En diálogo infantil entre dos niñas de no más de 10 años una le preguntaba a la otra: “¿Te gusta ser hormiguicida?” “No, ¿por qué?” “Porque veo que disfrutas al aplastar hormiguitas con el dedo”. “Es que mamá dice que transmiten enfermedades y contaminan alimentos, ayúdame”. Entonces, la niña del vocablo novedoso, sin cuestionar lo dicho, se sumó a la brigada en favor de la preservación de alimentos y medio ambiente sano en aquella casa y empezó a aplastar diminutos insectos que corrían en desbandada. Su amiguita, animada, dijo: “¿Ves?, ahora las dos somos hormigui eso”.
Daños colaterales del lenguaje, me dije. Si el sufijo -cida, del latín caedere, significa exterminador, herbicida es producto que destruye hierbas, homicida el sujeto que causa la muerte de otro, hormiguicidas las dos pequeñas que, siguiendo instrucciones, aniquilaban a las ordenadas, afanosas e inofensivas hormigas. Y eutanasia, claro, otra forma brutal de homicidio, no de permitirle a la muerte sus derechos y a la persona su libertad de ejercerlos.
Imaginé el resto de las especies, incluida la humana, cuyo destino es exactamente el mismo: dejar de existir, y no necesariamente por una muerte repentina, indolora y a la postre cómoda, tanto para quien se va como para quien se queda, sino a través de mecanismos diseñados precisamente para provocar muertes individuales y colectivas que involucren la intervención de la autoridad, la ciencia, la religión y la familia. Proseguí con mis observaciones y comprobé que la única especie sobre la Tierra que sataniza-espiritualiza-burocratiza la muerte, es la humana, no por su nivel de conciencia, sino por sus miedos y suposiciones, por sus lazos de pertenencia y por una religiosidad prehistórica, no obstante los milenios transcurridos, sin lograr sacudirse la manipulada confusión entre presencia divina y voluntad divina. Y concluí que, salvo confirmadoras excepciones, en nuestro país la muerte sigue agobiándonos más de lo debido.
Casi concluye otro gobierno sexenal y la promesa de divulgar a nivel nacional, con acceso gratuito, al Documento de Voluntad Anticipada sigue sin cumplirse y miles de personas en etapa terminal siguen ignorando que hay opciones de partir, además de la resignación, el temor al fuego eterno y las culpas. Las coordinaciones de Voluntad Anticipada y los Colegios de Notarios de la Ciudad de México y los estados optaron por el silencio. Sus motivos tendrán.