Unos días antes de terminar su intrascendente gestión como gobernador de Chihuahua, Javier Corral inauguró la biblioteca Miguel Ángel Granados Chapa en el edificio del antiguo correo, una obra encomiable porque en Ciudad Juárez hay un gran déficit de infraestructura cultural y también porque el histórico inmueble merecía la renovación de la que fue objeto. Sin embargo, como suele ser práctica entre los políticos del pisa y corre, la obra estaba a medio terminar: una más que se suma al amplio catálogo de los gobernadores chihuahuenses. César Duarte no terminó un complejo hospitalario donde habría un centro de cancerología. En su momento, el recién electo Corral denunció ante el presidente López Obrador el incumplimiento del gobierno anterior, pero no continuó los trabajos. Cinco años más tarde, el político panista dejó a medias el sistema de transporte público conocido como BRT. A María Eugenia Campos el tema no le urge. Tampoco la apertura de la biblioteca Granados Chapa es su prioridad.
Corral tuvo una política cultural errática y contradictoria: elevó a nivel de secretaría lo que hasta entonces había sido un instituto de cultura, pero dejó la institución en manos de un cuadro panista de férrea disciplina neoliberal. Campos inició su gestión promoviendo la desaparición de esa instancia, pero un sector de la comunidad cultural se opuso y la mandataria tuvo que dar marcha atrás. De nada sirvió; la Secretaría de Cultura es la entelequia de Corral. Y la cosa va de mal en peor: se anunció la cancelación del Festival Chihuahua y de la Feria del Libro a celebrarse en Juárez en noviembre.
El Festival Chihuahua surgió en 2005 y fue criticado como respuesta cosmética a las recomendaciones de las agencias internacionales en materia de derechos humanos. En esa época el estado enfrentaba serias presiones para responder a las condiciones sociales y culturales que propician la violencia de género y el feminicidio. La misoginia, la segregación socio-espacial y la falta de políticas de cohesión comunitaria resaltaban entre los elementos de los diagnósticos. Pese a considerarse una respuesta superficial y dispendiosa, el Festival Chihuahua se convirtió en uno de los escasos programas de alcance estatal. Aunque en condiciones precarias, debido a su vocación por las obras de relumbrón, los artistas y los grupos de artes escénicas locales lo aprovecharon como un circuito de intercambio en el estado más grande del país. Era una dádiva, ahora ya ni eso. En Juárez, las cosas no pintan mejor. El alcalde morenista Cruz Pérez Cuéllar impulsa un programa de payasitos y espectáculos populares mediante el instituto de cultura local, mientras el Centro Municipal de las Artes se cae a pedazos. Ni hablar de la coordinación entre órdenes de gobierno en este asunto transversal. Eso sí, la gobernadora y el alcalde tienen un gran proyecto en común: la construcción de la Torre Centinela, una estrategia securitaria más con el pretexto de combatir a la delincuencia en una de las ciudades con mayor índice de violencia en el país.
En estos tiempos en que la línea divisoria entre la seguridad y el espionaje es tenue, la construcción de la plataforma fue asignada de manera directa a la compañía Seguritech Integral Security mediante un contrato de 4 mil 200 millones de pesos. Ya bajo sospecha de corrupción, en parte por los controvertidos antecedentes de la compañía y en parte por la opacidad de las autoridades estatales, la Torre Centinela se perfila a candidata al catálogo de obras incompletas.
Al día siguiente de la colocación de la primera piedra de la torre, se desató una ola de violencia en el Cereso local y en distintos puntos de la ciudad, poniendo en jaque a las autoridades locales, que guardaron silencio por más de ocho horas y mostraron los escasos alcances de su liderazgo. Ese 11 de agosto, conocido ahora como el jueves negro, reavivó el trauma de los peores años de la guerra de Calderón. Sectores de la ciudad se paralizaron durante varios días; los comercios cerraron y algunas plantas maquiladoras suspendieron el tercer turno.
Pero no todo son malas noticias, las comunidades dan la cara y construyen sus propias agendas. Por cierto, fue en Ciudad Juárez donde en 2010 la poeta Arminé Arjona acuñó la frase “Regale abrazos no balazos”, al pintarla en una barda. Recientemente, un efectivo de la Guardia Nacional afirmó con admiración y sorpresa que en Juárez la gente sí conoce su historia. Según el activista Leobardo Alvarado quien presenció este episodio, algunos vecinos del poniente y un grupo de bikers se congregaron al pie de la enorme roca en la que Francisco I. Madero se encontró por primera vez con Pascual Orozco en 1911. Tienen la intención de crear ahí una modesta plaza que dote de identidad al lugar, ubicado no muy lejos de la mítica Casa de Adobe, sede de maderismo durante la primera toma de Juárez. En la actualidad el pedrusco es utilizado para orinar por los agentes de la Guardia Nacional, que patrullan en ese espacio fronterizo. Al ver que algunas personas se reunían en ese punto, se acercaron para investigar, y fue así como se enteraron de la relevancia histórica de esa piedra que hasta entonces les había servido de urinal.
* Su libro más reciente es Fabular Juárez: Marcos de guerra, memoria y los foros por venir. Profesor de la Universidad de Texas, novelista, ensayista y traductor. Premio Chihuahua 1995