Los jóvenes trotskistas de los años 80 tenían una actitud reverencial hacia Adolfo Gilly: “pura admiración”, señala, al enterarse de la muerte del historiador, uno de ellos. Cuando el autor del clásico La revolución interrumpida se sumó a las filas del neocardenismo, Juan Calvo, un profesor normalista que militó en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, decía, al expresar el desánimo que causaba en las filas de la Cuarta (Internacional) lo que veían como un abandono: “El hijo del general ya tiene quien le escriba”.
Para muchos de esos militantes, el problema era entender cómo un militante marxista podía dar ese salto sin abandonar los principios de toda una vida. Quizá les resultaba difícil porque, como escribió el historiador argentino Carlos Mignon, Gilly pertenecía “a una especie difícil de encontrar en el mundo político latinoamericano desde la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad: aquella de los que combinan la militancia política con la elaboración intelectual marxista”.
En el ensayo que lleva por título Adolfo Gilly, el movimiento trotskista y la revolución socialista en América Latina, Mignon indicó de Gilly: “Es uno de aquellos hombres que en la historia del movimiento socialista han sido capaces de llevar a cabo una actividad incansable de dirigente revolucionario y, a la vez, elaborar una obra que obedece a los criterios académicos de la investigación científica, al punto de conseguir el respeto de los medios universitarios”.
Frente a esa reflexión, Imanol Ordorika, amigo y compañero de luchas de Gilly, sostiene:
“Fue un hombre que supo colocarse a la altura de los acontecimientos que iba viviendo. Por su formación como historiador, su experiencia como periodista revolucionario (formado en la revista Marcha con Quijano y Benedetti), estaba de algún modo por encima de los partidos y de los grupos.
“Adolfo se enojaba si alguien decía que él era un intelectual. Era un académico, un periodista, una persona que hizo de la reflexión política, cultural e histórica de aproximación a la realidad para la lucha y para la acción. Aunque tuvo una formación muy cercana al trotskismo de América Latina y Europa, creo que él la trascendió con una gran fuerza.”
Para Ordorika, Gilly padeció siempre el rechazo de “sectores universitarios conservadores” que pretendieron desconocer la calidad de su obra, que era distinguida en todo el mundo. “Aquí en México, en cambio, en los años 80 se negaban a darle el ingreso al Sistema Nacional de Investigadores, le criticaban La revolución interrumpida (para muchos su obra más importante), decían que no tenía fuentes primarias”.
Adolfo, sigue Ordorika, contestaba con su gran sentido del humor. Les decía que cuando estuvo preso, la cárcel de Lecumberri todavía no funcionaba como Archivo General de la Nación.
Para el también investigador universitario, Gilly es un personaje al que “por su posicionamiento político se le ha regateado el reconocimiento a su obra. Si uno ve sus reportajes para la revista Marcha, sus reflexiones sobre los procesos de El Salvador y Nicaragua, las experiencias en las que estuvo involucrado en Guatemala y Bolivia… No se le ha dado la dimensión que verdaderamente tiene.
“La gran fuerza de Adolfo fue la capacidad que tuvo para fusionar su reflexión académica con el compromiso político y con la idea de que era posible construir un socialismo moderno, diferente, una sociedad distinta. Eso fue algo que mantuvo durante toda su vida.”
Ordorika recuerda que cuando fue propuesto para el nombramiento de profesor emérito de la UNAM, un director “de derecha”, sin conocer su obra, se opuso porque dijo que le había hecho mucho daño a la universidad por su apoyo al movimiento estudiantil. “Siempre hubo una intención de disminuirlo”.
En 2018, Gilly denunció que Seguros Inbursa se negaba a pagar algunos de sus gastos médicos, pese al contrato que tenía con la universidad. Se echaban la bolita la compañía y la burocracia universitaria. Gilly no perdía el humor ni en esa circunstancia, como dijo entonces a este reportero: “Todo esto pasa en medio del revoltijo que tenemos, con un gobierno que se va y manda, uno que llega y manda, y en medio está Carlos Slim, que es el que manda”.