Habiendo recordado en artículos recientes la gesta de dos ilustres cardenistas a favor de los republicanos españoles, además de la gira del Barça por México, que hasta se dice que, a la postre, le acabó salvando la vida a este equipo, viene a cuento recordar a los 456 infantes conocidos como “los niños de Morelia”, quienes, por cierto, hicieron el viaje de venida en el mismo barco que el club blaugrana.
Se trató del Mexique, que zarpó de Burdeos el 25 de mayo e hizo su arribo al puerto de Veracruz el 7 de junio de 1937.
Claro que los jugadores vinieron en primera clase y casi todos los niños en tercera. Sólo a unos cuantos los mandaron para arriba porque ya no cabían abajo.
La intención era liberarlos del hambre que se padecía especialmente en las poblaciones grandes del levante peninsular. La premisa era que la República ganaría la guerra y los viajeros regresarían pronto a sus lares como si en México hubiesen pasado por una especie de “veraneo”.
El error del vaticinio dio lugar a que prácticamente cada uno de ellos vivió su tragedia, aunque cabe tener presentes los daños que pudieron padecer de haberse quedado bajo los bombardeos fascistas y con tan pocos alimentos.
En Morelia fueron albergados en una escuela de nombre España-México, establecida en una vieja casona habilitada ex profeso, que duró entre cuatro o cinco años.
Cabe recriminar a los dirigentes de las organizaciones de republicanos españoles que, con la excusa de sus muchas necesidades, prácticamente no les hicieron caso alguno, ni siquiera cuando la dicha escuela se cerró y sus alumnos, a pesar de que todavía eran de corta edad, quedaron a “la buena de Dios” y ello dio lugar a todo tipo aventuras.
Asimismo, cuando sobrevino lo que le llaman “democracia”, éste fue uno de los últimos grupos en ser tomado en cuenta para recibir alguna ayuda.
Unos cuantos, por razones muy diversas, pudieron regresar relativamente pronto a España, lo cual hizo de ellos la envidia de cuantos se quedaron. Pero muchos años después, en un encuentro que hubo en Lleida de los que se fueron con un nutrido grupo de los que habían permanecido en México, éstos se dieron cuenta de que la vuelta a la España franquista resultó ser muchísimo peor que permanecer en México.
Entre los que se quedaron, tal vez, en general, las niñas fueron motivo de mayor atención, pues fueron amparadas por familias muy conservadoras de Puebla y Guadalajara, temerosas de que se dieran a la mala vida y deseosas de inculcarles los “buenos preceptos católicos”. De tal manera, fueron incorporadas a muchos hogares “decentes” en calidad de sirvientas de lujo o damas de compañía… Recuérdese que su formación ideológica había sido hasta entonces de una aguzada izquierda.
Muchos varones, por cierto, se quedaron en Morelia, aunque su alta sociedad no los vio nunca bien, otros más acabaron en la capital y se diluyeron en ella. Pocos fueron a dar a otro lado, pero en general puede decirse que, a pesar de que al principio algunos fueron un tanto conflictivos, a la postre, sin que la mayoría destacara de manera especial, ni social ni económicamente, pueden catalogarse como “hombres de bien”.
Vale la pena leer un libro autobiográfico de Emeterio Payá Valera, editado en Morelia, en Jalisco y en Cataluña, a cuya memoria está dedicado este artículo.