La guerra que se desarrolla hoy día en Ucrania, parte de Europa, inquieta de manera grave la mente y el ánimo de los habitantes de las naciones de este continente. Los auditores escuchan hablar día tras día de la guerra, lo cual no sería un fenómeno verdaderamente nuevo puesto que, por desgracia, la guerra es una de las más antiguas pasiones humanas. La novedad consiste en escuchar expresiones realmente novedosas surgidas de un vocabulario que sorprende a causa de las contradicciones que encierra. Así, se oye hablar de una “bomba sucia” en preparación y cuyo lanzamiento en un futuro próximo se yergue amenazante. Cabe, entonces, preguntarse si existen “bombas limpias”. Preguntarse, también, por la limpieza o suciedad de las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, si es posible aceptarse, moral y mentalmente, este tipo de calificativos más próximos de la higiene que de un conflicto bélico.
La cuestión del lenguaje es, quizá, la más perturbadora de las cuestiones planteadas por la guerra. Se conoce el dicho según el cual la primera víctima asesinada por la guerra es la verdad. Cierto, pero también cierto es que la mentira forma parte del enfrentamiento y un atacante no va a anunciar a su enemigo la hora, la fecha y el lugar de su próxima agresión. Y esto es una antigua tradición que remonta a la guerra de Troya, cuando los aqueos se guardaban bien de informar a los troyanos que en el interior del caballo, ofrecido como regalo, iban los guerreros. Engaño, estrategia, astucia, el lenguaje tenía un significado claro que obedecía a una estrategia y a una lógica. Los aedas respetaban la lengua para poder hacer con ella el elogio de los héroes, así fuesen los vencidos.
Si la verdad es la primera víctima, el lenguaje ocupa ahora un lugar primordial en la comunicación y propaganda bélicas, así pueda hacer sonreír, si es posible conservar el sentido del humor aunque sea macabro.
Desde hace unos días, se oye hablar también de una “guerra civilizada”. Este novedoso concepto creado por la escuela de los “nuevos filósofos”, quienes aparecieron a la manera de la insípida “nueva cocina” y fueron lanzados al público por una editora y agente literaria, se permite afirmar que, de un lado, se trata de una guerra civilizada, siendo éste el del campo que se sostiene y por el cual se toma partido, mientras, del otro lado, se trata de una guerra de salvajes y bárbaros. Desde luego, este discurso ideológico partidario consciente de la propaganda de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), tal vez inconsciente partidario de la “nueva lengua” denunciada por Orwell en su novela de anticipación titulada 1984, novlang que deforma el lenguaje e imposibilita cualquier expresión crítica de un Estado totalitario. ¿Es necesario decir que la novela de George Orwell ha sido más que rebasada? Pero, ¿cómo habría podido imaginar, a pesar de su genio, que políticos, sociólogos, expertos y dizque filósofos, iban a utilizar la higiene para juzgar vicios y virtudes de la guerra? Orwell no podía imaginar el concepto higiénico de guerra civilizada.
Ya desde hace décadas, la higiene se había ido transformando en un ideal de vida… y de muerte.
A raíz de la pandemia, y de todas las medidas proclamadas salvadoras, desde luego obligatorias, el miedo a la enfermedad cabalga como un jinete del Apocalipsis a la puerta, o ya dentro de casa.
Lenguaje y juicios higiénicos.
Lanzar bombas limpias si se pretende llevar a cabo una guerra civilizada. Destruir instalaciones sin dejar heridos y, menos aún muertos. Evitar cualquier víctima colateral entre la población civil limitándose a matar militares sin errar el tiro, el cual debe dirigirse con tino hacia un lugar de preferencia anunciado para poder proclamar de inmediato el éxito de una puntería quirúrgica.
Muerte en salud y guerra sin muertos. Pero, si este ideal parece aún imposible, la deformación del lenguaje no lo es. La nueva guerra es civilizada o no será.