Lula da Silva las pasó duras antes de su tercera ascensión al poder presidencial este 2023. No logró el control del Congreso y al formar su gabinete estuvo forzado a ceder puestos para crear una indispensable armonía con los actores que le dieron el triunfo en su apretada segunda vuelta.
Empieza condicionado por un país dividido políticamente en lo interno, entre tensión y esperanza. Confía con toda razón en su enorme carisma. El problema interno más inmediato es el ambiente de violencia política que Jair Bolsonaro creó.
El ex presidente se inconformó con su derrota, agitó el cotarro y lagrimoso se fue a vivir a Miami, tal como el venezolano Juan Guaidó y tantos frustrados más. Hoy Brasil está resentido, dividido y empezando no sabe qué. Sí, el orgulloso Brasil.
A diferencia de su primera presidencia, 2003-07, Lula hoy tiene casi 78 años, se le mira cansado. Son 20 más que entonces con el desgaste de un juicio penal terrible y casi dos años de cárcel.
En 2003 el ambiente político en el continente era terso, Brasil era una cumbre. Los sistemas políticos de diversas tendencias funcionaban con razonable estabilidad. Néstor Kirchner en Argentina, Ricardo Lagos en Chile, Hugo Chávez en Venezuela, Álvaro Uribe en Colombia, Alejandro Toledo en Perú. México, un país definido por su historia como de centro izquierda, en esos tiempos sufría la vergüenza de Fox.
Aquellos escenarios distan del actual. A ellos los bañaban vientos frescos de una política moderna. En América Latina parecía que los presidentes encabezaban a pueblos que en lo general se mostraban esperanzados y satisfechos.
Hoy no existe un proyecto político suramericano como en principio fue la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), creada precisamente en Brasilia, cuyo reflotamiento fue el fallido intento de Lula el pasado mayo.
Dispersos en el subcontinente, existen 10 organismos internacionales, regionales, subregionales y especializados. Nada ni nadie los vincula. Quizá ahí entra el proyecto “Lula”, que se sostiene con la magia de su promotor.
El Cono Sur semeja un archipiélago en constante actividad volcánica. Para Luis Inácio puede ser un río revuelto que dé lugar a ganancia de pescadores. Parece que por ahí va.
Por las condiciones que se dan en el subcontinente que es el medio lógico de Brasil, hoy parece existir la doble oportunidad de recobrarse internamente y rehacer su liderazgo regional, con mensaje a Estados Unidos.
Resaltan en tal oportunidad los próximos relevos en Argentina que siguen influidos por una izquierda nieta del peronismo. El resultado es la cíclica crisis dentro del gobierno. La economía, como siempre, está en aprietos.
Un caso especial es Chile, que eligió un presidente sorprendente por su juventud, 36 años, su ortodoxia ideológica, eficiente oratoria y valor. Con ese coctel de virtudes pronto chocó con la ultraderecha.
Su Congreso rechazó a las primeras su proyecto clave: una Constitución progresista que relevaría a la promulgada por Augusto Pinochet en 1981, ¡poca cosa!
La derecha pinochetista crece alentada por sus triunfos y por la próxima conmemoración del 50 aniversario del golpe de Estado contra Salvador Allende. En ese caldo, Sebastián Piñera prepara su tercera presidencia.
Después de Cuba, Venezuela es un misterio político. Se dice que todo va mal, que la vida es insoportable. A esa idea la respalda el que se violan gravemente los derechos humanos. Nadie lo duda, pero en ambos países no pasa nada más que ruidosas peloteras.
De ese descontento surge Juan Guaidó, un carismático líder opositor que pronto fue mediatizado ($) por Estados Unidos. Ante su fracaso vive triste en Miami.
En Colombia, después de varios regímenes derechistas, recién se inicia el gobierno de Gustavo Petro, definido izquierdista.
Preside un gobierno surgido de la guerrilla urbana Movimiento 19 de Abril, (M-19). Heredó la burocracia oficial integrada por quienes eran sus enemigos, tanto que lo tuvieron preso dos años.
Siendo Lula un decidido internacionalista, la política exterior de su país expansionista y su Ministerio de Exteriores Itamaraty de gran profesionalismo, el retomar bríos mundiales sería la conclusión lógica. Él es ya una figura en la historia latinoamericana.
Esas premisas explican: 1) el porqué del nuevo impulso, el muy discutido encuentro bilateral lleno de elogios a Maduro, con claras referencias a los acosos mediáticos que le dedica el mundo capitalista, y 2) el convite a una cumbre de 11 mandatarios suramericanos con el fin de repensar la Unasur. La reunión terminó apresuradamente y sin el acuerdo deseado.
¿Qué significado puede tener este descompuesto escenario continental para el nuevo Lula? Parte de la respuesta está en reconocer que preside al país más poderoso de América Latina, que goza de gran prestigio como líder político y que su país y él saben lo que quieren. Brasil y Luis Inácio saben esperar.