1.Hace dos semanas, el líder mercenario, Yevgueny Prigozhin, jefe del grupo Wagner, después de meses de fustigar la incompetencia del Ministerio de Defensa ruso en la guerra en Ucrania y el maltrato de sus fuerzas, lanzó: a) una protesta, b) un motín, c) un intento de golpe de Estado o d) “una chispa que encendía la guerra civil en Rusia” (táchese lo que no proceda). Sus mercenarios tomaron un comando militar en Rostov del Don, marcharon 800 kilómetros al norte, derribaron aviones y helicópteros, causaron un poco de pánico en Moscú y luego se retiraron. Si en sí mismo todo el acontecimiento resultó estupefaciente –y hasta hoy no se sabe bien en que acabó: Prigozhin no está en el exilio en Bielorrusia, como estipuló su deal con Putin, y los generales Shoigú y Gerásimov, cuya destitución demandaba, siguen en sus puestos–, aún más alucinante era la reacción de buena parte del comentariat que, invocando todo un abanico de analogías históricas, se mostró incapaz de captar la naturaleza de lo ocurrido revelando sólo sus obsesiones y fantasías oscuras.
2. El galimatías, en buena parte, lo inició el mismo Putin. En un mensaje televisado comparó la situación con “1917” y habló de una “guerra civil”, de la que “él acaba de salvar a la nación”. En este orden de cosas, Prigozhin era Lenin (sic) y los wagneristas, los bolcheviques que ponían un palo en las ruedas de la guerra (Putin desde el principio culpó a Lenin por la guerra en Ucrania, ya que aquél “permitió su independencia”). Inmediatamente, la analogía fue retomada por “expertos”, como el ex embajador en Moscú Michael McFaul o la columnista Anne Applebaum (t.ly/qL9Bk, t.ly/GS30r) quienes, fantaseando con el cambio de régimen, hablaban de “rusos matando a rusos” y “el momento de zar Nicolás II de Putin”. Otros resucitaron al general Kornilov, cuyo putsch en 1917 llevó al colapso del gobierno de Kerensky y cuya nueva encarnación era Prigozhin (t.ly/CJqj). Su motín evocaba también, supuestamente, la rebelión de Pugachev en tiempos de Catalina II, al anarquista Néstor Makhno (sic) (t.ly/pBkbe) –definitivamente, la comparación histórica más tonta–, y hasta a Julio César y su cruce de Rubicón (en este remake interpretado por el río Don) en marcha hacia la capital del imperio (t.ly/8TnkP). Sólo el cielo era el límite.
3. Apareció también el fantasma del fascismo. Para el historiador Timothy Snyder, uno de los principales teóricos del “fascismo de Putin”, incapaz de opinar sin decir que algo es “como Hitler o “como Stalin” –esta vez, ante noticias que Putin, supuestamente, huyó de la capital, diciendo que “ni siquiera Stalin lo hizo en 1941” (t.ly/4ZjJz)– la “Marcha sobre Moscú” de Prigozhin era la nueva versión de la Marcha sobre Roma de Mussolini y “un choque entre ‘dos fascismos’” (t.ly/wI7W). Para otros, igualmente, “la fallida Marcha sobre Moscú” demostró, ante falta de movilización popular, “cómo el fascismo se reproduce en una sociedad altamente atomizada y despolitizada” (t.ly/pb70H), un enfoque que resulta más bien en extremo problemático. No sólo el fascismo surgió en sociedades movilizadas y organizadas en extremo (t.ly/U_KL), y la atomización putinamiana propia del neoliberalismo es precisamente algo que no propicia el fascismo (t.ly/E-VW), sino la mejor manera de ver el conflicto en Ucrania no es entre un “régimen fascista” y la “democracia liberal”, sino entre dos regímenes oligárquicos neoliberales (con la ayuda del concepto de “bonapartismo”).
4. Si algo enseña el motín de Prigozhin –sí, el “motín”–, es la importancia no sólo de adecuadas comparaciones, sino del uso de conceptos apropiados para el entendimiento de la dinámica y la anatomía de fenómenos sociales. No “fascismo”, no “golpe” (en ningún momento se trató de tomar el Kremlin) y mucho menos una “guerra civil”, sino apenas un motín (con el fin de preservar el control sobre el grupo Wagner en reacción a su anunciada incorporación al ejército). Así, el uso de comparaciones forzadas con “1917” o hablar de la “guerra civil”, como bien apuntaba Anatol Lieven, no constituían un análisis objetivo ni sobrio. Contrario a la mayoría de las voces que usaban, estas analogías más que nada para poder concluir que “Putin salió debilitado”, el resultado, según Lieven, puede ser más bien opuesto: el fortalecimiento de su régimen autoritario (t.ly/OBj4).
5. Desde hace tiempo parece que si hay algún espíritu del tiempo (Zeitgeist) rondando por el mundo, es el espíritu de hacer, sobre todo apresuradamente, analogías históricas y lo ocurrido en torno a Prigozhin confirma esta tendencia. En este sentido, no extraña que los poseídos sólo por prejuicios y el Schadenfreude hacia Putin, “expertos” –incluidos incluso el gran conocedor de Rusia Stephen Kotkin (t.ly/_eIu)– se equivocaban y/o eran incapaces de apuntar, por ejemplo, a una analogía mucho más adecuada: el golpe fallido contra Erdoğan en Turquía en 2016 que le dio chance de purgar a la derecha turca y cementar su régimen (t.ly/JHiS). Luciano Canfora, el gran historiador marxista italiano que defendía el valor de las analogías para nuestra comprensión, subrayaba a la vez que las malas analogías oscurecen los acontecimientos de hoy y distorsionan la historia. Su ejemplo principal era la “revaluación analógica” de la Revolución de 1917 a la luz del colapso del socialismo en 1989, algo perceptible hoy tanto en Putin como en el comentariat liberal-conservador. “En la medida en que las analogías albergan juicios políticos, las luchas por el sentido histórico son también guerras de analogías”, escribía Canfora.