Guanajuato, Gto. Wynton Marsalis, una de las máximas personalidades de la música en el orbe, camina alegremente por las calles de Guanajuato. Gasta bromas, saluda a la gente y prodiga su personalidad como una corriente de viento refrescante.
Admirador de esta ciudad, explica que si viviera un mes aquí aún la conocería poco, pero ya lo encanta. Con facilidad de vértigo la hace suya, aunque en su humildad natural lo niegue: bastan algunas notas de su trompeta, hermoso ejemplar de aleación preparada especialmente para él, en la Plaza de la Paz.
El instrumento se torna la lámpara del genio que a un beso ofrece la delicia a las personas a su alrededor. El concentrado personal de prensa se torna admirador entregado y Marsalis abre una hendidura en el tiempo para regalar su sonrisa y luz a quien lo desee en la edición de oro del Festival Internacional Cervantino (FIC).
Una épica generosa brinda a todos: hacer comunidad como objetivo. Aquí está para lograrla con su arte, para reunir de persona a persona, de familia en familia, “y así hasta cubrir al mundo”. No se duda que lo logre.
El genio del jazz desarrolló un concierto al mediodía, que fue la puerta al que más tarde realizó. El mundo musical parece conectarse al de mañana en el Auditorio Nacional, en la Ciudad de México. Todos en una aleph.
En Marsalis vibra una agilidad concertada y admirable; inspira un respeto de hermano mayor que ha recorrido el mundo y trae tesoros para compartir que lo engrandecen. Sus preciosos conocimientos se derraman sobre músicos en formación en la Alhóndiga de Granaditas.
Llega caminando al famoso recinto y cumple una metáfora que dicta la historia patria: en este lugar, un héroe anónimo se puso una losa en la espalda y con una antorcha prendió fuego a la bodega. Marsalis encendió con música, la que practica con su gran orquesta, Jazz at Lincoln Center Orchestra.
En lo alto del escenario, Marsalis levanta el brazo hacia el cielo y el monumental Pípila del cerro dirige su vista hacia donde el jovial patriarca le señala. Escucha inmóvil en la sombra del jazzista.
Los jóvenes músicos asistentes toman notas. Cartas de admiración o la sabiduría dicha en forma sencilla de un alma grandiosa. Páginas y páginas con letra apretada. La pluma baila al son de la trompeta de Marsalis, de los demás saxofones, piano y el contrabajo. Gozan, claro, las melodías.
Es ley de ahora en adelante la máxima nacida del jazzista: “Libertad es improvisar. Swinging es la responsabilidad. A todo mundo le encanta improvisar, pero no quieren tener swing”.
Flota aún en el ambiente la misión de vida que ha asumido el innegable líder: “Sentirse bienvenidos por profesionales con años de carrera ayuda a los jóvenes a seguir adelante y formarse como artistas”.
Durante más de una década, poniendo en juego su prestigio, ha duplicado el impacto de sus conciertos con clases magistrales y talleres para nutrir a las juventudes. “Estoy muy feliz de sus resultados”.
Uno de los estudiantes de música en la Alhóndiga, Arturo Parra, se maravilló: “Es impactante cómo esas secciones en conjunto hacen una armonía increíble, y cómo cada uno, al momento de improvisar o hacerse solistas, también debe respeto y que los demás también lo pueden hacer. Increíble todo eso”.
Entre el público hay 35 niños y jóvenes de la Fundación León, dedicada a la enseñanza de música. Uno de sus profesores cuenta el enorme regalo que es para ellos ver a figuras de este nivel y hacerles entendibles algo que parece complejo. Marsalis abre el mundo de las maravillas cuando menciona que en poco tiempo los más veteranos de la agrupación comenzarán a retirarse y empezarán a entrar nuevos integrantes.
“Tenemos que escoger patriotas, si no lo hacemos así, no sobrevivirá mucho tiempo, porque estamos en un medio muy comercial que no tiene respeto por esas expresiones.”
Digamos que están preparando a las futuras máximas figuras: “Estamos incorporando jóvenes para ver si están dispuestos a llevar adelante el sacrificio que requiere, porque es demasiado lo que hay que aprender y hacer. Somos muy amigables, pero no en el escenario”. Y les permite soñar con el paraíso.
La última pieza del concierto fue Saltando en el bosque, que dio a los presentes la sensación de frescura mediante los acordes; del sol ardiente de la ciudad nos llevó a tupidas frondas de Luisiana.
Bromeó al final: “Esperamos que hayan disfrutado lo que les contamos; si no, esperemos que por lo menos hayan disfrutado la interpretación de las composiciones. Y, si ni lo uno ni lo otro, es bueno habernos visto”.