades, al considerar que los revoltosos practican “terrorismo callejero” (https://lc.cx/5rqf0B).
Por último, la impunidad. Merklen menciona que el defensor del pueblo presentó ante la justicia más de 3 mil casos de violencia policial. “Sólo dos de ellos llegaron a proceso”, sentencia. Nada sucede cuando esos mismos policías se manifiestan encapuchados y con sus armas de servicio, “exigiendo de nuevo el derecho a matar”, sin que el sistema político haga nada (https://lc.cx/E3UkpV).
Si esto sucede en Francia, sabemos lo que está pasando en nuestras tierras. En América Latina las policías son autónomas, se financian con las economías ilegales (juego clandestino, trata, narco, entre otros). En Río de Janeiro las milicias “son el Estado”, como asegura el investigador Claudio Alves. Son herederas de los escuadrones de la muerte porque, dice, “nunca salimos de la dictadura”, y hoy ya controlan directamente más de la mitad de la ciudad, mientras se expanden dentro del Estado.
Esto sucede en todos los países. La policía es el genocidio permanente de los sectores populares y de los racializados. No podemos ni debemos confiar en las instituciones estatales, ni en los que las gobiernan.