Un día de mayo de 2020, la policía de Ixtlahuacán de los Membrillos, en el estado de Jalisco, asesinó al albañil Giovanni López por no portar cubrebocas. La indignación fue mayúscula. Miles de personas protestaron los días 4, 5 y 6 de junio de ese año. La respuesta fue la represión brutal. El gobernador Enrique Alfaro Ramírez ordenó detenciones, torturas, golpes y amenazas. Pero la gente no olvida y tres años después, el 5 de junio pasado, colocó frente a su Palacio de Gobierno un antimonumento de 300 kilos de peso con un “5” y una “J” gigantes en color rojo.
Horas más tarde, casi a medianoche, como bandidos llegaron los enviados del gobernador a retirar el “5J” de la Plaza de Armas de Guadalajara. Alfaro no quería ver todos los días el recordatorio de la impunidad y de que él tiene cuentas pendientes con la justicia. Permitió que el antimonumento fuera colocado en el tercer aniversario de lo que se conoce como el halconazo tapatío y, por la noche, mandó apagar las luces de la plaza para que, amparados por la oscuridad, un grupo de hombres vestidos de negro descendieran de una camioneta sin logos oficiales, desmontaran el antimonumento y se lo llevaran. Así podría alegar después que fue un robo, pero alguien filmó la osadía y el gobernador tuvo que admitir su autoría.
“No hay polémica, claro, lo retiró el gobierno del estado y el gobierno del ayuntamiento municipal de Guadalajara, porque está prohibido poner eso”, dijo Alfaro, mientras crecía la indignación y la exigencia de su reinstalación. Días después autoridades argumentaron que la decisión de quitarlo fue de Protección Civil, intentando darle un argumento técnico al despojo.
La memoria no requiere permisos. Nada se le debe a Alfaro más que la represión e impunidad. La demanda principal es que no haya asesinatos, feminicidios, torturas y desapariciones forzadas. Detener la violencia y la inseguridad es lo que une. Y el respeto a quienes han decidido no olvidar con intervenciones en el espacio público pues, aunque parecería redundante, hay que explicarles que, como diría la escritora Francesca Gargallo, la calle es de quien la camina. Y de quien la lucha.