Aparentemente, la justicia no es más que una utopía, como la existencia de Dios que permite sentir esperanza, confianza o paz, o las tres ilusiones juntas y vivir sobre ellas para amortiguar las realidades de la vida. Digo esto porque a diario vemos que la Ley o las leyes no sólo no procuran justicia, sino que parecen hechas para esquivarla… Tal vez los dos discursos: el de la legalidad asentada sobre conjuntos de leyes, reglas y discursos apropiados, y el de la justicia que brilla hasta deslumbrar al que pretenda verla en un abrir de ojos –so pena de quedar miope al cerrarlos de nuevo–, deban ocupar ya su respectivo lugar al menos en el análisis del discurso público sobre el devenir de los pueblos.
Aplicada esta reflexión a la justicia histórica que debe nuestro país a sus ciudadanos, nos daría una serie de principios ¿utópicos?, ¿factibles?, o un discurso farragoso que al final nadie terminaría de analizar y mucho menos llevar a la práctica. Sin embargo, podría valer la pena proponer alguna solución sobre un problema concreto, en este caso, los cercos legal, intelectual y discursivo, que sitian las milpas mesoamericanas creadas por hombres y mujeres hace al menos 10 mil años, entre el Trópico de Cáncer y el Ecuador sobre el continente americano. Policultivos extraordinarios que fueron la base de inconmensurables culturas: lengua, ciencia, astronomía, matemáticas, ingeniería y bellas artes, paralelas a las que se desarrollaban con arroz exactamente del otro lado del océano, en Asia, y que juntas precedieron por milenios el oscurantismo europeo, cuya ceguera colectiva, no obstante, tuvo una hora de luz… Sí, pero para azotar con una belicosidad que hasta el día de hoy domina y destruye al mundo natural y cultural en el que malvivimos los no europeos.
La propuesta sobre la justicia es, por si aún no se había comprendido en cerca de 200 entregas, recomenzar un reparto agrario entre quienes sí conocen las milpas y bajo la condición de regresarlas al presente sin artificios. Es decir: 1) Legalizar la propiedad comunal de tierra, agua, servicios, transportes… 2) Facilitar el trabajo campesino milpero y respetar su estatuto de Benefactores de la Nación, colaborando en el traslado de sus productos hacia los mercados regionales y urbanos. 3) Reglamentar los precios de sus productos acordes con el consumo nacional y local, de modo que ellos puedan adquirir bienes con el intercambio. 4) No intervenir en sus usos y costumbres ni imponer reglas y leyes ajenos a sus prácticas de convivencia y organización social (a menos que alguna de éstas contraríe el interés superior de los individuos). 5) Renunciar a ver a los campesinos tradicionales como menores de edad mental, protegerlos si es necesario de los abusadores e intentar adaptar la educación campesina a las dimensiones nacional e internacional del saber. 6) Organizar flujos de aprendices respetuosos hacia el trabajo de las milpas, pero nunca para reorganizar ni aculturar a los productores directos, sino acaso para enriquecerlos con intercambio de conocimientos.
En otras palabras, la justicia en el campo mexicano pasa por recuperar los alimentos sanos de nuestras cocinas tradicionales e ir desterrando la comida chatarra, no sólo como acto de inteligencia, sino de piedad hacia las personas deformes desde la infancia y enfermas a partir de la adolescencia, sin inventar nada, sólo dando su lugar y sus tierras a quienes saben el cómo…
Claro que se necesita un valor extraordinario, porque los intereses del mercado pesan toneladas en cada domicilio urbano y oficina pública, escuela privada y medios de difusión…, pero si cualquiera de nosotros piensa en la transformación de este pueblo nuestro, ninguneado históricamente, empoderado nuevamente, entonces sí se podrá hablar de un México recuperado culturalmente, y no como marco residual de culturas hollywoodescas que nos hace sentir producto mercantil en escaparate; cuando podríamos reapropiarnos de lo nuestro, desde la raíz hasta la cosmovisión, como están haciendo muchos asiáticos contra una historia de apropiación extranjera, sometimiento y aculturación parecida a la nuestra.