Trío en mi bemol. En un inicio se trata de una obra de teatro, la única escrita por el cineasta francés Eric Rohmer, representada en 1987, y cuya trama debía ser parte de un quinto episodio, abandonado, de su película Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle filmada ese mismo año.
Un cuarto de siglo después, la realizadora portuguesa Rita Azevedo Gomes (La venganza de una mujer, 2012), decide llevar a la pantalla la historia de una pareja de ex amantes, Adélia (Rita Durao) y Paul (Pierre Léon), quienes al cabo de un año de separación se reúnen en casa del segundo para hacer el balance de lo que fue su relación, de por qué dejó de ser lo que fue, y de los parecidos o contrastes con los sustitutos amantes que para cada quien siguieron, en especial los pretendientes de ella, Rodrigo o Tito, acompañado todo de largas disquisiciones sobre la naturaleza del amor-ternura o del amor-pasión, como si del libro Del amor, de Stendhal, se tratara. Para tener una idea de ello, remítase el lector a otra cinta muy discursiva del primer Rohmer, Mi noche con Maud (1969).
La cineasta lusitana aporta, sin embargo, en Trío en mi bemol (2022), un sello muy personal al asunto, transformando la dramaturgia original en una interacción de cine y teatro, y de puesta en abismo narrativa (una obra teatral dentro de una película que a su vez es rodaje de otra cinta), hablada en tres idiomas, y cuyo atractivo más sugerente es su metáfora musical con el título mismo que remite al Trío Kegelstatt K 498, de Mozart, y con una sutil prolongación metafórica que alude a un posible trío de amantes o al vínculo del espectador con los dos protagonistas.
La apuesta de la directora es llevar a la pantalla el equivalente visual de una pieza de música de cámara. Y el acierto es total. Las largas tomas fijas que escudriñan a la pareja protagónica (comediantes irreprochables) dan paso a movimientos circulares de la cámara que abarcan en todos sus ángulos el salón elegante y minimlista en que transcurre casi toda la trama, respetando al máximo la unidad de espacio teatral. Los diálogos son punzantes y a la vez delicados, como en una novela libertina dieciochesca. También muy lúdicos, como en la breve participación del cineasta español Adolfo Arrieta, quien rompe la ilusión escénica y el discurso amoroso admitiendo que poco puede precisar sobre las pautas a los actores o el sentido mismo de la película que está filmando, pues en ella, como en el amor, todo es un misterio por desentrañar.
La teatralidad de Eric Rohmer y la poesía visual de Rita Azevedo, una combinación fascinante.
Se exhibe en la sala 7 de la Cineteca Nacional a las 12:15 y 17:45.
Twitter: @CarlosBonfil1