Eran las 9 de la mañana. Todo empezó con un sordo temblor. Algunos dijeron con cierto pánico: “Es un terremoto”. El edificio vibraba. Otros presentimos algo diferente. Recordé que era la misma sensación que sentí aquella noche del 68 en que entraron los tanques al Zócalo. De pronto, los estruendos se volvieron materia y sacudieron todo. ¿Eran bombas, metralla? Las ventanas estallaron, algunos trozos de paredes. Tirados en el suelo retumbábamos con cada golpe. Alguien osado asomó la cabeza y gritó: la plaza está llena de tanques y nos disparan. Era un 29 de junio de 1973. El Tancazo había empezado.
Habíamos llegado temprano para organizar una acción de seguimiento. Estábamos en el Ministerio de Economía, edificio al lado de La Moneda. Éramos el equipo de Obreros Inspectores de la Metal-Mecánica. Estos equipos se formaron a principios de 1972 como parte de la consolidación de los cordones industriales. Cordón Cerrillos-Maipu, el primero; el Vicuña-Mackena famoso; el O’Higgins; el Mapocho. Eran ocho en Santiago y 31 en todo el país. Su base fuerte eran las grandes fábricas intervenidas o estatizadas, luego se integraron las fábricas tomadas por los obreros. Tenían un comando central por cordón, nombrado directamente en asambleas, las direcciones formales estaban rebasadas. Las comisiones formaban comités políticos y de vigilancia, reuniones constantes, discusiones álgidas, difíciles y complejas, organizados y disciplinados. Había obreros del Partido Socialista, del Comunista, del MAPU, de la Democracia Cristiana, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria; reflejaban diversas miradas políticas, mezcla de sindicalismo radical, “allendismo” fiel a su presidente, colectivismo, poder popular y socialismo; sus iniciativas rebasaban a las direcciones partidarias y a la Central Única de Trabajadores. Estos obreros sabían lo que querían conquistar y lo que ya habían logrado. La pregunta que les angustiaba era: ¿cómo sostenerlo y avanzar más sin perderlo? Decían riendo: “Estamos como Lenin en el ¿Qué hacer?”
Los Equipos de Obreros Inspectores eran la respuesta obrera específica a los paros patronales, el boicot productivo, los acaparamientos y el mercado negro que asfixiaba la vida cotidiana. Los inspectores obreros eran elegidos y comisionados en las fábricas, para consolidar la vigilancia y junto con las Juntas de Abastecimiento Popular (JAP) derrotar el desabasto e inflación galopante. Nuestro equipo y otros trabajábamos con Mauro Maturana, socialista, que recogió la iniciativa, al poco tiempo surgió un grupo gemelo bajo la dirección de Enrique Dobry, comunista: fiel reflejo de lo que sucedía en los ministerios, dos y tres mismos departamentos por partido, cada uno para marcar su línea, yo recordaba con frecuencia la amargura de mi padre frente a las fracciones confrontadas en España. Con Maturana trabajábamos chilenos junto con brasileños, bolivianos, argentinos y una mexicana. Todos huyendo de sus dictaduras y guerras sucias; cuando llegamos a Chile lo que más nos impresionó, a todos, fueron las vigorosas marchas de obreros por las calles, imposibles en ninguno de nuestros países, sólo en Cuba. En México aún resonaba el brutal ataque de los halcones a los estudiantes el 10 de junio.
Tras la huelga de la Confederación Patronal de Camioneros de 1972, cuyo objetivo era eliminar el plan Vuskovic (básicamente nacionalizar y estatizar los principales recursos económicos para desatar un incremento productivo, salarial y redistributivo), durante la cual todas las confederaciones patronales se lanzaron a la ofensiva y que llevó a Allende a decretar el estado de emergencia, todos los frentes se tensaron, se había desencadenado una lucha de clases frontal. Todos lo sabíamos y ya para ese 29 de junio, el golpe era algo cotidiano; pero tirados en el suelo, bajo la metralla, adquirió otra dimensión concreta.
Alguien tenía una radio, logramos escuchar a Allende: llamaba a tomar las fábricas, a los comandos comunales del campo, a todos a defender la patria “y si llega la hora, armas tendrá el pueblo”. Todo cambió y pusimos nuestra fuerza en salir de la trampa y caminar a las fábricas. Logramos salir por una escalera trasera, había una gran confusión, los compañeros me protegían porque tenía cinco meses de embarazo, lograron parar un camión y llegamos al cordón que estaba en plena efervescencia. Se tomaron 350 fábricas y numerosas explotaciones agrícolas. Recuerdo el titular del diario La Segunda: “Cordones ultras en pie de guerra”. En subtítulo: “Crisis en la UP”. Allí supimos que el comandante Carlos Prats, al frente de un grupo de leales había logrado neutralizar primero a la mayoría de los cuarteles para evitar la expansión del levantamiento, luego se enfrentó al regimiento blindado de 16 tanques y carros de combate, desarmándolos. Terminaba este desplante. Allende convocó a un gran mitin esa misma noche.
Cientos de autobuses, carros, camiones cargados de gente feliz, cantando y gritando victoria, la victoria de todos. Apretujados bajo el balcón escuchamos atentos: agradeció profusamente a los soldados, pero no mencionó las tomas, la organización del pueblo. Su frase final despertó un rechazo atónito, un denso silencio, muchos esperaban otra cosa. Allende dijo: confíen en el gobierno que hoy demostró su fuerza… no caigan en provocaciones, quédense en sus casas, únanse a sus mujeres e hijos y mañana al trabajo.
*Investigadora de la UPN. Autora de El Inee