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Política

2023-07-01 06:00

Zona libre

Periódico La Jornada
sábado 01 de julio de 2023 , p. 14

“La competencia es para los perdedores”, pontificó hace unos años el dueño de PayPal y uno de los primeros accionistas de Facebook, Peter Thiel. También escribió: “Ya no creo más en que la democracia y la libertad sean compatibles. Nuestro trabajo es huir de la política en cualquiera de sus formas y lo que necesitamos es crear más países”. Estas tres frases del multibillonario dan cuenta del neoliberalismo deslindándose de su tan cacareado origen democrático en 1989, de la misma competencia, y del Estado-nación. La idea original fue –de quién más– de Milton Friedman durante la visita que hizo a Hong Kong para filmar su serie de televisión sobre el neoliberalismo en 1978. Ahí vio el capitalismo sin democracia que tanto ha fascinado a los billonarios desde entonces: una zona libre de impuestos, a donde la mano de obra se desplaza para trabajar, sin regulaciones laborales ni ambientales. Mientras hablaban de “globalismo”, lo que realmente estaban haciendo era una perforación. Se le taladraron hoyos a la soberanía de los estados y a las decisiones democráticas de sus ciudadanos. No sólo puertos libres de impuestos, colonias residenciales cercadas, paraísos fiscales, ciudades franquicia, sino fondos de inversión como Blackstone o Vanguard que, sin producir absolutamente nada, se han ido haciendo propietarios de nuestras redes de agua, inmuebles, transporte e infraestructura, como los viejos rentistas que tanto criticaban los liberales del siglo XIX. Tanto el territorio que se forma en torno a la desregulación como su desterritorialización en los fondos de inversión, son zonas libres del Estado y la democracia.

En su libro más reciente, Crack-up Capitalism, el historiador Quinn Slobodian hace el recuento de estos agujeros que el capitalismo le hizo a su aliado provisional: el Estado. Para atraer inversiones, se tenía que suspender la soberanía nacional en temas laborales y ambientales. Los préstamos internacionales se condicionaban a emprender una serie de reformas que incapacitaran al Estado, salvo para socializar las pérdidas. Las leyes de comercio internacionales que protegen a las corporaciones, pero jamás a los estados y sus pobladores. Así, como dice el dueño de PayPal, ya no importa que el inversionista sea exitoso o no, su escala lo hace indestructible. Dice Slobodian que actualmente hay 5 mil 400 zonas libres en el mundo donde las leyes son estrictamente las que dictan las corporaciones o los fondos de inversión. Ahí no existen naciones o democracias con leyes elaboradas por sus representantes. Un poco como la Suprema Corte de Norma Piña en México. Con ellos, la idea de que los criminales del narcotráfico controlan hoyos de la nación, es casi ridícula. Estas zonas del capitalismo sin democracia van de los desarrollos urbanos de acceso exclusivo, como la ciudad de las finanzas de Corea del Sur, Songdo; la ciudad de Neom en Arabia Saudí o la zona libre de Jebe Alí en Dubai, hasta ciudades charter en Honduras o el puerto Lázaro Cárdenas que Peña Nieto convirtió en “zona económica especial” apenas un año antes de dejar el poder.

La historia más perturbadora es la de Freedonia. Comenzó como un juego por Internet que retomó sin querer el nombre del falso principado de los Hermanos Marx en Sopa de patos. Pero, después, su creador, el texano John Kyle, se entera de que la descomposición de Somalia ha dado origen a un territorio que se autoproclamó “sultanato” llamado Awdal, independizándose de la República de Somaliland. Dos empresarios de transporte de trenes texanos, Jim Davidson y Michel Van Notten, fundan una compañía que solicita la concesión a perpetuidad de una franja costera del sultanato. A eso le llaman “libertad focalizada”, es decir, una extensión de terreno dentro del Estado-nación que irá minando todo a su alrededor con tasas de cero impuestos y concesiones a perpetuidad para los negocios. Ya no se habla aquí de democracia, sino sólo de ganancias.

La idea es una “secesión suave”, como la califica Slobodian: sacar a tus hijos de las escuelas públicas, vivir en colonias enrejadas, salirte del mercado del dinero comprando criptomonedas, mudarte a lugares con impuestos bajos y exportando tus ahorros a paraísos fiscales. En el caso mexicano, no eran precisamente “ahorros” los que se han ubicado en Andorra. La “secesión suave” es irse de un lugar sin pelear: el grado cero de la política. Desertar de lo colectivo sería el nuevo lema de los billonarios que, como hemos escrito en artículos anteriores, tiene dos sueños en los que invierten su dinero: búnkers inaccesibles en caso de guerra o catástrofes por el cambio climático y naves especiales privadas con el desarrollo de ciudades en otros planetas. El capitalismo triunfante de la caída del Muro de Berlín en 1989 acabó en fugarse, huir, de los otros, de sus países, leyes regulatorias y riesgosas democracias. Creador de “zonas libres”, este capitalismo se agitará en las profundidades del Metaverso y los viajes a los resorts lunares.

Para los billonarios la política es sólo un plan de negocios. Y, mucho más temprano que tarde, se dieron cuenta de que el discurso democrático era un estorbo con todas sus menciones a la soberanía popular, la representación en el Congreso y las elecciones libres. Fue el nieto de Milton Friedman, Patri, quien lo dijo fríamente: “La democracia no es la respuesta. Es sólo el estándar actual de la industria”. Era el aniversario 40 de la publicación del libro de su abuelo, Capitalismo y libertad, y éste estuvo de acuerdo en una visión que, como ciudadanos debemos aquilatar cuando nos hacemos ideas de la política de los más ricos. Dijo Milton: “La libertad política no es una condición de las libertades civiles y económicas”. Veinticuatro años antes, el economista había visto el paraíso capitalista en Hong Kong: un lugar donde nadie se divorciaba –ahorrando así el costo–, ni se cambiaba de carrera universitaria en busca de su vocación, sin sindicatos ni electorado. “La ausencia de política es la mayor de las libertades económicas”, sentenció en 1978. Ahora, en la segunda década del nuevo siglo, el dueño de los pagos en línea busca crear ese lugar al que, después, huir.

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