Por primera vez, en 22 años, un relator independiente de Naciones Unidas tuvo permiso de las autoridades para visitar la cárcel que Estados Unidos mantiene en la Base Naval de Guantánamo, Cuba. La funcionaria de la ONU, Fionnuala Ní Aoláin, profesora de derecho irlandesa, llegó a la misma conclusión que prisioneros y abogados que han logrado ofrecer su testimonio desde dentro: “El sufrimiento de los detenidos es profundo y continuo”, anotó la relatora en su informe publicado la semana pasada.
De los 780 que han pasado por Guantánamo desde la “guerra global contra el terrorismo” emprendida por George W. Bush, quedan 30 prisioneros de distintas nacionalidades, sobrevivientes de torturas, incluidas el submarino, la privación del sueño, el acoso sexual, la alimentación forzada de huelguistas de hambre y un largo prontuario de abusos físicos. Algunos también fueron torturados en los “sitios negros” de la CIA antes de que aterrizaran en este limbo diseñado para eludir el sistema de justicia y delineado para una crueldad y salvajismo sólo comparables con los que llevaron a cabo los nazis en los campos de concentración.
Los prisioneros llegaron con uniformes de color naranja y encapuchados e ingresaron en un campo de detención formado por jaulas al aire libre, que luego serían sustituidas por celdas rodeadas de alambradas electrificadas de tres metros. Con el eufemismo de que los detenidos son “combatientes enemigos ilegales” en lugar de “prisioneros de guerra”, Estados Unidos inventó este sitio en la Tierra donde los sospechosos no están protegidos por el habeas corpus y el control judicial del sistema constitucional, ni tampoco por las convenciones de Ginebra para los prisioneros de guerra que rigen en todos los países civilizados. Una guerra, por cierto, que hace rato terminó.
La base militar, enclave ocupado ilegalmente por Estados Unidos en Cuba desde 1904, es una aberración que ha conducido al infierno a ancianos con demencia senil, adolescentes, enfermos siquiátricos graves y maestros de escuela o campesinos sin ningún vínculo con los terroristas que atacaron las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Según los informes secretos filtrados por Wikileaks hace años y que hasta hoy no han sido desmentidos, el principal propósito de la prisión nunca fue escarmentar a los terroristas, sino “explotar” la delación de los reclusos y funcionar como una inmensa comisaría de policía sin límite de estancia.
“El trato cruel, inhumano y degradante, según el derecho internacional, es constante”, asegura la relatora de la ONU que convivió durante cuatro días con algunos presos, cuya manutención cuesta al contribuyente de Estados Unidos 13 millones de dólares al año, por prisionero. La mayoría nunca han sido acusados de ningún delito. Ní Aoláin también descubrió que los detenidos que habían sido torturados sufrían traumas físicos y sicológicos extremos que no estaban siendo tratados o atendidos adecuadamente en Guantánamo.
Seis administraciones han mantenido este horror, incumpliendo en algunos casos la promesa electoral de cerrar la cárcel. “Guantánamo –dijo el candidato Barack Obama en 2008– es la más seria amenaza a la credibilidad de EU como una democracia defensora de los derechos humanos”. Biden era entonces un jovial aspirante a vicepresidente de Estados Unidos y asentía con entusiasmo, acomondándose sus gafas de sol. Apenas traspasaron ambos el umbral de la Casa Blanca, “echaron marcha atrás después de encontrar oposición de los republicanos y de algunos legisladores demócratas”, escribió el New York Times. ¡Y eso, en teoría, fueron los buenos tiempos!
La monstruosidad que es la cárcel de Guantánamo, mantenida por tanto tiempo y hasta ahora sin supervisión de la ONU, muestra que no se trata de unas cuantas manzanas podridas, ni del delirio paranoico de Bush. Es el sistema que fomenta los vicios para luego pretender castigarlos. Es la joya de la corona y el Triángulo de las Bermudas del sistema offshore de injusticia del gobierno estadunidense, incrustado en este mundo con tanta firmeza como el Departamento de Seguridad Interior que patea a los inmigrantes, la Agencia de Seguridad Nacional que vigila a miles de millones de ciudadanos y la guerra global contra el terror (llámese ahora como se quiera).