Randy Arozarena se quedó a dos cuadrangulares de empatar a Vladimir Guerrero, ganador del Home Run Derby, que se disputó en Seattle, previo al Juego de Estrellas. Dos bambinazos para hacer lo que mejor sabe, que lo quieran aún más.
Anoche en el T-Mobile Park, la casa de los Marineros de Seattle, Guerrero se coronó con el mayor número de jonrones ante su propia afición al conectar 25 vuelacercas en la ronda final. El mexicano Arozarena llegó encarrerado, pero sólo bateó 23 cuando el reloj se detuvo.
El derby consistió en dos rondas antes de la final. En la primera tres parejas se eliminaban entre sí; después seguía una semifinal, donde Arozarena llegó encendido para conectar 35 tablazos y conseguir el boleto a la final.
El otro finalista se definió en un duelo más cerrado, Vladimir Guerrero, canadiense pero de padres dominicanos, sólo ganó por un jonrón de diferencia a Julio Rodríguez (21-20), quien había conectado el mayor número de vuelacercas de la noche en la primera ronda en la que la sacó 41 veces.
La competencia se realizó a contrarreloj y Randy tuvo que esperar casi 50 minutos desde su último swing para intentar llevarse la corona. Eso lo enfrió lo suficiente como para tardar en volver a enracharse con los tablazos.
Llegó a la caja de bateo con las botas vaqueras de la suerte al hombro, apenas las había sacado unos segundos antes y las exhibió en alto ante los aficionados que enloquecieron como si les mostrara una presa.
Vladimir fue el primero en probarse. Lucía cansado y sofocado, pidió un tiempo para recuperarse. Le daban aire con las toallas. Esos brazos musculosos parecían tan rígidos como el bate que debía empuñar. Con dificultad alcanzó los 25 bambinazos.
Llegó Randy, el cubano que se naturalizó mexicano y se robó el cariño de la gente. Estaba lento, los jonrones caían despacio, a cuentagotas, pues los brazos que acostumbran desaparecer la pelota ahora estaban lánguidos por el esfuerzo. A pesar de todo logró un bonus de tiempo, pero no de un minuto sino de apenas 30 segundos en los que tenía que lograr cinco cuadrangulares para empatar con Vladimir y extender la pelea.
“Na’, más son cinco los que te faltan, respira, tú puedes”, le decían sus compañeros. Pero en esos segundos que se iban veloces apenas logró volar la bola tres veces más y ahí se perdió todo. Vladimir fue el ganador de este Home Run Derby, también de un millón de dólares, una gruesa cadena dorada como un cigarro habano que lo acredita y un auto, pero sobre todo la alegría de un juego cuyo único sentido es la diversión.