A 40 años de su creación, resulta importante revisar la trayectoria de la licenciatura en educación indígena (LEI) de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) para compartir los claroscuros de una experiencia formativa tan emblemática por ser una de las primeras en América Latina.
La UPN, en su inicio, en 1978, pretendió consolidarse primero en la Ciudad de México como centro de excelencia académica; sin embargo, la muy fuerte presión del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) obligó a la SEP a que la UPN abriera de inmediato unidades en todo el país con la consiguiente improvisación, incluso, en la preparación de materiales para el denominado sistema a distancia, que involucró un amplio esfuerzo y ciertamente dedicación y compromiso de los académicos fundadores de dicha universidad.
La creación de la LEI, en 1982, surgió de un acuerdo institucional con la Dirección General de Educación Indígena (DGEI) en el que la UPN se vio involucrada como receptora de una decisión política externa más que de condiciones propias y de maduración académica institucional. Coincidente con la demanda de que la llamada profesionalización incluyera a maestros en servicio, y como bien señala Nicanor Rebolledo, “no poseía un cuerpo de conocimientos sistemáticos y especializados suficientemente sólidos ni con expertos formadores en este campo, la imposición del modelo de las otras licenciaturas de UPN obedecía también a esta situación y a que tampoco existía conciencia sobre la necesidad de construir una propuesta particular para la formación con perspectiva indígena o identitaria” (UPN: 2014). Todo ello asumiendo la necesidad de profesionalizar a un magisterio indígena improvisado. En ese contexto, la LEI recibió a un grupo de maestros indígenas comisionados, para cursar la licenciatura, lo que sería su primera generación. Tiempo después, en 1990, se aprobó un plan de estudios específico con marcada influencia teórica antropológica, lo que en su momento le fue cuestionado al considerarlo etnicista e ideologizante. Sergio Rico consideró que el referido plan de estudios mostraba gran identidad con el de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), lo cual, a su juicio, era un contrasentido, si se considera que los maestros estudiantes contaban con una identidad de origen que, en el mejor de los casos, requería de reflexiones a partir de sus prácticas más que la teorización en abstracto (UPN: 2014). En todo caso en esa primera etapa se mostró el desconocimiento del campo profesional donde se intenta formar y la escasa investigación de las realidades de las escuelas indígenas. Por cierto, a la luz del tiempo se puede observar que algo de razón había en ello y a la vez valorar que una visión así también tenía un contenido simbólico contra la ideología integracionista que estaba en el fondo de la propuesta de una educación bilingüe, sin magisterio hablante de la lengua de la comunidad donde se ubicaba la escuela.
El proyecto UPN de formación de profesionales indígenas se fue nutriendo en la práctica con el aporte del personal académico que se mostró sensible y cercano a la emergencia del movimiento de los pueblos indígenas y abierto a la escucha y comunicación con las generaciones de maestros indígenas que si provenían del trabajo de base en las escuelas. Ello sin cerrar el ingreso de estudiantes no indígenas egresados de bachillerato. Con todo ello se fue perfilando una nueva propuesta curricular aprobada en 2011 elaborada por y desde la academia de la licenciatura, ya con una clara visión de formación identitaria de recuperación de saberes comunitarios y un perfil que permite la apertura pluricultural como nación que lo somos. Sin embargo, dos años después, la LEI enfrentó el abrupto impacto de la reforma peñanietista que entre sus graves afectaciones al magisterio incluyó la supresión de las becas comisión y con ello drásticamente se modificó en los hechos el perfil de ingreso. No obstante, estudiantes indígenas hacen parte de esta carrera al lado de quienes no lo son, todos ellos con estudios de bachillerato.
Hoy, la SEP ha diversificado la oferta de formación, con la apertura, hace dos décadas, de las universidades interculturales y recientemente las llamadas del Bienestar, que si bien no se centran en la formación en el campo educativo, sí se ubican en cercanía con pueblos indígenas. Lamentablemente tienen escaso o nulo contacto entre sí y con la experiencia de la LEI.
Todas ellas y el conjunto de la educación superior enfrentan una problemática común pospandemia con impacto en todos los niveles; por ejemplo, ante la deserción en las escuelas y universidades no basta con ir a buscarlos casa por casa, si es que esto fuera posible. El nombre del juego, nuevamente, es la improvisación y la ausencia de valoración en la SEP a experiencias significativas que los maestros desplegaron durante la pandemia.