Nueva York., El “corazón y el alma” de una película es un término a menudo usado en exceso, pero es prácticamente inevitable cuando se trata de Anthony Hopkins en Armageddon Time.
Dibujada con exquisito detalle de su infancia en Queens, Nueva York, en la década de los 80, sigue a un niño de 11 años Paul (Banks Repeta) que sueña convertirse en artista. La cinta toca corrientes sociales más amplias: una compañera de clase negra (Jaylin Webb) enfrenta oportunidades claramente diferentes en la escuela; los Trump hacen acto de presencia, mientras elaboran un vívido retrato de la familia judío-estadunidense de Gray.
Los padres (Jeremy Strong, Anne Hathaway) tienen una relación tensa y disciplinaria con su hijo, pero el amable abuelo de Paul (Hopkins) es una profunda reserva de apoyo.
La película de Gray, sobre la mayoría de edad de un joven artista y quienes lo formaron, tiene profundas conexiones con Hopkins. Es un papel profundamente sentido por el actor, pues al crecer en la ciudad galesa de clase trabajadora de Port Talbot, dice que estaba más cerca de él que de sus padres.
“Pasamos mucho tiempo caminando juntos. Él fue quien me dio la libertad de ser libre de mí mismo –dice Hopkins–. Yo tendía a ser un poco lento en la escuela y él me dijo: ‘No te preocupes. Te irá bien’. Solía llamarme George, porque sonaba muy campestre inglés”.
Hopkins rara vez concede entrevistas en esta etapa de su vida, pero recientemente habló por teléfono durante una breve estadía mientras se dirigía de Gales a Los Ángeles. Gray se unió a la conversación desde Nueva York.
Armageddon Time, que debutó en el Festival de Cine de Cannes y Focus Features, se estrenará el viernes. Hopkins respondió de inmediato al guion. “Me gusta menos es más –dice. Si un guion está demasiado lleno de galimatías o dirección y todo eso, tiendo a desconectarme. Cuando es claro y conciso, es como una hoja de ruta”.
Hopkins inmediatamente comenzó a enviar largos correos electrónicos a Gray con reflexiones de su propio abuelo mientras intercambiaban recuerdos. Los de Hopkins, en muchos sentidos, reflejaban los de Gray.
“Mi triste recuerdo es un día en 1961 que tomamos una copa en el hotel en Port Albert –dice Hopkins sobre su abuelo–. Él quería que fuera a almorzar a su casa, pero yo estaba demasiado ocupado, demasiado joven y dije: ‘Tengo que irme ahora, nos vemos pronto'. Se dio la vuelta y su abuelo murió dos meses después. Siempre recuerdo eso. Es como una espada en mi pecho.”
Agrega: “Nunca me considero un abuelo. Tengo 84 años, pero soy muy fuerte físicamente. Algunos dolores y molestias, pero me siento como de 50 años, lleno de energía y vida. Trato de no pensar mucho en el futuro o el pasado”.
“Yo era muy desagradable de niño. Cuanto mayor me hacía, más rebelde era –comparte Gray–. Mi abuelo decía algo para reorientarme. Él tenía más autoridad sobre mí que mi padre, aunque éste, a su manera inepta, estaba tratando de imponer disciplina. Mi abuelo gobernó con guante de terciopelo.”
“La mayor parte de mi vida provino de mi abuela: 'Nunca te rindas. Nunca te rindas', dijo”, recuerda Hopkins.
“Lo que obtuve de eso fue tener valor dentro de ti mismo y dejar de sentir lástima por ti mismo. Eso es lo que he practicado toda mi vida”.
El momento más conmovedor de Armageddon Time llega en una escena en la que el abuelo se encuentra con Paul para hacer estallar cohetes cerca del antiguo recinto ferial mundial en Flushing. Es una escena encantadora y poco sentimental bajo una suave luz gris de otoño, con Hopkins sentado en un banco del parque. Sabe que morirá pronto, aunque Paul, ingenuamente, no se da cuenta.