A 76 años de su fundación, y después de algunos cambios de nombre –PNR, PRM y finalmente el que hoy lleva– podría resultar ingenuo el ser sorprendido por la organización política que en sus siglas, PRI, guarda los significados más oscuros de la política mexicana.
Lo logró de nuevo, el dinosaurio sorprendió, una vez más, con ese cinismo a través del cual expresa su brutalidad. En esta ocasión a través de unos soliloquios a los que llamaron diálogos, y que no fueron otra cosa que una maroma ejecutada por príncipes de la corrupción que bien pudo haberse resumido con las palabras “el rey ha muerto, viva el rey”, y cuya intención es, únicamente, contender en la elección presidencial de 2024, pero sin proyecto, más allá de obtener el poder por el poder.
En un intento por redimirse del pasado, la senadora Claudia Ruiz Massieu habló sobre el desprestigio del tricolor, al que señaló de ser reconocido por la corrupción y falta de congruencia con los principios que dice enarbolar. Aceptó la falta de resultados de los gobiernos priístas, así como la vanidad y ambición personal de quienes desde su partido, y en el servicio público, se sirvieron a sí mismos y no a la nación. “Perdimos el rumbo”, dijo, cuando lo que verdaderamente perdieron fue el poder, porque rumbo jamás han tenido, más allá del que conduce al saqueo que empobrece a un país rico.
Enrique de la Madrid, príncipe de una renovación moral que nunca llegó, también habló del pasado de su partido –por el cual su padre fue presidente de 1982 a 1988– y aceptó que “no fue capaz de reducir la brecha de la pobreza”; lo que no mencionó es que esa brecha no sólo no fue reducida sino aumentada de forma acelerada tras el sexenio de su padre, cuando se importaron a México las políticas neoliberales que convirtieron a las personas, más que en ciudadanas, en consumidoras cuyas opciones se centraron, principalmente, en comprar o vender, algo que condujo a premiar el consumo y castigar la pobreza bajo la falacia de que los ricos lo son por méritos propios, y los pobres son culpables de su pobreza en un mundo gobernado por la competencia, y en el que quienes quedan fuera del poder adquisitivo se convierten en perdedores para la sociedad, y para sí mismos.
Más allá de la retórica de la senadora Ruiz Massieu, con la que de manera articulada dijo hacer examen de conciencia, suena complicado, por no decir imposible, creer que esas palabras de reflexión tengan alguna intención que vaya más allá de la mercadotecnia, y uno no deja de preguntarse: si en verdad están contra lo que desde hace casi ocho décadas ha convertido al PRI en lo que es –algo que nadie desconoce– ¿qué hacen ahí? ¿Cuántas veces no hemos presenciado las presentaciones de “el nuevo PRI”, la más reciente cuando a través de un casting eligieron al candidato con el que recuperaron la Presidencia en 2012 –con todo y esposa de telenovela–, cuyo gabinete lleno de jóvenes entusiastas resultó peor que los anteriores convirtiendo a aquel sexenio en el “de Hidalgo”, plagado de fraudes, sobornos, entrega de recursos a privados y extranjeros y violaciones a los derechos humanos, además de crímenes de lesa humanidad, como sucedió con la desaparición, y posterior encubrimiento, de los jóvenes de Ayotzinapa?
Revolucionario e institucional al mismo tiempo, así es el PRI, tan incongruente como su nombre mismo y el discurso de quienes embanderados por esas siglas, como antes, hoy maquillan con palabras revolucionarias esa corrupción que han institucionalizado. El partido dejó atrás a los revolucionarios para dar entrada a los malhechores. Nadie se compra, en su sano juicio, la cantaleta de que “ya nos dimos cuenta de que fuimos malos, pero ahora vamos a ser buenos”. Aún más cirugías plásticas tiene el PRI que la cara de quien lo dirige, pero ni con ellas se pueden tapar las arrugas de la impunidad.
Sigue siendo el mismo de la guerra sucia , del error de diciembre, del Fobaproa, de los fraudes electorales, de la casa blanca, de la reforma eléctrica, de la inmovilización en el sismo de 85, de El Negro Durazo y de las devaluaciones.
Están divididos, pero siguen siendo lo mismo con bandos opuestos, misma ideología, misma voracidad de obtener el poder por el poder para con él enriquecerse a costa del país. Quien ya no es el mismo es el pueblo de México que, a través de la democracia, los ha separado del cargo. Eso sí, cuidado nada más, porque el PRI no se crea ni se destruye, sólo se transforma, por ejemplo, al cambiar de siglas.