El conglomerado de grupos empresariales, políticos, mediáticos, delictivos y “sociales” que conforman la principal oposición al proceso transformador que vive México lleva muchos años tratando de alejar a su principal dirigente del grueso de la población. La ofensiva con este propósito empezó en 2004, hace ya 18 años, con los videoescándalos diseñados para ensuciar la figura de Andrés Manuel López Obrador; siguió con la prensa sicaria que el año siguiente aplaudió la calumnia judicial y el intento de desafuero y continuó con la campaña del “huevo de la serpiente” (Krauze dixit) y el “peligro para México”, coincidente con el fraude electoral de 2006.
La campaña prosiguió sin solución de continuidad durante el espuriato de Felipe Calderón y luego de esos seis años desastrosos la oligarquía hoy opositora no se robó los votos necesarios para mantener el control de la Presidencia, sino que los compró. Entre 2012 y 2018 mantuvo la difamación e invirtió cuantiosos recursos en ella. Memorables son los casos de una serie “sobre el populismo” que era en realidad un producto para desprestigiar a AMLO, los inventos llamados Pejeleaks y la Operación Berlín. Pero tanto la evolución social y tecnológica como el empecinamiento en repetir falsedades le desgastó los dientes al aparato mediático y el bando oligárquico no pudo impedir la gestación de un frente que dio soporte electoral al movimiento obradorista que coordinó la insurrección popular pacífica y democrática con que se puso fin al control del Ejecutivo federal por la mafia hasta entonces gobernante.
Desde luego, la campaña no se detuvo ni siquiera el día posterior a los comicios, continuó durante la transición y el 1º de diciembre de 2018 había cerca de San Lázaro pequeños grupos mixtos de panistas y de exiliados venezolanos que denunciaban a todo pulmón el inicio de la dictadura Castro-chavista en México. Desde entonces se ha visto un crescendo en el volumen, la violencia y la virulencia de quienes, cuando se quedan afónicos de gritar infundios e improperios contra el Presidente, su partido y los integrantes de su equipo de gobierno, escriben denuncias por la polarización a la que ha sido llevado el país.
Podría parecer que los niveles más elevados en el control de ese volumen los alcanzan Téllez, Alazraki, Lozano (cualquiera de los dos) o Loret, pero no falta el que aparece cualquier día gritando más fuerte y con más toxicidad. No importa; esa vieja y sostenida campaña ya vio frustrado su propósito de provocar una ruptura entre las mayorías populares y la 4T. Por eso la reacción oligárquica reorientó sus baterías hacia la relación entre México y Estados Unidos. Ya que no lograba alentar una sublevación, había que propiciar al menos una intervención. Así fue que voceros como Dresser y Rivapalacio escribieron docenas de columnas en tono de queja dirigida a la Casa Blanca porque AMLO destruía la democracia y atentaba contra los intereses estadunidenses en México. También fallaron, entre otras razones, porque mentían y porque la 4T ha rediseñado y estabilizado el nexo bilateral en una forma conveniente y positiva para los dos países: los asuntos económicos se dirimen en el canal económico, las diferencias políticas, en el ámbito político, y los problemas de seguridad, en los espacios respectivos; de modo que ningún aspecto de la relación –inevitablemente complicada y conflictiva, sí– llega a convertirse en una crisis diplomática entre la Casa Blanca y Palacio Nacional.
A últimas fechas la campaña de la reacción oligárquica se ha centrado en un nuevo objetivo: provocar una ruptura entre el Presidente y las fuerzas armadas. Ya que no consiguió inducir una intervención, hay que alentar un golpe de Estado. Pero la sorprendente cortedad intelectual de quienes solían ser los ideólogos del régimen derrocado no les permite darse cuenta de lo que es evidente para la gran mayoría de la población: la transformación de los últimos cuatro años ha transformado también, y de manera profunda, la relación entre los militares y el resto de la sociedad, y quienes antes eran usados desde el poder presidencial como fuerzas represivas, como “edecanes” (Téllez dixit) o como cargaportafolios, se han sentido mayoritariamente dignificados y reivindicados por la presidencia de López Obrador. En sentido inverso, la hostilidad, la perversidad y la procacidad con que la oposición reaccionaria se ha dirigido a las instituciones castrenses ha terminado por estrechar los lazos entre los civiles y los militares que participan en la transformación del país.
La campaña seguirá subiendo de volumen, aumentará sus dosis de odio, fabricará nuevas calumnias y continuará diseñando escándalos de una semana, alimentados por medios y opinadores sicarios y por hordas de cuentas sin persona en las redes sociales, pero seguirá fracasando porque sus autores y patrocinadores no tienen nada positivo que ofrecerle al país.
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