El 20 de junio, las universidades que forman el Sistema Universitario Jesuita en México concedieron a Francisco José de Roux Rengifo, sacerdote colombiano de la Compañía de Jesús, el doctorado honoris causa por su trayectoria como constructor de paz y su trabajo en pos del esclarecimiento de la verdad ante el conflicto armado y el largo periodo de violencia que vivió Colombia, caracterizado por los embates de los grupos guerrilleros, por la acción del crimen organizado y por la prolongada estrategia militarista que el Estado colombiano desplegó por décadas.
El reconocimiento a Pacho de Roux, como se le conoce cariñosamente, se da en el marco del primer aniversario de los hechos en Cerocahui, Chihuahua, donde fueron asesinados los jesuitas Joaquín Mora y Javier Campos mientras auxiliaban al civil Pedro Palma, quien era perseguido por civiles armados. A un año de los sucesos, la entrega de este doctorado reivindica la opción de la construcción de paz como única alternativa de futuro digno y viable para un país que día a día suma más víctimas de la violencia, la desigualdad, la impunidad y la macrocriminalidad.
Francisco de Roux trabajó como investigador y subdirector del Centro de Investigación y Educación Popular, dirigió el Programa por la Paz de la Compañía de Jesús en Colombia y creó la corporación Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, región gravemente afectada por la pobreza y la violencia. Fue también creador del primer Laboratorio de Paz de Colombia, articulando trabajos de la Iglesia, la sociedad civil, las empresas y los gobiernos locales para la construcción de paz. Finalmente, en el marco del acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de paz estable y duradera, suscrito entre el gobierno de Colombia y las FARC en noviembre de 2016, presidió la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, recogiendo el testimonio de más de 30 mil víctimas, victimarios, exiliados y actores sociales involucrados desde distintas posiciones en la dinámica de violencia que por décadas azotó a la sociedad colombiana.
Como se dijo en la ceremonia de investidura, su trabajo y testimonio al frente de la comisión, así como su larga trayectoria en materia de paz, son signos de esperanza provenientes de una Colombia que decidió investigar su pasado para no repetirlo, que permiten vislumbrar caminos de esperanza frente a la incapacidad para frenar la violencia en tantas regiones por parte no sólo de gobiernos, sino también desde las sociedades y sus proyectos educativos. El punto de partida de este camino hacia la paz es la pregunta ¿dónde está tu hermano?, que es un llamado a voltear a mirar al prójimo en tiempos de individualismo, desesperanza y apatía.
Si bien los procesos de violencia en Colombia no son idénticos a los que han tenido y tienen lugar en el contexto mexicano, la experiencia colombiana es el referente con mayores afinidades a los retos que enfrenta México en seguridad ciudadana y macrocriminalidad. Por ello la experiencia colombiana pone frente a nosotros un horizonte que nos alerta sobre los enormes riesgos que se corren al apostar, con tanta vehemencia como se ha hecho aquí durante los últimos tres sexenios, por una estrategia militarizada de seguridad pública y nos invita a profundizar en el conocimiento de su historia, cuyas lecciones pueden ser útiles para trazar una ruta de paz pertinente para México.
Tras el asesinato impune de los jesuitas Javier y Joaquín, no podemos menos que insistir en la necesidad de una política de Estado que atienda la crisis de violencia en México y detenga el control territorial de las redes criminales. Asimismo, es urgente poner en marcha procesos de diálogo integrales e interdisciplinarios donde coincidan los gobiernos y los distintos sectores de la sociedad civil cuyo concurso es indispensable para edificar alternativas de paz.
En esa perspectiva, puede ser muy iluminador acudir al testimonio que nos ofrece la Convocatoria para la Paz Grande, documento final que sintetiza el proceso de esclarecimiento de la verdad en Colombia, que significa una valiosa aproximación al esfuerzo que es necesario diseñar para el contexto mexicano. Dicha Convocatoria entraña invitaciones cruciales: a acoger las verdades de la tragedia, a rechazarla y a no repetirla; a reconocer a las víctimas en su dignidad; a mirar críticamente la historia para fortalecer la democracia; a escuchar el clamor del pueblo que pide parar la guerra; a frenar la impunidad y la corrupción; a reconocer la penetración del narcotráfico en la cultura; a establecer una nueva visión de seguridad para la paz; a garantizar las condiciones de bienestar y vida digna de las personas y comunidades; a superar el racismo y la exclusión; y a reflexionar ante el vacío y la perplejidad espiritual de un pueblo de fe sumido en una crisis humana.
La opción decisiva debe ser por la reconciliación y la paz como frutos de la justicia. El testimonio de Pacho y la experiencia de transición en Colombia, aunque imperfecta, puede servirnos como guía para cambiar el rumbo de nuestro país y reconstruir nuestra paz desde bases comunitarias y sociales, desde las instituciones públicas y privadas, desde los espacios educativos y desde la Iglesia, trabajando articuladamente para construir las condiciones de justicia y equidad necesarias para que prevalezca un estado de derecho.