Porfirio Muñoz Ledo encarnó como personaje político las ambiciones, contradicciones, engaños y errores del proceso mexicano de pretensión democrática y, en particular, de los episodios signados por la izquierda (1988, 2000 y 2006 en particular), el progresismo de frente amplio (2018) y el nacionalismo revolucionario (la presunta ideología del priísmo).
Cambiante conforme el tono del poder en turno lo requiriera, ejercitante de una notable inteligencia e histrionismo políticos, conocedor de los entretelones legislativos y partidistas (estuvo en el Congreso en diversas ocasiones y presidió los comités nacionales del PRI y el PRD), con aguda mirada en lo local pero también en las relaciones internacionales, Muñoz Ledo tuvo momentos estelares cuando rompió con el partido tricolor en el poder y, junto a Cuauhtémoc Cárdenas, encabezó el proyecto electoral de 1988 contra Carlos Salinas de Gortari y el neoliberalismo; cuando enfrentó al presidencialismo hasta entonces intocable, al interpelar a Miguel de la Madrid, y cuando fue elegido simbólicamente para colocar la banda presidencial a Andrés Manuel López Obrador.
Pero el político al que hoy se rendirá homenaje de cuerpo presente en la Cámara de Diputados no logró transferir sus capacidades y habilidades a la consolidación y durabilidad de proyectos colectivos trascendentes ni a la consecución de mejorías sociales palpables: de la Corriente Democrática, el Frente Democrático Nacional y el Partido de la Revolución Democrática pasó en 2000 a abandonar su nada firme postulación presidencial (por el palero Partido Auténtico de la Revolución Mexicana) para apoyar al panista Vicente Fox y ser premiado con un cargo diplomático de lujo; de su accidentada inserción al obradorismo, en un 2006 en que el Zócalo le brindaba rechiflas de las que le salvaría el propio AMLO, pasó a un final oscuro en el que terminó produciendo críticas a la llamada Cuarta Transformación y a su jefe máximo, que fueron y son la delicia mediática de los opositores a ese proceso.
A fin de cuentas, el saldo político de Muñoz Ledo es parecido al de otros personajes camaleónicos en el tambaleante proceso mexicano de apetencia democrática. Planes, proyectos, discursos, gestos, lances y emociones surcan el espacio político, pero lo que persiste es el continuo remozamiento de la fachada de un sistema que en el fondo no cambia ni lo deseado ni lo suficiente, así como la continuidad giratoria de un carrusel donde el oportunismo y la simulación se adaptan a circunstancias, siglas y banderas partidistas.
(Para abundar en el punto de las “delicias mediáticas” opositoras que fueron mencionadas líneas arriba: es tal la orfandad ideológica de tales adversarios a la 4T que van habilitando candidaturas que puedan parecerse inocuamente a lo que dicen combatir –“trotskismo” en Gálvez; “izquierdismo” en Creel– para tratar de ganar engañosamente lo que por propios recursos no pueden alcanzar; cosa parecida sucede ahora con Muñoz Ledo, convertido en referente crítico del obradorismo por oportunistas sin mejores provisiones).
El consorcio empresarial, mediático y partidista que organiza la candidatura presidencial opositora para 2024 intenta, fallidamente, que se le preste atención y se considere interesante el proceso ya determinado a favor de Xóchitl Gálvez. Pero no levantan pasiones ni el ex gobernador de Tamaulipas, Francisco Javier García Cabeza de Vaca (que se registró a larga distancia, por temor de ser apresado) ni Rafael Acosta, apodado Juanito, ni ninguno de los treinta y tantos aspirantes registrados finalmente.
En todo caso, el suspenso se ha centrado en las presiones del consorcio antes mencionado para que Movimiento Ciudadano se sume al PAN y lo que queda del PRI y el PRD. El dueño del negocio naranja, Dante Delgado, y el gobernador de Nuevo León, Samuel García, están en contra de esa anexión, mientras Enrique Alfaro y la fracción jalisciense de MC están a favor. ¡Oh, ¿cuál postura ganará?! ¡Hasta mañana!
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