Es probable que el estado de ánimo predilecto de Gaspar Aguilera (1947-2021) rondara muy cerca del sax de Ben Webster o algo así. Si algo alimentó su poesía, su pensamiento y su sensibilidad fue todo el buen jazz, algo tan explícito en su prosa como en la poesía misma, que para él, a la manera de Luis Cardoza y Aragón, era el único principio de realidad.
De principio a fin, la claridad y lo directo habitan su poesía y la hacen generosa, nos trazan el mapa de su ojo crítico y sus fantasías, la concreción del verso y el deleite erótico, la evanescencia del amor y el encantamiento del mundo, la pasión inextinguible por la lectura y la respiración sabrosa de Miles Davis, Jan Garbarek, Gato Barbieri o Stan Getz.
Si algo enseña su escritura es gratitud. A los poetas en primer lugar. Nunca tuvo pudor para sembrar epígrafes por donde sus versos habrían de pasar. En parte, su obra es un museo de versos ajenos, un libro en sí a la manera de Walter Benjamin y su famoso proyecto de “escribir” un libro compuesto sólo por citas (los pasajes), santo y seña de reminiscencias inacabables en la poesía que amó. También por eso su obra está poblada de nombres venerados, referencias, digresiones históricas, políticas y plásticas (como su galería Los lienzos del deseo). En Gaspar, lo referencial era personal.
La conjunción de “sus” poetas y lo que él escribía constituye la bitácora de aquellos episodios que siempre vale la pena vivir y de los amigos que uno quiere frecuentar. Sin ser confesional está diciéndonos la verdad: “Te admiro, lluvia, / no por tu frialdad y desencanto, / sino por tu persistencia y humedad / que tiene mucho de la mujer que amo”. Un gran viaje el de sus lecturas, tanto como las huellas que pisa con reverencia en Praga, Salzburgo, Moscú, Valparaíso, La Habana, Chicago.
Nace en Parral, Chihuahua, en 1947, apenas cuatro meses después que su paisano Carlos Montemayor, y como él, un intelectual comprometido, un hombre de izquierda. Estudia derecho, pero ya en 1974 está entregado a la poesía con el taller y la revista Pireni, y en 1978 casi gana el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes.
Establecido en Morelia, participa en 1981 como poeta michoacano en el Festival Internacional de Poesía de Morelia, quizás el mayor encuentro de lectura poética celebrado en nuestro país, organizado por Homero Aridjis y auspiciado por Cuauhtémoc Cárdenas, entonces gobernador. Compartió el foro con los futuros premios Nobel, Seamus Heaney, Günther Grass y Thomas Tranströmer, además de Borges, Ginsberg, Chumacero, Nandino, Popa, Tomás y Francisco Segovia, Sorescu, Ida Vitale, Voznesenski, Cabral de Melo Neto, los cinco de La Espiga Amotinada. Muy jóvenes, Coral Bracho y Verónica Volkow. Si alguien estuvo allí en casa fue Gaspar, por todas las razones que se nos puedan ocurrir.
Al recorrer su poesía, parcialmente reunida en Los ritos del obseso: Poesía 1985-1998 (con poema-prólogo de José Emilio Pacheco, Siglo XXI, 1999), y más aún en sus ensayos y comentarios para diferentes revistas y en Imago Mundi (Pellicanus, 2010) o sus celebraciones musicales en Coloraturas y silencios (Editorial Lectura, 2010), encontramos un sostenido y bello homenaje a la poesía y a la belleza misma, lo cual también se manifiesta en su escritura final, como Los últimos poemas de Dante (Colibrí-BUAP, 2005). Tal mano guía su estupenda antología de poetas cubanos nacidos entre 1958 y 1972 Un grupo avanza silencioso (UNAM, 1991) y la nada fugaz reflexión La fugacidad del instante amoroso en la poesía de Octavio Paz (IMCED, 2007). También Julio Cortázar: el lenguaje lúdico y la imaginación (La Zonámbula, 2011) y, con Margarita Vázquez, El brillo de la hierba húmeda: Antología de mujeres poetas de Michoacán (Eon, 2011).
Gaspar hizo de la gratitud una forma de inspiración y alta generosidad, para fortuna de su poesía que, pese a lo dicho aquí, nunca es libresca ni derivativa, sino suya y bien distinguible. Poeta del amor, el erotismo y las crudezas del sexo (también produjo un deleitable antología de poesía erótica, Paisaje a medio cuerpo, Jitanjáfora, 2008), donde pone las manos pone la bala: “Ocúltame bajo tu permanente desnudez / en tu mano profunda / en tu llano pefecto / en tu saliva sabia”.
En su “Autoepitafio” establece: “Donde estuvo el amor / puso la boca // Donde estuvo el dolor / ofreció el cuerpo // Donde estuvo el deseo / ofició con sordidez de piel y labios / Donde estuvo el rencor / puso la risa / Donde estuvo el olvido / puso el sueño / Donde estuvo el engaño / la memoria / Donde estuvo el adiós / puso su nombre”.
Respira la dicha del desdichado como hace la música de blues. Con Joe Cocker bebe las canciones de los Beatles. El piano de Keith Jarret será la pista sonora de su deseo cumplido. En Coloraturas y silencios se atreve a sugerir un soundtrack para su lectura. Muy Cortázar, sí, muy Rayuela, pero totalmente Gaspar.
La poesía fue su país, su casa, su mujer. Los poetas amados y sus versos, los mejores amigos. Siempre lo supo y lo vivió en consecuencia.