Que siempre no, que no se retira, que si lo escuchan por ahí no lo crean, que esto es una fiesta y hay que celebrar. Es más o menos lo que ahora viene a decirnos el querido Joan Manuel Serrat. Y uno que ya estaba con la preocupación, muy preparado para ir a lo que sería su ”último” concierto.
Me impuse como nostálgica tarea escuchar su antología musical. Un Todo Serrat, hasta el pasado disco en estudio, La Orquesta del Titanic, en el que canta con Joaquín Sabina, pasando por sus discos-homenaje como el disfrutable Cuba le canta a Serrat; Serrat… eres único, en el que intervienen 16 colegas cantando icónicos temas y el elegante Serrat sinfónico.
Escuchar a Joan Manuel en la intimidad de mi estudio fue toda una reinstalación de emociones, una recuperación de la memoria: el lugar donde crecí, dónde algo se quedó, dónde algo dejé, lo que descubrí, lo que aprehendí, lo que amé y sigo amando…
Serrat me regresó a muchos momentos raigales, por ejemplo a mi primer viaje a Cuba en 1979 cuando lo escuché en un concierto gratis en una plaza habanera y luego en el Teatro Carlos Marx. Fue todo un acontecimiento el descubrirlo: Joven idealista, con un canto aleatorio y emocional que abría puertas a la conciencia social. De ese momento a la fecha mucha agua ha corrido bajo el molino.
Si contamos bien, Joan Manuel lleva ya seis décadas en el oficio. Su primer disco lo grabó en 1965, pero antes ya venía cantando y componiendo con sus amigos Jordi Romeva, Manuel Amoro y Joaquim Nogués, identificados como Els Setze Jutges. A partir de ahí, mucho camino, compromiso y luz. Ha escrito alrededor de 500 canciones y es una referencia esencial en la cultura popular en España e Hispanoamérica.
Con toda esta marcha se entiende el cuento del retiro como producto de una reflexión personal: “Después de tanto viaje hay que saber en que parada bajar”, nos había dicho. Pero luego reflexionó y pensó en que su ejercicio ha sido una aventura y “dejarlo es otra aventura”. Así que “sigamos en la fiesta”.
Y ahí está Serrat en pleno escenario del Zócalo capitalino. Viernes 21 de octubre, bajo una llovizna pertinaz: sosegado, fresco, sugerente, tierno, reivindicativo, sincero y divertido, ante un público que lo recibe con una estruendosa ovación a la que Joan Manuel corresponde con muestras de cariño. “Espero que Tláloc no sea tan severo”, le dice a ese público que soporta la llovizna con estoicismo y gozo.
Serrat siempre ha sabido conectar con la gente. La clave está en el guiño, en la cordial cordura con su público. Sabe manifestarse como el hijo que quisieran tener todas las madres y como el vividor simpático que casi todo mundo quisiera tener como amigo, o como amante. Es un sutil sugeridor de picardías, retrechero, socarrón y exquisitamente educado.
La confección de cada uno de sus espectáculos es de cierta complicidad con su público que agradece la dulzura de Aquellas pequeñas cosas o el urgente reclamo de Tu nombre me sabe a hierba. Y le hace caso cuando le exigen temas como esa canción que lo persigue con la perseverancia de la mujer de Ulises, esa Penélope, tan amorosa, tan entregada, tan ferviente… o Esos locos bajitos, la canción preferida por muchos de nosotros tal vez porque enfoca a los niños como, equivocadamente, queremos que sean, una versión corregida y aumentada de sus padres.
Este Joan Manuel Serrat que me encontré en Cuba es el mismo Serrat que veo ahora, el que sigue respetándose a si mismo como artista y como ser humano. Cuando cantó a Miguel Hernández ( Nana de las cebollas) preso y muerto en una prisión franquista, su gesto cambió, el coraje le perdura, porque el pastor ponía en las cuencas vacías piedras de futura mirada
En otro momento expolia a aquellos “sicarios del mal”, aquellos hombres de la guerra que por sus ambiciones arman el lío sin fijarse que en el mundo hay niños “Entre esos tipos y yo hay algo personal”, afirma.
Para nadie es un secreto su militancia política, es socialista. Y advierte a quien corresponda que algunos mandamases son traidores. “Funcionarios del negociado de sueños dentro de un orden y partidarios de capar el cochino para que engorde”.
Su preocupación social le ha llevado a reflexionar sobre el peligro que corre el planeta “por tantos irresponsables”. Preocupaciones serias que expone en canciones como Plany al mar y El Hombre y el agua, en las que blande los reclamos: “Padre que está muriendo el mundo…”
Joan quiere despedirse con un tema, o dos, que el público elija, pero es tanto el vocerío y la algarabía que el cantor no entiende nada y decide ser él quien determine. Lo que pasa es que si el cantor hiciera caso nunca llegaría al final y como dice amablemente “Todo lo que inicia tiene que acabar”
Y se despide con la exaltación que consigue La fiesta, el redoble de tambores, la fanfarria de los alientos y la proclama: “Vamos subiendo la cuesta que arriba en mi barrio, terminó la fiesta”.
Pero la fiesta continúa hoy en Guanajuato. Serrat lleva sus canciones al Festival Internacional Cervantino que celebra 50 años de existencia. Habrá que ir, no tenemos a Serrat todos los días.