De la trama escueta que presenta Runner (2022), primer largometraje de la joven Marian Mathias, puede decirse lo que el escritor afroestadunidense Richard Wright escribió a propósito de El corazón es un cazador solitario, la espléndida novela de Carson Mc Cullers: “Una historia de soledad en un pequeño pueblo donde la religión primitiva, la esperanza adolescente, el silencio de los sordos, confiere a los violentos colores de la vida que describe un brillo de extraña ternura”. En este compacto trabajo independiente de poco más de una hora, vemos a una chica de dieciocho años llamada Haas (Hannah Schiller) quien vive a lado de Alvin (Jonathan Eisley), su padre alcohólico y fantasioso, aquejado de un desvarío mental que le hace imaginarse víctima de estafas tan oscuras como la del origen de su magra fortuna. Al morir este hombre por un accidente absurdo, la hija se percata de que las posesiones del padre son sólo un montón de arena y en cambio muy cuantiosas las deudas que ha acumulado. Cumplir con la última voluntad paterna de que su cuerpo sea llevado de Missouri a su pueblo natal en Illinois, representa para Haas una oportunidad para alejarse de una tierra inhóspita y adentrarse en un territorio nuevo, apenas menos inclemente, que sólo supone una estación más en su huida incesante.
Runner es en esencia una película de atmósferas, casi todas sombrías y anegadas por la lluvia. Se ha mencionado al respecto la deuda plástica de la cinta con algún cuadro de Andrew Wyeth ( El mundo de Christine, 1948) o de Edward Hopper ( Casa junto a la vía de un tren, 1925), y en efecto, el formato mismo de la cinta y los juegos cromáticos de las praderas en otoño en ese territorio del Midwest, ese cinturón bíblico que captura el cinefotógrafo Jomo Fray, justifican ampliamente esos referentes pictóricos. En ese mundo desolado y sin sorpresas, Haas encuentra al joven Will (Darren Houle), su cómplice ideal, un ser melancólico sin enjundia o carisma suficiente para ser un paria social o un héroe de novela, pero con quien ella habrá de compartir momentos inesperados de ternura. De la cinta cabe rescatar no tanto la trascendencia o novedad de su argumento deliberadamente parco. Conviene detenerse más en su propuesta estética que despliega no sólo los evocadores paisajes aludidos, sino también fragmentos, en pinceladas breves, de una realidad social –el mundo rural estadunidense de los años cuarenta– como vasto telón de fondo de un concentrado relato intimista.
Se exhibe en la sala 7 de la Cineteca Nacional a las 16 y 20:30 horas.