La tragedia de migrar, siendo un jodido latinoamericano, muta de nacionalidades y caminos, según coyunturas y políticas migratorias, como si fuera agua maldita repartida en algún bautizo: ayer le tocaba a los mexicanos, después a los centroamericanos, antier a los haitianos y hoy a los venezolanos. El punto es que nos acostumbramos –o nos convencieron– a que para los empobrecidos migrar es transitar entre círculos del infierno.
La Cepal calculó que durante 2020 en América el número de personas que vivían en un país que no era suyo estuvo cerca de 43 millones, principalmente en Estados Unidos y Canadá (59.5 por ciento). La migración ha crecido radicalmente en los últimos 10 años, principalmente hacia Norteamérica pero con más intensidad el último quinquenio. No obstante, la población emigrada en nuestro continente es sólo 6.6 por ciento del total de la población, y su tránsito lo convertimos en un calvario.
Lo cierto es que migrar no debería ser un rosario de violaciones, ultrajes y robos por estados y particulares sobre las familias; lo que dibuja el andar de los migrantes latinoamericanos es un continente convertido en una escalera que termina en Norteamérica. Antes, el primer escalón se asentaba en El Salvador, Guatemala y Honduras, en el último año, está mucho más al sur, en las trochas de los límites entre Colombia y Venezuela o en Ecuador, se adentran al Tapón del Darién entre Panamá y Colombia, y andan todo un continente hasta llegar al muro entre México y Estados Unidos.
En sólo septiembre pasado, 48 mil caminantes recorrieron 100 kilómetros del cruce del Darién, la profunda selva entre Colombia y Panamá, de los cuales 80 por ciento fueron venezolanos; 187 mil venezolanos llegaron a la frontera México-Estados Unidos entre octubre de 2021 y septiembre de 2022. La oficina migratoria en Panamá calculó 15 venezolanos en los primeros cuatro meses de 2021; este mismo cálculo un año después fue de mil 100. La migración de cubanos, nicaragüenses y venezolanos se cuadruplicó entre 2021 y 2022, pasando de 94 mil a 438 mil en un año. Los colombianos son los siguientes en la lista, en una corriente silenciosa que está desocupando los barrios del país.
El escalón panameño está monitoreado. Esta semana estuvo la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, visitando la frontera colombo-panameña para revisar los protocolos de seguimiento de estos migrantes, a quienes se les hace captura biométrica por el gobierno de Panamá. El escalón mexicano hace lo suyo, el fiscal propuso dejar a la recién inaugurada Guardia Nacional la captura de migrantes y registrar de cerca a defensores de derechos humanos que los apoyan en el camino. En enero de 2022, este país impuso visa a los venezolanos por lo que disminuyó el flujo por aire y detonó a niveles sin precedentes el paso por el Darién colombo-panameño que ha resultado en la denunciada calamidad humanitaria. Adicionalmente le está exigiendo a los colombianos que entran a México rellenar previamente un formato con su información personal, que no se sabe adónde va a parar.
A mediados de este año un periodista colombiano fue detenido y deportado. Denunció que en el interrogatorio participó un funcionario del gobierno de Estados Unidos, quien le revisó los celulares y sus documentos. No sobra seguir advirtiendo que la vulneración de derechos en los cuartos de las oficinas migratorias de los aeropuertos hacia colombianos y sus deportaciones han sido una queja cada vez más crítica, lo que contrasta con que aún no se define quién es el embajador de Colombia en México.
Como en los mejores tiempos en Colombia, cuando el gobierno estadunidense asperjaba con glifosato extensas regiones y en sus presupuestos Usaid ya incluía el pago de daños por aspersión, con la injerencia en Venezuela ocurre igual. El Departamento de Estado de Estados Unidos declaró un apoyo reciente de 817 millones de dólares para la asistencia a migrantes, y Usaid en Colombia tiene como su principal rubro la “atención humanitaria” tras la crisis de migración venezolana. Pero las deportaciones arrecian. Ahora, el gobierno estadunidense anunció 24 mil visas –con restricciones– para venezolanos, cifra nimia frente a la magnitud del flujo de personas. La crisis no es la migración, la crisis está en el poder.
El 25 de noviembre se realizará en Oaxaca la cumbre de la Alianza del Pacífico, donde participarán los gobiernos de Perú, Chile, Ecuador, México y Colombia. Ojalá una migración digna esté en la agenda y logremos que la escalera en la que nos convertimos como continente pueda subirse y bajarse como un juego de Rayuela pero al revés, donde el cielo esté en nuestras montañas, selvas y ríos, y una que otra piedrita nos lleve –cuando nos venga en gana– a las tierras gabachas.
*Doctora en sociología, investigadora del Centro de Pensamiento desde la Amazonia colombiana A la Orilla del Río. Su último libro es Levantados de la selva.