Ya no se moverían de allí, aunque estuvieran a merced de la bravura de los zancudos, de la lluvia sin tregua y de todas las incomodidades que producía estar escondidos en una trinchera; los nueve hombres decidieron pasar la noche allí en espera de la mañana siguiente y con ello quizá atacar de manera sorpresiva. Así fue. La necedad de no moverse del sitio les dio resultados; por la carretera Atoyac-San Vicente de Benítez se acercó un convoy militar… alrededor de las 9:30 horas del día 25 de junio de 1972, en Arroyo de las Piñas en la sierra de Atoyac, estado de Guerrero.
Se abrió fuego contra los soldados, las M1 y M2 de los guerrilleros –pertenecientes a la Brigada Campesina de Ajusticiamiento (BCA), de Lucio Cabañas Barrientos– no cesaron de disparar hasta que Enrique, quien dirigía la operación, dio la orden de “alto al fuego”. Me contó él en una entrevista: “Uno de los primeros muertos fue el conductor; se fue a estrellar en una cuneta y cuando se pidió rendición, pues sólo dos individuos salieron”. Rápidamente los brigadistas recogieron las armas de los militares; al pasar por allí una camioneta de transporte público, Enrique –también conocido como El Doc– lanzó una arenga política a los pasajeros. En el sitio de la acción se dejó un comunicado: “Este ataque es para vengar un poco de sangre revolucionaria que la dictadura ha regado en toda la patria. Que los amantes de la libertad queremos unir nuestras fuerzas para derrotar con las armas al gobierno dictatorial de L. Echeverría. Debemos formar nuevos partidos y grupos que propongan una revolución armada, para formar un gobierno de pobres y para los pobres. Viva la revolución pobrista. Muera el mal gobierno […]”
En esta primera emboscada de la BCA contra el Ejército Mexicano, específicamente a elementos del 50 Batallón de Infantería, no participó el líder de ésta, Lucio Cabañas Barrientos, pero estaba contento con los resultados, ya que se incautó armamento de alto calibre, cargadores, municiones…
Una semana antes del ataque, al seno de la brigada habían llegado dos integrantes del Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR): Renato y Joel; ellos tenían la experiencia de un entrenamiento militar en Corea de Norte; sin embargo, no formaron parte de la comisión que llevó a cabo la emboscada, ni dieron sugerencias de cómo efectuar el ataque contra el Ejército. En el tiempo en que se quedaron en la sierra con la BCA (alrededor de julio de 1973) no se logró llevar un programa serio de entrenamiento; en algunas ocasiones Joel enseñó a los brigadistas un poco de karate, no trascendió a más.
Ningún grupo armado del país, hasta ese momento, había atacado de esa manera al Ejército y, por otro lado, extrayéndoles un botín indispensable para armar a los integrantes de la brigada. Con júbilo, coincidieron que al fin habían atacado a los responsables de detenciones arbitrarias, torturas, desapariciones… de pobladores inocentes. Aunque no todos estaban tan animosos, fue el caso de Humberto Ribera Leiva (†), alias Isaías, quien consideró que el asalto contra los militares era prematuro y quizá las consecuencias iban a ser para otros. Y así lo fue.
La represión militar se direccionó hacia los lugareños. Las detenciones se focalizaron en poblados como La Remonta, San Juan de las Flores, El Encinal… faltaría espacio para enumerar a todos los detenidos, culpándolos de haber participado en la emboscada. Me explicó Isaías –el cual también participó en esta acción– “el gobierno […] venía agarrando parejo, mató a mucha gente inocente […] le estaba dando a la gente donde más le dolía, para que la brigada perdiera apoyo de esa gente de los barrios”. Las declaraciones que hallé en los documentos producidos por la Dirección Federal de Seguridad dan cuenta de cómo fueron obligados (torturados) para admitir que habían sido partícipes de la emboscada.
Las dos emboscadas más relevantes que llevó a cabo la Brigada Campesina de Ajusticiamiento, brazo armado del Partido de los Pobres, se produjeron en 1972, la del 25 de junio y la segunda, el 23 de agosto. Ambas fueron la respuesta ante la represión desplegada por el Ejército; ya no intervino la policía, ni las autoridades locales desempeñaron su función, sólo coadyuvaron con los militares; ellos eran el poder indiscutible que mandaba, principalmente, en las zonas de influencia de la brigada.
Ni el gobierno de Echeverría ni el estatal encabezado por Israel Nogueda Otero se detendrían a analizar cómo resolver la desigualdad social, marginación, cacicazgos, explotación… contra los campesinos. Tampoco pensarían en las causas del movimiento armado encabezada por el profe Lucio Cabañas. La respuesta del Estado mexicano fue el diseño de una política de terror para atacar cualquier asomo de organización social, también una represión planificada dirigida primordialmente contra la base de apoyo de la guerrilla y, de paso, contra quienes no lo eran.
*Profesora investigadora de la Universidad Pedagógica Nacional/Ajusco