John Kerry, representante del presidente Joe Biden para asuntos climáticos, llega hoy a Hermosillo o a Puerto Peñasco, Sonora –donde se reunirá con el presidente Andrés Manuel López Obrador–, con la pólvora mojada: viene a hablar de energías renovables y despetrolización justamente cuando su jefe acaba de implorar a las petroleras estadunidenses que incrementen la extracción de crudo para sosegar los precios mundiales del hidrocarburo. La superpotencia, dijo, “necesita aumentar responsablemente la producción” petrolera, al tiempo que abría la llave de la reserva estratégica a fin de saciar la siempre creciente sed energética que padece la economía estadunidense (https://is.gd/hF2bts). Por si no fuera suficiente la escasez mundial de combustibles fósiles causada por Occidente con sus sanciones económicas a Rusia, en el país vecino los efectos del huracán Ian en las plataformas marinas del Golfo de México obligaron a reducir en 11 por ciento la producción de petróleo y 8 por ciento de la extracción de gas natural. Pero ese es un quebranto pasajero, y se espera que para el próximo año la producción petrolera estadunidense llegue a un máximo histórico con un promedio de 12 millones 700 mil barriles diarios (https://is.gd/n3XTTi, https://is.gd/CI9pYr).
Esos hechos no abonan a la pretensión de Washington de inducir un viraje injerencista en la política energética mexicana, particularmente en lo que se refiere a la reconstrucción de Pemex y de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) después de décadas de saqueo privatizador. Esa política requiere incrementar la extracción de hidrocarburos y producción de combustibles para lograr la soberanía energética y la renovación –en curso– de la capacidad hidroeléctrica instalada de la CFE, a fin de que ésta pueda, si no recuperar la totalidad de la generación eléctrica del país, ser al menos la principal generadora y, por ende, un irrenunciable instrumento de regulación de precios y tarifas. La única alternativa es condenarse a experimentar crisis de carestía eléctrica como las que han padecido las poblaciones de Texas y de España, con el mercado de la generación entregado por entero a privados.
Bueno, pero además hay un dato contundente que priva a Washington de toda autoridad moral para pedirle a México que, en nombre de la lucha contra el cambio climático, acelere su transición energética: mientras nuestro país genera 3.09 toneladas de dióxido de carbono (CO2) por habitante al año, Estados Unidos produce 14.24. En cifras totales, la nación vecina arroja a la atmósfera más de 4 millones 752 mil de ese gas de efecto invernadero, en tanto que México, con una tercera parte de la población estadunidense, contamina la atmósfera 10 veces menos (418 mil toneladas) (https://is.gd/9XOil3). Y si se mira el acumulado histórico de contaminación atmosférica, Estados Unidos es responsable de 25 por ciento del total, con 400 mil megatoneladas de CO2, proporción que para México es de 1.2 por ciento (https://is.gd/41lXzT).
López Obrador, por su parte, recibirá a Kerry en los alrededores de la que será la granja fotovoltaica más grande de América Latina (mil megavatios), que está siendo erigida precisamente en Puerto Peñasco (https://is.gd/5Ac8ax), con una reforestación de más de mil millones de árboles sembrados hasta la fecha en el territorio nacional en el marco del programa Sembrando Vida (https://is.gd/Fel9jY) y con el arranque de un modelo nacional de explotación del litio por medio de una empresa de participación mixta.
En tales circunstancias, no hay manera de que el representante de la Casa Blanca esgrima argumentos pretendidamente ambientalistas para presionar a México en ningún sentido. Las objeciones de Washington a la política energética mexicana, con todo y las consultas en el marco del T-MEC, no tienen nada que ver con la lucha contra el cambio climático ni con la preservación del ambiente; son, simple y llanamente, expresión del deseo de proteger a los consorcios energéticos privados trasnacionales que han actuado en nuestro país como zopilotes depredadores.
Si Washington deja de lado ese afán injerencista impresentable, será posible hablar de manera constructiva sobre cooperación energética, colaboración en el impulso a la electromovilidad y a la reconversión de la industria automotriz, en fin. Y se podrá llegar a acuerdos de intercambio tecnológico, abasto de litio mexicano para el mercado estadunidense. El gobierno del país vecino incluso podrá entender que la estrategia mexicana puede convertir a nuestro país en un factor de desarrollo y equilibrio para el sur de Estados Unidos, región que se ve periódicamente afectada, como ocurrió en California por culpa de Enron (https://is.gd/kNH3f7), y en Texas, en la crisis de 2021 (https://is.gd/FqbGXt).
Ojalá que ocurra lo segundo.
Twitter: @Navegaciones