El nearshoring ha despertado el optimismo de diversos órdenes de gobierno. Gracias a ese vuelco de la economía global y al azar geoeconómico, más que a las buenas gestiones gubernamentales, una cascada de inversiones, nuevas plantas y empleos, está por llegar a sitios como la frontera norte de México.
Para documentar el optimismo de algunos, está el caso de Juárez: según un estudio del Instituto Nacional de la Competitividad, esta ciudad se consolidó como la urbe mexicana con mejor productividad. Los datos en que se fundamenta la aseveración: el salario mensual de los trabajadores de tiempo completo se ubicó en 9 mil 661 pesos; la desigualdad salarial se ubicó en 0.3 por ciento; presenta también uno de los porcentajes más bajos en población no ocupada y de población que no genera ingresos. Además, es la ciudad con menor tasa de informalidad laboral (https://bit.ly/3Xq3JJC).
Sin embargo, pareciera que la productividad y la posibilidad de atraer inversiones extranjeras de una ciudad son inversamente proporcionales a la calidad de vida que ésta ofrece a sus habitantes. Eso se desprende de los “otros datos” que se dan sobre Juárez. En su informe anual Así estamos Juárez 2023, la organización no gubernamental Plan Estratégico de Juárez señala que los juarenses siguen identificando cuatro principales problemáticas que aquejan esta población y que están muy lejos de resolverse: sigue siendo una de las poblaciones más inseguras del país y la drogadicción afecta a un creciente número de personas, sobre todo jóvenes. A esto habría que agregar tres problemas ya añejos: la mala calidad de las calles, el mal servicio de transporte urbano y el mal servicio de recolección de basura. Esto hace que Juárez se clasifique en el decimoquinto puesto en calidad de vida de los 20 municipios más poblados del país (https://bit.ly/432PCuI).
Tener casi pleno empleo no basta. En Juárez 75.7 por ciento del personal asegurado en el IMSS gana más de uno y hasta dos minisalarios: 312 y 624 pesos; 79 por ciento de los entrevistados consideran que su situación económica actual es igual o peor que la del año anterior y 50 por ciento piensan que el ingreso familiar no les alcanza e incluso tienen dificultades para cubrir sus necesidades básicas. Por otra parte, la percepción de inseguridad pública persiste, pues 57 por ciento de las personas piensan que vivir en esta frontera es algo o muy inseguro. Entre 2020 y 2022 la violación simple contra mujeres casi se dobló: de 342 a 652 casos durante el año. Y aunque hay una tendencia a la baja, todavía durante 2022 se contaron 950 homicidios dolosos.
Lo anterior, concluye el estudio, “repercute de forma determinante en la satisfacción de las personas con su entorno inmediato: [en 2022] creció el número de personas que pensaron en irse de Juárez y cayó el de quienes dijeron sentirse orgullosos de ser juarenses”. Hay clara disonancia entre lo que los trabajadores piensan de su ciudad y los que celebran la competitividad para el capital.
Juárez, como la mayoría de las urbes fronterizas del país, es un extenso y populoso ejemplo de que la riqueza capitalista genera pobreza y, como diría el clásico Durkheim, anomia. Los capitalistas y el Estado se preocupan sólo de las condiciones que favorezcan la producción material de bienes y servicios, la generación de valor. La reproducción de la fuerza de trabajo, no sólo en los términos físicos, sino también social, cultural y moralmente se la dejan totalmente a los trabajadores.
Ellos se enfrentan cada día a largos trayectos en transporte deficiente, habitan viviendas minúsculas, sin aislamiento térmico, calientes en los tórridos veranos y frías en los gélidos inviernos, en urbanizaciones precarias, donde no hay infraestructura social ni de cuidados, sin guarderías, ni escuelas de tiempo completo, muy escasas áreas verdes, culturales y deportivas, con miles de casas abandonadas, donde florecen el pandillerismo y las drogas. En estos espacios difíciles, polvosos, feos a la vista, las personas y las familias tienen que gestionar la reproducción de su vida, de su familia, de sus costumbres, de sus valores, todo por sus propios medios
Así, parafraseando a Marx, las maquiladoras operan como una especie de opio para los trabajadores y para empresarios y gobierno. Estos últimos porque la creación de empleos y atracción de inversiones funciona como un adormecedor para que se olviden de la responsabilidad de asegurar bienestar, cuidados y desarrollo social. Para los trabajadores porque laborar en las plantas donde hay aire acondicionado, música ambiental, jardines, edificios agradables y buena comida les alivia un poco de las malas condiciones de vida de su entorno. Pareciera que los obreros encuentran en la producción el refugio a los horrores cotidianos de la reproducción.
Entregarse sin más a los supuestos beneficios del nearshoring hará que las ciudades afectadas por él se conviertan, como Juárez, en ciudades del capital, del lucro, de la explotación, no espacios de vida digna para los trabajadores. El Estado debe tener esto bien en cuenta.