En octubre de 2021, tres ciudadanos de origen mexicano, integrantes del Consejo de la ciudad de Los Ángeles, California, una de ellas su presidente, tuvieron una reunión en la que discutieron la mejor forma de rediseñar los distritos electorales con base en los resultados del censo de población de 2020.
Los detalles de la reunión se conocieron recientemente, gracias a una grabación realizada en secreto que fue filtrada a un reportero del diario Los Angeles Times.
La parte sustancial de la conversación, que a la postre motivó la renuncia de la presidenta al consejo, fue su comentario sobre el hijo de otro de los miembros del consejo que brincoteaba en un carro alegórico en un desfile en honor de Martin Luther King. La concejal, molesta por la actitud del niño, que es negro, se refirió a él como “un changuito al que se debe poner en orden con una buena tunda”. Los otros dos consejeros escucharon el comentario sin mayor recriminación por su tono racista. En la reunión surgieron otros comentarios no menos racistas cuando se aludió a otros segmentos de la población, entre ellos los de origen oaxaqueño que viven en uno de los distritos de la ciudad, a los que describió como “chaparritos prietos y feos”. Epítetos por cierto no muy diferentes que desafortunadamente muchos mexicanos de ciertos estratos sociales suelen emplear para describir a otros mexicanos en su propio país. Incluso el presidente Biden calificó el hecho como lamentable, y fue más allá, cuando expresó su desazón por la descomposición social responsable de ese y otros hechos de odio aún más violentos, en clara referencia a lo sucedido el 6 de enero en el Capitolio.
Para entender, no justificar, lo que sucedió en Los Ángeles es necesario remontarse a la historia de esa ciudad y la composición de su población. La ciudad de Los Ángeles se caracteriza por su esencia multiétnica. Más de 50 por ciento es de origen hispano, mayoritariamente mexicano, le sigue la población blanca de origen sajón, la negra y la asiática. Sin embargo, la forma en que está integrado su Consejo es inequitativa, ya que el número de consejeros hispanos es mucho menor al segmento de la población que le correspondería representar. Hay una sobrerrepresentación de consejeros blancos y negros en proporción con la población blanca y negra que vive en esa ciudad.
Este es el contexto en Los Ángeles que, por cierto, no es privativo de esa ciudad, ya que esa anomalía se repite en otras urbes de Estados Unidos, así como en el órgano de mayor representatividad del país, el Congreso de la Unión.
Sin pretender hacer apología de la problemática racial, es necesario recordar que uno de los grandes obstáculos en la búsqueda de una identidad común en Estados Unidos ha sido difícil y postergada por la cada vez más polarizada sociedad estadunidense. En este sentido, gobiernos como el de Trump han hecho todo lo posible por cancelar ese ideal, con la ayuda nada sutil de numerosos conservadores dentro y fuera de los órganos de gobierno a lo largo de todo el país. El nacionalismo más rampante ha aflorado en todos los ámbitos de la vida y se manifiesta en un desprecio por “los otros”. De esta manera, la inmigración en Estados Unidos y muchas otras naciones ha sido un catalizador que ha disparado el nativismo y abonado al racismo más deleznable.
Lo sucedido en Los Ángeles tiene más de una lectura, sus causas son diversas, pero lo más preocupante es la ruptura cada vez más profunda del tejido social en la nación.
Para mi hermana Marcela, cuya lucha por vivir sólo es superada por su gran calidad humana.