El Festival Internacional de Cine de Morelia siempre depara sorpresas. En este año de conmemoración de su 20 aniversario, se ha repetido el fenómeno atestiguado en la edición de 2018: una vigorosa presencia femenina en el cine de ficción. Si bien nadie ignora que dicho protagonismo de género ha sido una constante en el cine documental mexicano reciente, aún persiste el prejuicio de que las mujeres sólo pueden incursionar en el cine a partir de narrativas intimistas caracterizadas por un siempre indefinido toque de sensibilidad fuera del alcance de sus pares masculinos. Esa presunción arbitraria se acompaña en ocasiones de la idea paradójica de que temas como la violencia de género serán mejor tratados por quienes suelen ejercerla que por las propias mujeres que tradicionalmente la soportan. Las cintas de ficción de este año, y de modo particular la que en esa categoría resultó premiada, El norte sobre el vacío, de Alejandra Márquez, demuestran justamente lo contrario.
Las búsquedas. En Manto de gemas, de la boliviano-mexicana Natalia López Gallardo, la desaparición de la hermana de su empleada doméstica lleva a Isabel (Nailea Norvind), mujer de clase media que atraviesa por una crisis conyugal, a solidarizarse con ella y a emprender una búsqueda infructuosa por el laberinto de la burocracia y de las relaciones turbias entre la policía local y la delincuencia organizada. La intervención de la jefa de policía Roberta, quien a su vez intenta apartar a su hijo de la pendiente de las drogas, vuelve el asunto más interesante y complejo. La directora elabora un fino análisis del comportamiento de cada una de las tres mujeres en un relato original que evita caer en las complacencias que suelen achacarse al subgénero de la violencia del narcotráfico. En Ruido, de Natalia Beristáin, la búsqueda de una joven desaparecida se vuelve la experiencia dolorosamente solitaria de Julia (estupenda Julieta Egurrola), quien en su empeño irreductible por romper el muro de la indiferencia judicial y dar con el paradero de los restos de su hija, obtiene el apoyo espontáneo de un grupo de mujeres también en busca de sus seres cercanos. Es notable la metáfora que elabora la cineasta entre el silencio oficial que cubre de impunidad a los delincuentes y a sus cómplices pasivos, y el ruido que es a la vez dolencia auditiva de Julia y estruendo colectivo de la indignación de las madres. En Zapatos rojos, el director Carlos Eichelmann presenta la historia de Tacho (Eustacio Ascasio), un viejo campesino obligado a abandonar sus tierras para ir a la Ciudad de México en busca de los restos de su hija recién asesinada. Durante su estancia en la capital se enfrentará a la desidia de burócratas forenses y a una delincuencia callejera que le resulta de una hostilidad desconcertante. Los lazos afectivos que establece con algunos personajes marginales le permiten perseverar exitosamente en su cometido. Una realización sobria y delicada, muy a tono con la entereza física y anímica de su personaje central. Otro personaje masculino notable es Don Reynaldo (Gerardo Trejoluna), quien en la mencionada cinta El norte sobre el vacío asiste perplejo al lento desmoronamiento del pequeño reino patriarcal que ha construido en su rancho. Familiares y empleados parecen unidos en una sorda conspiración que es a la vez revancha y una implacable merma de sus privilegios de hacendado. Un relato oscuro sobre la vanidad del poder en un medio rural.
Las afinidades afectivas. Un relato intenso es Días borrosos, de Marie Bonito, directora francesa radicada en México, cinta que explora la relación entre Emilia (Sophie Alexander), una mujer soltera que durante su proceso infructuoso por quedar embarazada traba amistad con Felipe (Enrique Berruel) un anciano convencido de que el desenlace de su vida tarda demasiado tiempo en llegar. La inesperada comunión entre estos dos seres a los que todo separa, da lugar a una notable desmistificación del lugar que ocupa la maternidad en la vida de una mujer y, en especial, de la suposición de que la vejez pudiera ser un límite infranqueable para las ambiciones humanas y las apetencias eróticas. Otra buena sorpresa ha sido Trigal, de Anabel Caso, cineasta argentina radicada en México, un fino análisis del despertar sexual de la adolescente Sofía (Emilia Berjón Ramírez), quien junto con su prima Catalina se libra al peligroso intento de seducir a un hombre mucho mayor que ella. Una inesperada inversión de las tradicionales reglas del cortejo, cuyas consecuencias sobre el ánimo y la formación moral de la joven, se exploran aquí con una sutileza y fluidez narrativa sorprendentes.
Imposible dar cuenta en este espacio de las cualidades, y eventuales tropiezos, de las cuatro cintas restantes: Huesera, de Michelle Garza Cervera; Dos estaciones, de Juan Pablo González; La hija de todas las rabias, de Laura Baumeister, y Santa Bárbara, de Anais Porto Onghena. Baste señalar que la cosecha 2022 de Morelia revela la estupenda salud del cine de ficción mexicano en estos azarosos tiempos de pospandemia.