No leas con la voz del poeta, siempre la misma; lee con la del poema, en cada caso diferente.
El lirismo, asunto mayormente espiritual que técnico, suele de todos modos requerir de un entrenamiento, y todo entrenamiento exige técnica, que lleve al cuerpo, a la voz, a la escritura –concreción en signos–, la sensación o percepción aún no escrita del poema; que manifiesta haga la realidad potente, bien que aún sólo intuida, de esa ya probable, ya segura (habrá que verlo) inspiración.
Voz, sabido es, tenemos. Encuentre usted, en usted y en su escritura, la suya, el centro de la suya, y desde allí desplácese hacia las varias, muchas voces, que de seguro tiene, hallará.
El poeta pone en cuestión al lenguaje, porque éste, sin duda, ha puesto a aquél antes en cuestión. Entonces el primero, si poeta, si en verdad poeta, no se dejará del segundo. Saldrá sin duda herido, maltratado, maltrecho. Perderá cuántas veces se quiera, pero tendrá el orgullo de decir: “Él no se fue limpio, ileso, y aunque sea en las heridas que me llevo algo llevo (¿cuánto?, no sé) de lo que pretendía”.
Procure, le aconsejo, la sencillez. Menos literatura y más poesía. Escuche su propia voz, sin micrófonos ni distorsiones. Aclare su voz, y su oído, mientras escribe. La claridad se agradece siempre. Sea, más que claro, límpido, nítido. Transparente. Eso le va a hacer mucho bien, a usted mismo y a sus lectores. No se deje engañar por lo fingidamente literario. No haga visajes. Dé la cara, la desnuda cara. Nada más.
Plasmar la llaga. Alguien o dos o tres dijeron, estuvieron de acuerdo en que un poco conocido poeta natural que conocemos (otro día si se puede vemos qué significará o significa el término “poeta natural”) es lo que hace: plasmar la llaga. Les faltó quizá decir (a lo mejor sabían que no era en absoluto necesario): …y de manera ciertamente natural.
Pensé alguna vez que la poesía no se hace ni con ideas ni con palabras, sino con imágenes, y ahora me contradigo: no, no con imágenes, con voz. Mas voz que no haga imaginar no es voz, y si no hace pensar tampoco. Y si no sabe escuchar sus propias palabras, menos. Y si no sabe, la voz, que en toda voz habita, late, el manantial del canto… Aquí una voz me invita a que me calle.