En el propio peregrinar del largometraje Un lugar llamado música, “lo que hicimos fue darle la vuelta a la pregunta”, cuenta el director Enrique Muñoz Rizo. “Entonces exploramos qué es lo que Daniel Medina ve en Philip Glass”. Después de cinco años de trabajo, hoy se presenta el filme en Morelia, Michoacán.
“Hubo un periodo en que nos encontramos en Real de Catorce y decidimos hacerlo bien, tener un retrato honesto y hacerlo donde viven, por eso fuimos a Santa Catarina, Jalisco.”
Buscar la autorización en la comunidad fue complicado por la idea que tienen del cine, “nos dimos cuenta de que llegan películas muy violentas a la sierra; las experiencias que han tenido con producciones pasadas no son tan gratas porque no se sienten incluidos”.
El tema del lenguaje fue muy importante. En un principio la producción trabajó en español, pero se percataron de que al reducirlo a este idioma se perdía mucha de la belleza, así que comenzaron a hacerlo en la lengua wixárika.
“El trabajo de traducción es una de las cosas que llevaron más horas y dedicación. Fue buscar personas que no solamente hablaran la lengua, sino que fueran expertas en la cosmogonía y en la práctica espiritual de los hikareros, que son los guardianes de la práctica. Siendo una producción independiente –y la primera película de Enrique Muñoz–, hubo ese cuidado y esmero para tratar de llegar un poco al corazón”, observa el antropólogo Víctor Sánchez.
El compromiso fue llevar la película para proyectarla en la sierra. “Lo maravilloso de este medio es que convergen tantas herramientas para contar historias”. Cuando las demás personas lo puedan ver, espera que “estén listas para empezar a reflexionar, ver en su interior, la forma en que ven el mundo, a ellos mismos y a las tradiciones indígenas. Las indicadas empezarán el cuestionamiento. Al final es lo que podemos soñar del arte”.
A Muñoz Rizo también le cambiaron las preguntas. “Desde el punto de vista del viaje, físicamente es entender que espiritualmente también hay un viaje de por medio. Y fueron las cosas que aprendí”. Entre otras cosas, también entendió las exigencias de la obra y dejó que se reinventara. “Como mexicano estuve en medio de los dos mundos. Hay un gran cambio. Hubo días en que me sentía destruido y suponía que no saldría. Pero, al final, aprendes a no darle tanta energía a los días malos”.