Calkiní, Camp., En medio de la reserva de la biosfera de Los Petenes, una de las áreas biogeográficas más importantes del país por sus ecosistemas únicos, se ubica una de las 145 sedes de las Universidades para el Bienestar Benito Juárez (UBBJ), de donde egresan ingenieros en agricultura y agronomía que, entre otras tareas, podrían encargarse de cuidar y preservar la riqueza natural de esta zona.
Concebidas como una alternativa educativa para zonas de alta y muy alta marginación, estas casas de estudio alcanzaron, hasta junio pasado, una matrícula de casi 46 mil estudiantes a nivel nacional y se espera que en el próximo ciclo escolar se incremente la cobertura con la construcción en diversas zonas de 55 planteles más exclusivamente para la formación de médicos y personal de enfermería.
Serán especialistas destinados a solventar la falta de personal sanitario en las zonas rurales más pobres y alejadas del país, habitadas principalmente por población indígena.
En septiembre pasado, hijos y nietos de trabajadores del campo, la construcción, pequeños comerciantes y amas de casa recibieron en Campeche, Yucatán, Tabasco y la Ciudad de México los títulos y cédulas profesionales que los acreditan como ingenieros agrónomos, maestros, contadores y abogados, entre otras profesiones.
Se trata de las primeras generaciones de jóvenes que se acogieron al proyecto “y no se dejaron llevar por las campañas de desprestigio en contra de estas universidades. Son jóvenes que están luchando por preservar sus culturas y sus comunidades”, afirma Silvia Duarte Rosas, coordinadora académica de la sede María Alicia Martínez Medrano, de Valladolid, Yucatán, donde se graduaron 42 estudiantes de las dos primeras generaciones de la licenciatura en formación docente en educación básica: patrimonio histórico y cultural de México.
En un recorrido de La Jornada por planteles de la UBBJ del sureste del país, profesores y alumnos reconocen que su camino no fue fácil. Debieron superar múltiples dificultades. “Muchos no querían estudiar aquí por miedo, porque algunos las definían como escuelas ‘patito’ y consideraban que iban a tirar cuatro años de estudio. Y no, valió la pena el esfuerzo y el sacrificio que hicimos a diario”, afirma María Fabiana, ingeniera agrónoma que recibió su título acompañada de su esposo Alejandro, también graduado en la misma generación.
Las UBBJ “nos dieron una oportunidad. Antes de entrar a la universidad trabajaba en una guardería y lavaba ropa ajena; ahora estoy muy orgullosa de lo que he logrado. Me alentó mucho que también son pocas las mujeres que estudian la carrera de ingeniería en agronomía y yo lo logré”, añade orgullosa, mientras acuna en sus brazos a su hija Inari.
En la mayoría de las comunidades donde se ubican estas universidades, los mismos pobladores se involucran en su edificación. “Todos hemos colaborado con algo, hasta en el desmonte del terreno”, recuerda a su vez don Efrén. “Es un esfuerzo de todos, padres, alumnos y autoridades comunitarias”, se ufana.
En la sede de Calkiní, donde egresaron 44 jóvenes de las tres primeras generaciones de la licenciatura de ingeniería en agricultura y agronomía, trabajadores de la construcción presumieron que sus hijos estudian en estas aulas, algunas de las cuales ellos mismos ayudaron a construir.
“Estoy muy feliz de que mi hijo esté aquí; nos queda cerca, a cien metros de la casa, y es una gran oportunidad para salir todos adelante”, dice uno de los albañiles, sin dejar de acomodar ladrillos y tejas rojas, parte de los materiales con lo que se edifica en medio de esa selva campechana.
Narciso Cuevas recibió de manos de su hijo Manuel, de 35 años y padre a su vez de dos pequeños, su título de ingeniero agrónomo. “Siento que no quepo en mí mismo. Es una ilusión muy grande para toda la familia. Yo no tuve esa oportunidad de estudiar, por tanta carencia, trabajé como albañil, ésa fue mi vida, pero ahora Manuel logró este sueño”.
A pleno sol, mientras recorre los campos de experimentación de su escuela, Óscar Mass Canul, alumno del octavo semestre de la licenciatura de ingeniería en agricultura y agronomía en Calkiní, recuerda: “a mí me ha ayudado muchísimo estudiar aquí. Pensaba ir a otra universidad, pero implicaba salir de la localidad, dejar a mi familia y la cuestión económica me afectaba.
“El inicio de mis estudios fue muy pesado, porque es estar en el sol todo el día. Mis estudios implican ir constantemente a la selva, al monte, y cargo no sólo una pala, sino también un pico, un machete y muchas cosas más, pero estoy contento.
“Nos dieron educación gratuita y una beca que nos benefició a muchos. En mi generación –la segunda en esta universidad– éramos 33 alumnos, y en toda la escuela 99; ahora ya somos 561. Tenemos ocho aulas, biblioteca, auditorio, sanitarios y áreas de práctica”, rememora contento.
Educar para transformar
A 250 kilómetros de Calkiní, en Valladolid, Yucatán, corazón de la resistencia maya durante la guerra de castas en el siglo XIX, 734 alumnos se forman como docentes. “Son jóvenes creativos, entusiastas, la mayoría son de la cultura maya. Hablan su lengua materna y eso los hace ser diferentes, porque entienden las necesidades de las comunidades”, afirma Duarte Rosas, maestra e integrante del Laboratorio Campesino e Indígena de X’océn, creado en 1989 por la profesora y dramaturga María Alicia Martínez Medrano.
Nuestros egresados “van a trabajar a las comunidades con un sentido humanista, solidario, con mucha responsabilidad y compromiso. En sus prácticas entran en contacto directo con niños y padres, conocen sus problemas, son jóvenes con mucha perspectiva de trabajo en comunidad”, subraya.
Brandon Luis Puc, de 24 años, de la segunda generación de egresados de la sede Valladolid, destaca que pueden dar clase a niños de prescolar hasta secundaria, incluidas las escuelas multigrado. “Se busca que el propio alumno defina el área en la que se sienta más identificado para desarrollar sus habilidades”.
Con un contrato como maestro de historia en una secundaria del municipio yucateco, este joven afirma que la construcción de la sede de la UBBJ “impactó mucho en la comunidad. Antes, para nosotros como población indígena y campesina, era difícil estudiar, porque no había recursos para poder presentar un examen de admisión en otro tipo de universidad, porque a su costo había que sumarle pasaje, hospedaje y alimentos. Acá nos dan todo gratis, con una beca de2 mil 400 pesos”.
Brandon narra que un amigo suyo cumplió su sueño de estudiar arqueología con la apertura de la sede de la UBBJ de Tinúm, Pisté, rumbo a Mérida, donde se imparte la carrera de patrimonio histórico, cultural y natural. “Está muy emocionado y contento, porque creía que nunca podría ser arqueólogo siendo un indígena maya. Estas escuelas nos abren oportunidades no sólo laborales, sino también para crecer como sociedad y brindarnos a nosotros oportunidades como profesionales”.