La tercera ola de calor en todo el territorio nacional y en el norte del continente, con temperaturas récord, una etapa oficialmente culminada la semana pasada pero todavía con expresiones graves en algunos estados, pone de relieve de nuevo la importancia primordial de incentivar la conciencia compartida y la responsabilidad mundial sobre el cambio climático, en su modalidad de calentamiento global.
Vivimos, como nunca, condiciones meteorológicas extremas, patentizadas en el deshielo de los glaciares y el crecimiento del nivel del mar, amenazando la vida de las ciudades costeras de los cinco continentes, reto para las generaciones presentes y futuras, con repercusión en las economías nacionales, el medio ambiente, la salud y la calidad de vida de las personas. Nos enfrentamos a un desafío internacional que reclama soluciones globales y urgentes.
Lo hemos señalado en este mismo espacio de reflexión: no hay valor más grande que la vida, la sobrevivencia de los seres humanos, de los animales, las plantas y la salud de todo el planeta, y frente a ese valor supremo palidecen fronteras nacionales, ideologías políticas y sistemas de gobierno. No es un tema político, es un imperativo ético y científico. Preservar la vida y los equilibrios de la naturaleza es responsabilidad de todos.
Ese equilibrio incluye evitar o atemperar la irrupción y la propagación de nuevas enfermedades. Según el Banco Mundial, el cambio climático afecta considerablemente el riesgo de enfermedades infecciosas. Al alterar los patrones meteorológicos, el cambio climático puede cambiar patrones de reproducción de los insectos que llevan las llamadas enfermedades transmitidas por vectores (malaria, dengue, zika, fiebre amarilla y chikungunya).
Nunca como ahora habíamos visto temperaturas que rebasan 45 grados en tantas franjas de la geografía nacional, obligándonos a cambiar estilos de vida, paralizar actividades económicas y sociales e incrementar el consumo de energía eléctrica, poniendo a prueba las reservas nacionales. Pese a todo, seguimos sin reconocer aún que el aumento gradual de temperatura se está acelerando, y urge reducir la expulsión de carbono a la atmósfera.
La semana pasada enfrentamos olas de calor en la mayor parte de México, con temperaturas por arriba de 40 grados en más de 20 entidades y de 45 en más de 10. Al mismo tiempo, los medios masivos de comunicación dieron cuenta de más de 400 incendios que devastaron el sur de Canadá y provocaron la peor calidad de aire que ha tenido Nueva York desde que comenzó a monitorearse ese indicador, en 1999. Las partículas de 2.5 micras alcanzaron 460 partes por millón, 13 veces superior al nivel recomendado como seguro por la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos.
Pero no sólo es el Continente Americano. En el otro extremo del mundo, el aumento de las temperaturas está colapsando una de las grandes reservas del frío, Siberia, que contiene la más extensa capa planetaria de permafrost (tierra permanentemente congelada), además de una vegetación única en el orbe, compuesta por los bosques boreales de la taiga, en su parte sur, con musgos y arbustos de la tundra, en la parte alta. Esa válvula de hielo, como han dado cuenta distintos estudios, comienza a derretirse. Esos cambios definirán no sólo el futuro de bosques y animales de la zona sino, a largo plazo, la viabilidad de la especie humana, pues el deshielo provoca que se libere el carbono almacenado en ese vasto territorio de Asia, lo cual aumenta el efecto invernadero.
Es cierto que la mayoría de países del mundo han acordado impulsar soluciones coordinadas que ayuden a mitigar los efectos del cambio climático mediante la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, como se estableció en el protocolo de Kioto, el 11 de diciembre de 1997, y en el Acuerdo de París, el 12 de diciembre del 2015. Pero hasta ahora el esfuerzo ha sido insuficiente.
El segundo, sobre todo, es un instrumento vinculante adoptado por 196 naciones, entre ellas México, que se comprometieron a reducir las emisiones como mínimo en 55 por ciento de aquí a 2030, respecto de los niveles de 1990. El acuerdo busca mantener el aumento de la temperatura global promedio por debajo de 2 grados respecto a los niveles preindustriales, meta que por momentos parece naufragar.
Una de las principales líneas de acción es trabajar por una transición energética que auspicie la descarbonización de la economía, impulsando las energías alternativas limpias, para así reducir el aumento de temperatura del planeta. Las emisiones de gases de efecto invernadero, como está científicamente comprobado, han aumentado debido, sobre todo, a la acción humana por el consumo de energía de origen fósil.
El gran reto es desvincular las emisiones de gases de efecto invernadero de la industrialización y el progreso. En suma, es preciso hacer conciencia y tomar medidas concretas para preservar la salud del planeta y la viabilidad de la vida para ésta y las futuras generaciones. Es un desafío global que no admite dilaciones.
* Presidente de la Fundación Colosio